A medida que el mundo salía de la crisis financiera mundial de 2008-2009, los datos se transformaron de forma decisiva, pasando de ser lo que antes había sido un subproducto sin valor de las transacciones comerciales –el “escape de datos”– al “nuevo petróleo”, el activo de capital esencial de la economía impulsada por los datos, que había cambiado cualitativamente.
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El trío de avances tecnológicos que impulsó esta transición surgió en la esfera económica estadounidense en el apogeo del momento unipolar de Estados Unidos. El aprendizaje profundo fue desarrollado por Geoffrey Hinton en la Universidad de Toronto en 2006, pero las técnicas fueron captadas primero por empresas estadounidenses, en particular, Google. El iPhone fue lanzado el 29 de junio de 2007 por la empresa estadounidense Apple. La aplicación de las GPU (unidades de procesamiento gráfico) para ejecutar redes neuronales fue iniciada en 2009 por Andrew Ng y su equipo de la Universidad de Stanford.
Rápidamente se reconocieron sus implicaciones: Eric Schmidt, ejecutivo de Google, en una conferencia sobre tecnología celebrada en Barcelona en 2010, transmitió la sensación de que se estaba iniciando una nueva era. Schmidt la describió como la era del móvil: la informática móvil y las redes de datos móviles. Continuó diciendo que “estas redes son ahora tan omnipresentes que podemos saberlo todo, literalmente, si queremos. Lo que la gente está haciendo, lo que a la gente le preocupa, la información que se vigila, podemos saberlo literalmente, si queremos y si la gente quiere que lo sepamos”.
Si la historia servía de guía, el futuro era brillante, tanto para el mundo como para la economía que tuviera la ventaja de ser la primera.
Cómo la economía basada en el conocimiento transformó la geopolítica
Tres décadas antes se había producido una transición tecnológica similar, también liderada en Estados Unidos, que dio paso a la economía basada en el conocimiento. Los acontecimientos significativos en ese caso fueron el reconocimiento político de la importancia de la innovación y de la propiedad intelectual (PI) para la economía estadounidense, señalado por la aprobación de la Ley de Procedimientos de Patentes para Universidades y Pequeñas Empresas (Ley Bayh-Dole) en 1980 (considerada ahora una de las piezas legislativas más importantes para la innovación estadounidense); el lanzamiento del ordenador personal (PC) de IBM en 1981; y el lanzamiento del software de diseño/fabricación asistida por ordenador (CAD-CAM) para el PC en 1981-1982, que revolucionó el diseño industrial.
Las consecuencias geopolíticas de ese cambio fueron profundas. A lomos de una economía rejuvenecida impulsada por la innovación, Estados Unidos superó el desafío del “Sol Rojo Naciente” de Japón; declaró la victoria en la Guerra Fría con la Unión Soviética; logró la expansión del sistema de comercio internacional basado en normas para cubrir sus nuevas áreas de interés –la propiedad intelectual y los servicios– mediante el nuevo Acuerdo sobre los Aspectos de la Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio y el nuevo Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (incluido en el acuerdo que fundó la Organización Mundial del Comercio); disfrutó de un estimulante auge tecnológico a finales de la década de 1990 que vio cómo su índice tecnológico clave, el NASDAQ, alcanzaba cotas estratosféricas; e inscribió a sus antiguos adversarios en el orden basado en normas con un tratado entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia, y la entrada de China en la OMC. Un asunto apasionante.
La economía impulsada por los datos resultó diferente
Las cosas no podrían haber sido más diferentes tras las revoluciones tecnológicas que dieron paso a la economía impulsada por los datos. A principios de la década de 2020, al final de la primera década de esta nueva economía, incluso mientras las corporaciones estadounidenses explotaban su ventaja de ser las primeras para convertirse en gigantes globales con capitalizaciones bursátiles de billones de dólares, Estados Unidos estaba de vuelta de todo y el mundo se había sumido en una agitación social, geoeconómica y geopolítica.
