“Somos amigos de todos y enemigos de nadie”, afirma Manasseh Sogavare, primer ministro de Islas Salomón, en un intento de tranquilizar a sus aliados occidentales tras el pacto de seguridad que este archipiélago situado al norte de Australia ha alcanzado con China. Su insistencia en justificar el acuerdo ha generado preocupación entre sus socios, más que alivio. Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda consideran que este compromiso altera el equilibrio estratégico en el Pacífico sur y aumentará la tensión en la región.
El acuerdo entre Pekín y Honiara ha encendido las alarmas en Washington, Canberra y Auckland, principales garantes de la estabilidad en el archipiélago, sorprendiendo por el secretismo en las negociaciones y su contenido. Una inquietud que se explica porque el borrador del pacto no se conoció hasta finales de marzo y porque abre la puerta a la presencia de tropas y buques de guerra chinos en las islas. El movimiento de Pekín respondería a la alianza militar estratégica suscrita por Australia, EEUU y Reino Unido para el Indo-Pacífico (conocida como AUKUS) en 2021.
El texto del acuerdo da a entender que el gobierno de Islas Salomón da carta blanca a las fuerzas de seguridad chinas en su territorio. Señala que Pekín podrá enviar policía, personal militar y otras fuerzas armadas a cualquiera de las islas del archipiélago “para ayudar a mantener el orden social”. Subraya que el acuerdo proporciona “inmunidad legal y judicial” a todo su personal y abre la puerta a que sus barcos de guerra puedan recalar en las islas para hacer escalas y reabastecimientos logísticos. Una probabilidad que fomenta la idea de que China podría establecer allí una base naval. Eventualidad que Sogavare ha desmentido de forma contundente, pero que no ha logrado tranquilizar a sus aliados occidentales, que temen que Pekín opte por instalar allí un centro de operaciones que podría utilizar –llegado el caso– para bloquear el tráfico marítimo en el Pacífico sur.
La realidad es que el pacto entre Pekín y Honiara es la culminación de una política de aproximación de China al archipiélago, que en la Segunda Guerra Mundial fue escenario de cruentas batallas, entre ellas la de Guadalcanal, donde murieron miles de soldados japoneses y estadounidenses. Una estrategia a través de la cual las autoridades chinas pretenden alcanzar dos objetivos. Por una parte, arrebatar apoyos a Taiwán, meta alcanzada en el 2019 cuando las autoridades insulares rompieron relaciones diplomáticas con Taipéi y las establecieron con Pekín, a cambio de beneficiarse de proyectos de la Nueva Ruta de la Seda, construir un estadio multimillonario y fomentar el turismo chino.
Por otro lado, Pekín logra extender su influencia en esa parte del Pacífico. Un proyecto que impulsa a través de acuerdos de construcción de infraestructuras y migración con las naciones insulares de la región, como Kiribati y Fiyi, lo que repercuten en un aumento de la presencia china en la zona. Esta realidad ha impulsado a EEUU a replantearse su política en la zona.
Así, la respuesta aliada no se ha hecho esperar. El ministro de Defensa australiano, Peter Dutton, ha declarado que el pacto de seguridad demuestra que China actúa de forma agresiva en la región. La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, ha advertido de que la posibilidad de que las fuerzas armadas chinas se estacionen en las Salomón supone “la potencial militarización de la región”. Y el departamento de Estado estadounidense ha señalado que “no creemos que las fuerzas de seguridad chinas y sus métodos deban exportarse”. Estos posicionamientos han sido criticados por el ministerio de Exteriores chino, cuyo portavoz, Wang Wenbin, les ha emplazado a analizar “la cooperación en materia de seguridad entre China e Islas Salomón de forma objetiva y racional”.
Sin embargo, no hay que olvidar las ambiciones del presidente chino, Xi Jinping, de expandir la influencia marítima de su país entre el Índico y el Pacífico. Oficialmente se trata de desarrollar la cooperación económica a través de la Nueva Ruta de la Seda, pero la realidad es que Pekín está construyendo una red de puertos que pueden convertirse, en un momento dado, en bases operativas para abastecer a sus fuerzas navales, como ha sucedido en el archipiélago de las Spratly en el mar Meridional de China.
«Pekín está construyendo una red de puertos en el Índico y el Pacífco que pueden convertirse, en un momento dado, en bases operativas para abastecer a sus fuerzas navales»
Pekín subraya que China solo dispone de una base fuera de su país, en Yibuti, con el fin de contribuir a la lucha internacional contra la piratería, frente a las 750 bases distribuidas en 80 países con que opera EEUU. La realidad, sin embargo, dibuja un panorama diferente. En los últimos años, como decíamos, Pekín ha puesto en marcha una estrategia destinada a tejer una amplia red de cooperación con países ribereños de los océanos Índico y Pacífico para asegurar su cadena de suministros y su influencia en esas aguas. Se trata de acuerdos bilaterales que incluyen el uso de los puertos para que sus barcos puedan realizar operaciones de reabastecimiento logístico a cambio de construcción de infraestructuras.
Por el momento, no se trata de bases navales, pero basta con mirar un mapa de la región para deducir cuál es la estrategia de China. Un plan que ha venido desarrollando en los últimos años a través de acuerdos con Vanuatu, Papúa Nueva Guinea, Sri Lanka, Pakistán y Camboya, en cuya base naval Ream es habitual la presencia de tropas chinas. Una red a la que ahora suma Islas Salomón.
El modus operandi de la política exterior china sugiere que es muy poco probable que Pekín realice un movimiento tan provocador como construir una base naval en las Salomón. Sin embargo, hay que tener en cuenta que desarrolla un juego estratégico complejo y a largo plazo y en ese horizonte un enclave con bandera china en la región no es descartable. Washington ya ha respondido, anunciando que reabrirá su embajada, cerrada en 1993. Definitivamente, el Pacífico se presenta como una nueva zona de tensión entre las dos superpotencias.