En una intervención intrincada, realizada en el III Congreso de Ciencias Sociales de Flacso celebrado en Quito la última semana de agosto, la politóloga belga Chantal Mouffe llegó a la siguiente conclusión: para combatir al populismo de derechas es necesario impulsar un populismo de izquierdas. La dificultad de responder en la sala a su insistente discurso no hace menos necesaria una respuesta inmediata, al menos para que conste.
El núcleo central de su exposición consistió en defender el uso de las pasiones en la acción política. Nada nuevo, desde luego. Pero Mouffe aderezó ese tradicional platillo con algunas nubes de pimienta. Como cuando llegó a sugerir la idea semiculta de que para llegar a la defensa de la pasión, desde el racionalismo decimonónico, hay que esperar hasta Freud y su psicología de las masas. Pareciera que su apego al psicoanálisis le hace olvidar que la pasión fue el vértice de la filosofía y la acción políticas del romanticismo que floreció en las últimas décadas del siglo XIX. O cuando, ligera de equipaje, califica a uno de los exponentes de la teoría crítica, Jürgen Habermas, como simplemente un pensador liberal. Pero el error fundamental del discurso de Mouffe consiste en sugerir una polarización forzada entre pasión y racionalidad. Como si él género humano pudiera distanciar las dos cosas, o la historia no mostrara sobradamente que se puede ser apasionadamente de izquierdas, socialdemócrata, liberal o simplemente politólogo. En realidad, la racionalidad apasionada es más bien frecuente. La cuestión consiste en saber si la acción política debe distinguir entre el sustantivo y el adjetivo.
Mouffe propone el populismo de izquierdas como la respuesta más eficaz al populismo de derechas. Da por hecho de este modo que enfrentar a este último es la tarea principal de la izquierda, algo que supone una capital confusión de objetivos. La izquierda tiene como tarea central enfrentar el principal problema de nuestro tiempo: superar la desregulación del capital en el proceso de globalización, reconduciendo tal proceso hacia la lógica del bien común. Dicho de otra forma, arrebatar la hegemonía de la derecha en el presente salto económico y tecnológico. Y, desde luego, para ese denso propósito van a ser necesarias cantidades ingentes de racionalidad apasionada.
En realidad, Mouffe no ha variado mucho su cadena de significantes (discurso), por decirlo en la jerga lacaniana que le gusta: ayer fue la defensa del populismo peronista y hoy sugiere un populismo de izquierdas. No es una propuesta que parezca interesante ni novedosa. Además de que, en el fondo, no es otra cosa que una contradicción en los términos.