Estados Unidos había empezado a desgarrarse internamente por cuestiones sociales (armas, aborto, vacunación, inmigración y raza) y pronto se le comparó con un Estado fallido. De hecho, se ha debatido activamente la cuestión de si está al borde de una segunda guerra civil, especialmente tras el asalto al Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021. Al mismo tiempo, Washington está librando una guerra tecnológica defensiva a gran escala contra Pekín, un país que apenas figuraba en el mapa tecnológico en 2010.
Europa, parte integrante del ancla transatlántica del experimento de globalización encarnado en la OMC, se ha visto reducida por el Brexit, y trata de encontrar su equilibrio en la “autonomía estratégica”, desgarrada por luchas internas a lo largo de múltiples líneas de falla, y tratando de hacer frente a una guerra del siglo XX en su frontera oriental lanzada por una Rusia revanchista. Y el sistema de gobernanza mundial desarrollado en la posguerra parece incapaz de hacer frente a la confluencia de múltiples crisis que se entrecruzan (lo que se ha descrito como la policrisis).
¿Cómo debe entenderse todo esto? ¿Cómo es posible que Estados Unidos, que había convertido su ventaja inicial en la revolución informática en una carrera de 30 años hacia el dominio económico y político mundial, no sólo perdiera su ventaja inicial sino que la viera involucionar en todos los frentes?
Las condiciones tecnológicas y económicas de la economía impulsada por los datos ofrecen una explicación unificadora. China comenzó a cambiar la ecuación en la década de 2010 con un importante programa destinado a desarrollar sus capacidades de generación de propiedad intelectual.
Estados Unidos y China
Estados Unidos y China se encontraban en una senda de confrontación mucho antes de los albores de esta nueva era, dada la antigua política estadounidense de frenar el ascenso de China como potencia económica y militar. Sin embargo, incluso en 2008, la relación era de “aliados tácitos”. En su discurso sobre el estado de la Unión de 2008, el presidente George W. Bush sólo mencionó a China una vez, al mismo tiempo que a India, en una declaración sobre la importancia de los grandes mercados emergentes para la política medioambiental. Aunque el “pivote hacia Asia” del presidente Barack Obama en 2009, en los albores de la economía impulsada por los datos, señaló la cautela estadounidense ante el ascenso de China, la principal medida práctica fue promover los intereses de EEUU para que Pekín aumentara su protección de la propiedad intelectual, lo que, según los análisis de EEUU, mejoraría enormemente los rendimientos del capital estadounidense.
China comenzó a cambiar la ecuación en la década de 2010 con un importante programa destinado a desarrollar sus capacidades para generar PI. Pero a pesar de un impresionante aumento de su tasa de solicitudes de patentes, en 2021 seguía estando por detrás de Estados Unidos por un enorme margen en ingresos internacionales por PI, lo que refleja los 30 años de ventaja de Estados Unidos en su entrada en la economía basada en el conocimiento.
Sin embargo, China había entrado en la economía basada en los datos simultáneamente con EEUU y con ventajas de escala conferidas por el tamaño de su población. Para sorpresa de muchos observadores, el sector chino de Internet no se marchitó bajo la censura tras su Gran Cortafuegos. Experimentó un auge, apoyado por la contratación de trabajadores tecnológicos (incluso de Silicon Valley) y mediante la promoción de empresas emergentes del sector privado con incubadoras financiadas por el gobierno y capital riesgo del sector público.
Florecieron empresas como Alibaba, Tencent y Baidu. Se fundó un grupo de nuevas empresas que se convertirían en nombres muy conocidos, como Meituan (marzo de 2010), Xiaomi (abril de 2010) y Didi (junio de 2012). A mediados de 2014, cuando Alibaba salía a bolsa con su oferta pública inicial, China bloqueó prácticamente todos los servicios de Google en el país. Como señaló el investigador tecnológico Matt Sheehan, “El Gobierno chino había conseguido un inesperado triplete: bloquear a los gigantes de Silicon Valley, censurar el discurso político y seguir cultivando un Internet controlable, rentable e innovador.”
