Médicos Sin Fronteras (MSF), una de las organizaciones no gubernamentales más reconocidas a nivel global (en 1999 recibió el premio Nobel de la paz), cumple cuarenta años. En estas cuatro décadas, su tarea principal no ha cambiado: ayudar a las víctimas de catástrofes, de origen natural o provocadas por el hombre, como los conflictos armados. Sí lo ha hecho, sin embargo, el contexto en el que trabaja su personal sobre el terreno.
“Tenemos poco que celebrar, ya que las crisis a las que respondemos en la actualidad recuerdan mucho a las primeras emergencias en las que MSF intervino hace cuatro décadas —explica José Antonio Bastos, presidente de la organización en España–. Además, al trabajar con víctimas de la guerra y la violencia, constatamos que el espacio para una ayuda humanitaria independiente, que realmente llegue a quien más la necesita con urgencia, se está reduciendo peligrosamente”.
¿En qué consiste esa reducción? En la utilización de la acción humanitaria tanto en el discurso político como en las estrategias militares, siendo manipulada sobre el terreno como instrumento al servicio de la política, como propaganda de una intervención o como elemento explícito de la estrategia militar, según denuncian desde MSF.
La oficialización del supuesto rol humanitario de los ejércitos y la proliferación de las llamadas “guerras humanitarias” ha limitado el acceso a las poblaciones en zonas de conflicto. “Esta deliberada confusión entre lo militar y lo humanitario coloca a las organizaciones humanitarias independientes en la percepción de poblaciones y grupos armados, en uno de los bandos del conflicto”, afirman desde MSF.
La falta de respeto al trabajo médico se traduce en actos de violencia contra el personal humanitario y las estructuras de salud. En Afganistán, por ejemplo, actividades como los movimientos de militares sin uniforme en vehículos de color blanco, idénticos que los utilizados por las organizaciones humanitarias, o la distribución de comida o ayuda a cambio de información sobre los talibán, han convertido a las organizaciones humanitarias en objetivo militar.
¿El resultado? La erosión de la confianza en las agencias de salud y el personal humanitario. Cada vez les resulta más difícil acceder a quienes necesitan la ayuda, población, que queda desatendida y sin acceso a la atención básica, pues son pocas las organizaciones que pueden prestarles asistencia en tales circunstancias.
El debate sobre la confusión sobre qué objetivos tienen algunos Estados y organizaciones como MSF no es nuevo. En un artículo para Política Exterior 47, octubre-noviembre de 1995, Mariano Aguirre ya trataba dicha cuestión. “Las catástrofes humanitarias obligan a una revisión de principios del Derecho internacional, a una redefinición de la legitimidad del Estado en relación a los derechos humanos y de los alcances de la responsabilidad internacional”, concluía Aguirre, para quien Naciones Unidas, la organización internacional por antonomasia, debía tener un papel protagonista.
Para más información:
Mariano Aguirre, «Los dilemas del intervencionismo humanitario». Política Exterior núm. 47, octubre-noviembre 1995.
Aitor Zabalgogeazkoa, «Haití: la ayuda humanitaria internacional a examen». Política Exterior núm. 139, enero-febrero 2011.