La singular ficha siria tiembla, pero todavía no cae

 |  29 de marzo de 2011

Egipto no es igual que Túnez. Libia, diferente de Egipto. Y Siria, poco que ver con Libia. Sin embargo, todos estos países (junto a Yemen y Bahrein, Marruecos y Argelia) se han visto y se ven sacudidos por una ola de cambio provocada por una población que brama contra el mal gobierno, el autoritarismo y la corrupción, señas de identidad de los regímenes autocráticos que desde hace décadas rigen los destinos de la región del norte de África y Oriente Próximo.

En el caso de Siria, el corresponsal de El País, Enric González, explica las diferencias con los casos tunecino y egipcio, resaltando la inviabilidad de una revolución poco cruenta y tutelada por el Ejército, ya que las principales fuerzas militares sirias están dirigidas directamente por la familia de Bachar el Asad, presidente sirio, y son inseparables del régimen. Habría que mirar más bien hacia el ejemplo de Libia, afirma González, “lo que podría disuadir a la gran mayoría de la población urbana, harta de la dictadura, la corrupción y la decadencia económica, pero muy poco interesada en una guerra interna o en sustituir el régimen de El Asad, que permite ciertas libertades privadas, siempre que no afecten a la política, por un régimen islamista”.

Con una población de 23,2 millones y una edad media de 21,5 años, un PIB per cápita de 2.870 dólares, una inflación del 6,8% y, según Transparencia Internacional, una de las tasas de corrupción más elevadas del mundo, Siria cumple los requisitos para que su población se movilice en contra del régimen responsable de esta situación. En el peor de los casos, se podría asistir a una cruenta guerra civil, aunque difícilmente a una intervención extranjera en apoyo de uno de los bandos.

Las diferencias respecto a Libia se encuentran ahí, en el ámbito diplomático: el papel que juega Siria en el complicado tablero de Oriente Próximo es incomparable al de Libia, a pesar de toda la retórica del régimen. Al lado de El Asad, Muammar el  Gaddafi puede ser considerado un paria, por mucho provecho internacional que hubiese sacado a los dólares provenientes de petróleo.

“Contra todo pronóstico –cuenta Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante—, El Asad no solo ha conseguido salir airoso de su aislamiento internacional, sino que ha logrado convertir Siria en un actor central en Oriente Próximo, con una acertada política exterior basada en la diversificación de sus alianzas”. Siria se ha aproximado a Turquía, Arabia Saudí y Francia sin sacrificar su alianza estratégica con Irán, Hezbolá y Hamás, indispensable para preservar la imagen de Bashar como portavoz de un nacionalismo árabe cada vez más islamizado.

Mientras las movilizaciones, con epicentro en la ciudad de Deraa, prosiguen (los muertos por la represión alcanzan las 60 personas), el régimen promete reformas. El Asad tiene previsto dirigirse a sus ciudadanos para anunciar el levantamiento del estado de excepción vigente desde 1963 y un cambio de gobierno en pleno. Está por ver si estos anuncios aplacarán las protestas. La complicada ficha de dominó que representa Siria tiembla, pero todavía no cae.

Para más información:

Ignacio Álvarez-Ossorio, “Siria-Turquía: una alianza en construcción”. Política Exterior núm. 139, enero-febrero 2011.

Ignacio Álvarez-Ossorio, “El movimiento islamista en Siria”. Política Exterior núm. 124, julio-agosto 2009.

Ignacio Álvarez-Ossorio, “Siria”. Blog Próximo Oriente.

The Economist, “Syria, next on the list?”. Artículo, marzo 2011.

Reporteros sin Fronteras, “Siria: continúa el apagón informativo”. Artículo, marzo 2011.

 

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