Y cuando China sorprendió a los responsables políticos estadounidenses tomando la delantera en los mercados mundiales en un área crítica –la tecnología de telecomunicaciones de quinta generación (5G)–, Estados Unidos se vio impulsado a actuar urgentemente, desencadenando lo que equivalió a un implacable blitzkrieg geoeconómico de espectro completo –todo menos la guerra– destinada a detener el avance tecnológico de China. Esto incluyó prohibiciones a la exportación de tecnología avanzada estadounidense a una “lista de entidades” cada vez mayor de empresas, institutos de investigación y otras personas chinas; el desmantelamiento forzoso de las inversiones chinas en corporaciones estadounidenses ricas en datos; una “Iniciativa China” muy criticada por el Departamento de Justicia dirigida a investigadores y profesores universitarios chinos para erradicar las sospechas de robo de tecnología; orientación a las universidades estadounidenses para que revisen sus asociaciones tecnológicas con entidades chinas; e intensos esfuerzos diplomáticos dirigidos a conseguir que terceros países rechacen la tecnología 5G china y no se unan a la Iniciativa Belt and Road de China, entre otras medidas.
La llegada de las nuevas tecnologías de uso general de la economía impulsada por los datos, combinada con el ritmo acelerado de innovación que permiten, ha tenido el efecto de impulsar la relación entre China y Estados Unidos desde la competencia hacia la confrontación.
Estados Unidos y Europa
Durante la larga posguerra, la relación comercial bilateral entre EEUU y la UE fue la mayor del mundo y su acuerdo mutuo sobre las normas comerciales fue esencial para la elaboración del marco multilateral. Del mismo modo, en el ámbito de la seguridad, la OTAN fue la alianza primordial para ambas partes en el enfrentamiento de Occidente con la Unión Soviética durante la Guerra Fría. La transformación de las fricciones “habituales” entre Estados Unidos y la Unión Europea en la Unión en busca de una “autonomía estratégica” fue, por tanto, inesperada.
La contribución directa de las condiciones tecnológicas y económicas de la economía impulsada por los datos a este conflicto cada vez más agudo se produjo principalmente en dos ámbitos: las posiciones políticas divergentes sobre los datos y sobre la privacidad; y el conflicto sobre las rentas económicas.
La decisión Schrems del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en 2015 invalidó el marco de “Puerto Seguro” que se había desarrollado para regir los flujos bilaterales de datos entre la UE y Estados Unidos.
Al carecer de plataformas digitales propias, la Unión Europea fue la primera gran jurisdicción en actuar contra el poder de mercado de las plataformas digitales, incluidas Google, Amazon y Apple, al tiempo que imponía multas a Facebook por violaciones de la privacidad de los datos.
Los Estados miembros de la UE desarrollaron planes de impuestos sobre los servicios digitales para captar parte del beneficio que las grandes plataformas obtenían por operar en una jurisdicción de forma virtual. En 2020, la administración de Donald J. Trump abandonó las negociaciones fiscales internacionales en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y advirtió de que tomaría represalias si los Estados miembros de la UE seguían adelante con sus planes de imponer dichos impuestos, que, aunque no se dirigieran nominalmente a las empresas estadounidenses, golpearían principalmente a estas empresas.
Para desarrollar a sus propios campeones de la economía digital, la Unión Europea puso en marcha un programa de Mercado Único Digital y adoptó políticas industriales asociadas que pretenden captar posiciones de liderazgo para Europa en las tecnologías impulsadas por los datos.
En consecuencia, a medida que avanzaba la década de la economía impulsada por los datos, Estados Unidos y la Unión Europea se distanciaron, y podría decirse que el principal impulso provino de las condiciones tecnológicas y económicas de la economía impulsada por los datos. Hubo otras complicaciones indirectas, a las que volveré más adelante.
La relación UE-China y el problema de los tres cuerpos
La relación UE-China entró en un periodo caótico con los albores de la economía basada en datos. A medida que aumentaban las fuerzas que impulsaban las desavenencias entre Estados Unidos y China y entre Estados Unidos y la Unión Europea, la Unión Europea y China se vieron abocadas a un acercamiento, incómodo desde la perspectiva de la UE. China es un importante mercado en crecimiento para las exportaciones de la UE; al mismo tiempo, existen muchos puntos de fricción entre ambos en materia de gobernanza, derechos humanos y políticas industriales.
