Como escribe el presidente de la Fundación Ford, Luis A. Ubiñas, en el prólogo de La Situación del Mundo 2012: hacia un prosperidad sostenible (Worldwatch Institute), “desde la Cumbre de la Tierra en Río en 1992 ha pasado casi una generación, y el mundo es actualmente un lugar tremendamente diferente”. La globalización ha avanzado de manera imparable, mientras sus efectos sobre el ecosistema terrestre están cambiando el planeta de arriba abajo. Las tensiones ecológicas son evidentes: pérdida de especies, escasez de agua, acumulación de carbono y sustitución de nitrógeno, muerte de los arrecifes coralinos, agotamiento de las pesquerías, deforestación y desaparición de humedales. Alrededor del 52% de las pesquerías comerciales están totalmente explotadas, un 20% sobreexplotadas y un 8% agotadas. El agua está empezando a escasear y se prevé que dentro de 20 años su suministro satisfaga solo el 60% de la demanda mundial. Aunque los rendimientos agrícolas han aumentado, ello ha sido a costa de una disminución de la calidad de los suelos, la degradación de las tierras y la deforestación.
La humanidad se enfrenta a una crisis grave y compleja, con presiones crecientes sobre los ecosistemas y recursos, en un marco de tensiones socioeconómicas. Este año la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible ha vuelto a celebrarse en Río de Janeiro. Los retos son, si cabe, más formidables. Como explica Michael Renner, codirector de la publicación, “Río 2012 representa un intento de dar continuidad a los esfuerzos para reunir a los gobiernos y a la sociedad civil de todo el mundo en torno al objetivo, cada vez más urgente, de conciliar el desarrollo humano con los límites de los ecosistemas de la Tierra”.
La prosperidad de la humanidad, por lo tanto, está en juego. Las claves de esta crítica partida quedan bien resumidas en un artículo del propio Renner para el próximo número de Política Exterior (julio-agosto de 2012), titulado “Economía verde al servicio de las personas”. Según Renner, no habrá prosperidad sostenible sin una transformación del sistema económico. “La crisis que sufre Occidente debe acelerar –no retrasar– el paso a una economía verde con alto contenido tecnológico y creadora de nuevas fuentes de empleo en energía, transporte, edificación y reciclado”, afirma el investigador del Worldwatch Institute.
Y aunque la mayor responsabilidad recae sobre los países industrializados, como explica Saleemul Huq, del International Institute for Environment and Development, son en última instancia los países emergentes los que tienen la llave de la economía ecológica. Estos están experimentando un enorme crecimiento y comienzan a sumarse al materialismo de los países desarrollados. “Sin embargo –aclara Huq–, no están atrapados todavía en una economía dependiente de los combustibles fósiles y pueden dar el salto a tecnologías, estructuras y estilos de vida acordes con un ‘buen vivir’, con bajo consumo de materiales”.
Para más información:
Michael Renner, «Economía verde al servicio de las personas». Política Exterior 148, julio-agosto 2012. (En abierto)