Europa trató de racionalizar esto estableciendo una posición estructurada respecto a su relación con China, como socio de cooperación en áreas en las que tienen objetivos estrechamente alineados, como socio negociador cuando había que alcanzar un equilibrio de intereses, como competidor económico en la búsqueda del liderazgo tecnológico y como rival sistémico cuando se promueven modelos alternativos de gobernanza. Del mismo modo, China cortejó a la Unión Europea como su mayor destino de exportación y un importante destino para las inversiones en el exterior a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, incluso en activos como el puerto griego del Pireo y el Expreso Ferroviario China-Europa, fuertemente subvencionado. En el contexto económico impulsado por los datos, China enumeró numerosas áreas de cooperación a las que dedicarse, incluido el desarrollo de la “China Digital” junto con el Mercado Único Digital de la UE, la cooperación en materia de 5G y la aplicación del Reglamento General de Protección de Datos.
Así, esta dinámica dio lugar a resultados aparentemente contradictorios, como la conclusión del Acuerdo Global de Inversiones China-UE, que sorprendió a la administración entrante de Joe Biden, mientras que Europa también trabajaba conjuntamente con Estados Unidos y Japón en un programa para contrarrestar las subvenciones industriales de China, y más tarde se unía a Estados Unidos en un nuevo Consejo de Comercio y Tecnología para adelantarse a la aparición de nuevas fricciones entre ambos.
Aquí, podemos establecer una analogía con el problema de los tres cuerpos en física, que se refiere a la imposibilidad de predecir analíticamente el movimiento de tres cuerpos celestes que interactúan mediante la gravedad. En la posguerra, Estados Unidos y la Unión Europea estaban estrechamente acoplados, con sistemas de gobernanza económica y política en gran medida compatibles. El resultado fue estabilidad y previsibilidad. Sin embargo, el ascenso de China creó una nueva fuerza gravitatoria que tiró de este acoplamiento. Y luego llegó la sacudida que supuso para este sistema el advenimiento de la economía basada en los datos, que alejó a Europa de Estados Unidos. Al igual que las fuerzas gravitatorias entre los cuerpos celestes pueden dar lugar a un movimiento impredecible y caótico, la interacción de factores económicos, políticos y estratégicos entre estas tres potencias ha provocado resultados aparentemente contradictorios e inestabilidad.
Prueba de ello fueron las reacciones en Europa a la visita del presidente de Francia, Emmanuel Macron, a China en abril de 2023, en la que habló de “autonomía estratégica”, incluso mientras perseguía un compromiso comercial. Significativamente, Macron no salió con ningún compromiso chino para frenar a Rusia, lo que consternó a Europa del Este, que sigue mirando a Estados Unidos en busca de apoyo en materia de defensa, dada la incapacidad de Alemania para cumplir con sus obligaciones en la OTAN, por no hablar de enfrentarse a Rusia si se produjera una guerra convencional ya impensable.
Rusia
La interacción entre las tres principales potencias de los datos en las condiciones tecnológicas y económicas emergentes en la economía impulsada por los datos era suficientemente compleja. Sin embargo, había otro actor en este sistema. Rusia tenía su propia agenda y sus propios activos que explotar.
Históricamente, la Unión Soviética había librado una guerra “no cinética” con Occidente por ideologías políticas, económicas y sociales. El término artístico utilizado en la Unión Soviética era “medidas activas”. Ivan Kalugin, un destacado desertor, las describe como medidas utilizadas “para debilitar a Occidente, para abrir brechas en las alianzas comunitarias occidentales de todo tipo, en particular en la OTAN, para sembrar la discordia entre los aliados, para debilitar a Estados Unidos a los ojos de los pueblos de Europa, Asia, África, América Latina, y preparar así el terreno en caso de que realmente se produzca la guerra. Para hacer a Estados Unidos más vulnerable a la ira y la desconfianza de otros pueblos”.
Aunque la Unión Soviética había perdido la Guerra Fría, las capacidades que adquirió para librar la guerra de la información no se evaporaron cuando tiró la toalla. Tampoco se amortizó por completo el stock de influencia sobre la opinión pública en el resto del mundo. Más bien se transfirió a Rusia como principal Estado sucesor de la Unión Soviética.
Cuando Rusia salió de la crisis de los mercados emergentes de 1997-1998, también quedó bajo el liderazgo de Vladimir Putin, cuya carrera había comenzado con un periodo de 16 años como oficial de inteligencia extranjera en el KGB, sirviendo esencialmente en primera línea de la guerra de la información rusa. Casualmente, como señaló el académico de política exterior Stephen Blank, “Empezando por Chechenia en 1999-2000 y a través de los conflictos en Estonia, Georgia y Ucrania, Moscú ha empleado sistemáticamente sus conceptos de IW [guerra de la información]”.
Internet facilitó enormemente la guerra de información, y el auge de los medios sociales en la economía impulsada por los datos fue un multiplicador de fuerzas. En sentido figurado, puso las “medidas activas” en esteroides. Los datos, en este contexto, eran material fisible: el “nuevo plutonio”.
La economía basada en los datos jugó a favor de Rusia. Moscú no tardó en explotar el nuevo entorno informativo para volver a entrar en el juego geopolítico. Y lo que es más importante, lo hizo desplegando su capacidad de guerra de la información en la campaña presidencial estadounidense de 2016, aprovechando las redes sociales en apoyo del candidato Trump, sobre lo que volveré más adelante.
El compromiso de Rusia queda ilustrado por el caso de “Donbass Devushka” (que se traduce como “chica del Donbás”), un personaje de Twitter que pretendía ser una mujer del Donbás ocupado, que tuiteaba mensajes a favor del Kremlin, pero que resultó ser una ex suboficial de la Marina estadounidense que vivía en el estado de Washington y gestionaba la cuenta de Twitter con un equipo de 15 personas. Esto salió a la luz a raíz de la revelación del papel de “Donbass Devushka” en la difusión de la acertadamente llamada filtración “Discord” de información del Pentágono.
Los medios sociales y la desinformación impulsada por los datos
La economía impulsada por los datos facilitó un modelo de negocio que aprovechaba los datos recogidos en los medios sociales y la participación en el comercio electrónico para generar beneficios. Sin embargo, las externalidades asociadas a esto, que dieron lugar a lo que se ha denominado “La era de la desinformación”, quedaron sin control y permitieron la generación del caos social tanto espontáneo como manipulado-, al menos en las economías con espacios de información abiertos.
En las economías con espacios de información cerrados, por el contrario, la manipulación social posibilitada por las tecnologías de la economía basada en los datos contribuyó a afianzar el poder establecido. En su libro La era del hombre fuerte: Cómo el culto al líder amenaza la democracia en todo el mundo, Gideon Rachman documenta el nuevo autoritarismo que ha surgido tanto en los sistemas democráticos como en los autocráticos. Que la era del hombre fuerte coincida también con la era de la economía basada en los datos y la era de los medios sociales no es, en mi opinión, una coincidencia.
En conjunto, las externalidades negativas, como la difusión en línea de falsedades o “hechos alternativos” y la erosión de la confianza en la ciencia y la gobernanza a través de los ataques de los medios sociales a las “élites”, los “medios dominantes”, etc., amplifican enormemente los empujones geopolíticos que la economía basada en los datos ya había puesto en marcha.
El comodín
El comodín que surgió fue Donald J. Trump, el candidato aparentemente inelegible, que fue elegido en medio de acusaciones de injerencia extranjera realizadas principalmente a través de los medios sociales, y que gobernó a base de tuits, una verdadera criatura de la transformación digital. Su administración adoptó políticas comerciales perjudiciales tanto para Estados Unidos como para sus aliados, minando la confianza de estos últimos, al tiempo que impulsaba a los adversarios hacia nuevas alianzas.
Si Trump estaba bajo la influencia de Vladimir Putin o si fue el resultado de la combustión espontánea de la desinformación y el divisionismo a los que son propensos los medios sociales es, a efectos prácticos, discutible: sus políticas funcionaron como si estuvieran guionizadas para consolidar el sentimiento antiamericano, socavar las instituciones internacionales, promover el desmembramiento de Europa (a través del Brexit) y dejar dividida a la accidentada Unión Europea mientras Vladimir Putin atacaba Ucrania y el sistema liderado por Estados Unidos en el que Europa había confiado durante décadas. Occidente no estaba en absoluto preparado para afrontar las consecuencias.
Una cosa es mirar atrás y tratar de descifrar por qué y cómo sucedió esto; otra es intentar comprender lo que esto significa de cara al futuro.
Y la geopolítica cambió
En efecto, las condiciones tecnológicas y económicas de la economía basada en los datos transformaron la geopolítica. La ola fue al principio modesta, pero creció rápidamente. Desde el 24 de febrero de 2022 (quizá se podría retrotraer al 4 de febrero de 2022, cuando se anunció el pacto “sin límites” entre Xi y Putin), el impacto acumulado ha sido de época.
Una cosa es mirar atrás y tratar de descifrar por qué y cómo ha sucedido esto; otra es intentar comprender lo que esto significa de cara al futuro. Esto se debe a que otra revolución tecnológica más está sobre nosotros con la introducción generalizada de la inteligencia artificial (IA), con innumerables aplicaciones económicas, sociales y militares.
Basándonos en avances verdaderamente importantes en múltiples dimensiones desde el comienzo de la presente década –incluyendo la escala y variedad de chips especializados en IA, la escala de los modelos de IA, especialmente los grandes modelos lingüísticos, y los protocolos de entrenamiento ampliamente mejorados, como he esbozado en otro lugar– nos encontramos ahora en una nueva era económica de capital de conocimiento de las máquinas, ilustrada gráficamente por el fuerte repunte de las patentes de IA a principios de la presente década.
En esta economía, la IA se convierte en un factor de producción omnipresente, que incluye aplicaciones de IA generativa (como ChatGPT en el desarrollo de texto y Midjourney en el desarrollo de imágenes) y una nueva era de máquinas autónomas, que utilizan plataformas de IA como la Jetson Orin de NVIDIA, que afirma ser capaz de realizar hasta 275 billones de operaciones por segundo y ofrecer un rendimiento ocho veces superior al de la generación anterior.
Estas nuevas aplicaciones ya están enviando ondas de choque a través de las sociedades. Pero lo que hemos visto hasta la fecha es sólo el prólogo: cientos de miles de empresas de todo el mundo están desarrollando aplicaciones de IA en una serie de plataformas, que van desde empresas superestrellas que utilizan sus propios chips de IA personalizados, pasando por empresas de nueva creación que utilizan ofertas de “software como servicio” (SaaS) basadas en la nube, hasta empresarios que utilizan estaciones de trabajo de sobremesa de NVIDIA preinstaladas con herramientas de desarrollo de IA como TensorFlow y PyTorch -suyas a partir de 4.416,50 dólares-, marcando el comienzo de la era de las bandas de garaje en el desarrollo de la IA.
Además, la fusión de IA de generación de texto e imágenes que ha causado sensación y consternación es sólo el principio: Meta, la empresa antes conocida como Facebook, ha anunciado su sistema de IA ImageBind, que afirma fusionar seis modalidades: texto, imagen/vídeo, audio, profundidad, movimiento térmico y espacial. Sí, hay un poco de bombo corporativo – los “sensacionales seis” en el discurso promocional de Meta – pero los trabajadores del mundo deberían sentarse y tomar nota.
Y luego llegamos a la geopolítica. La IA se ha convertido en el epicentro de los conflictos geopolíticos, con Estados Unidos y China enfrentados con capacidades asimétricas. Estados Unidos está de nuevo a la cabeza de esta revolución tecnológica, con 14.700 empresas emergentes de IA, frente a las 2.017 de China. Estados Unidos también contaba con 52 unicornios de IA frente a los 19 de China, a finales de 2022. La Doctrina Sullivan estipula que Estados Unidos considera esencial no sólo mantener una ventaja en IA, sino que ésta sea lo más amplia posible.
Sin embargo, China también tiene una misión, ya que ha presentado 389.571 patentes en el ámbito de la IA, es decir, el 74,7% del total mundial, durante el periodo 2011-2020. Además, China tiene muchas ventajas de escala:
China cuenta con cerca del 50 por ciento del total mundial de robots industriales instalados y registró un crecimiento del 44 por ciento en 2021; esto posiciona a China para desplegar robots cada vez más inteligentes en un sistema de producción que ya utiliza robots. Cuenta también con 2,73 millones de estaciones base 5G hasta mayo de 2023, más del 60 por ciento del total mundial, lo que la posiciona con la infraestructura más amplia para el uso de máquinas autónomas.
El fabricante chino de drones DJI posee aproximadamente el 70 por ciento del mercado mundial de drones; esto posiciona a China para el despliegue de dispositivos autónomos de bajo nivel. Doscientas mil empresas y 5,35 millones de desarrolladores utilizan la plataforma de desarrollo de IA PaddlePaddle de Baidu, presumiblemente la mayoría de ellos chinos.
Comenzamos esta última nueva era con una geopolítica forjada en la economía impulsada por los datos, que es inherentemente inestable (el problema de los tres cuerpos), y que ya está siendo remodelada por la batalla para dominar la IA. La estructura institucional internacional no ha seguido el ritmo. Lo que tenemos se desarrolló bajo la tutela estadounidense durante su momento unipolar y ya no refleja la estructura de poder real del mundo.
Además, nuestras instituciones de gobernanza económica, sobre todo la OMC, se diseñaron para la economía basada en el conocimiento y sólo se han actualizado parcial y mínimamente para la economía basada en los datos. El valor de los datos aún no se ha reconocido formalmente en las cuentas de producción y comercio ni en acuerdos económicos como el Marco Inclusivo de la OCDE/Grupo de los Veinte. Apenas hemos empezado a pensar en las implicaciones para las normas de la OMC del comercio de “productos” con agencia.
Nuestras instituciones sociales no han tenido tiempo de evolucionar para hacer frente a las vulnerabilidades abiertas por el mundo de los medios sociales, de la vigilancia tanto estatal como capitalista, y de los mensajes impulsados por memes. El nuevo “ismo” que acecha al mundo no está escrito en un manifiesto. Es más bien un paradigma impulsado por los datos y creado por algoritmos entrenados en el aprendizaje automático, que utilizan técnicas desarrolladas para la “economía de la atención” que siembran la división mediante la minería de grandes datos para identificar y explotar las líneas de falla de la sociedad.
Las narrativas y los memes abarrotan ahora nuestro espacio informativo, y lo que sabemos depende de la información a la que estemos expuestos, tanto si vemos “hechos” como “hechos alternativos”. Las narrativas no tienen por qué tener sentido ni resistir un escrutinio serio; todo lo que requieren es una repetición interminable. Esto refleja el adagio de Internet conocido como la ley de Brandolini, que sostiene que el esfuerzo necesario para refutar una falsedad es un orden de magnitud mayor que el esfuerzo necesario para crearla en primer lugar.
Hoy en día, el mundo está en guerra –guerra caliente, guerra fría, guerra tecnológica, guerra comercial, guerra social y guerra política intestina– y Estados Unidos, que fue pionero en las tecnologías que han desempeñado un papel decisivo en la generación de estas guerras, está (sorprendentemente) jugando a la defensiva en una geopolítica profundamente alterada. Esto es más que sorprendente.
La transformación digital ha devaluado casi por completo las palabras y las imágenes y los gestos gracias a la proliferación impulsada por las máquinas. Ver ya no equivale a creer. Para permanecer en el nuevo gran juego geopolítico, las sociedades de la información abiertas, como las democracias occidentales, deben navegar de algún modo por un peligroso pasaje entre la desintegración del tejido informativo de nuestra sociedad y la moderación de los contenidos; por quién, y sobre qué base, es algo aún desconocido. Esto debe llevarse a cabo, si queremos llegar a lo que realmente cuenta, que es la acción para gestionar el mundo tangible en el que realmente existimos y sin el cual el mundo virtual de lo intangible –incluido el metaverso emergente– se evapora como el rocío en el sol de la mañana.
Artículo publicado originalmente en la web de CIGI.