No hace mucho, un chiste popular ruso decía: “Los que no quieran escuchar al ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, tendrán que tratar con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu”. Ahora es oficial.
El presidente ruso, Vladímir Putin, suele hacer declaraciones sobre política exterior. El mes pasado, dedicó varias horas a hablar de asuntos mundiales en la reunión anual del Club Valdai; más recientemente, concedió una amplia entrevista a la televisión rusa, en la que habló de Ucrania, Bielorrusia, la OTAN y Estados Unidos. Su aparición el 18 de noviembre en una reunión de altos funcionarios del ministerio de Asuntos Exteriores ruso dio lugar a un discurso público y a más debates privados, que por supuesto siguen siendo confidenciales. El discurso fue bastante breve, pero planteó varios puntos nuevos e importantes. El pasaje más interesante e intrigante se refería a los adversarios de Rusia: EEUU, sus aliados de la OTAN y Estados satélites como Ucrania.
“Nuestras recientes advertencias han tenido cierto efecto: las tensiones han surgido allí de todos modos”, dijo Putin a los funcionarios reunidos. “Es importante que permanezcan en este estado el mayor tiempo posible, para que no se les ocurra montar algún tipo de conflicto. No necesitamos un nuevo conflicto”, añadió el presidente ruso.
Putin no se refería a las advertencias diplomáticas. La diplomacia está paralizada de facto en las relaciones de Rusia con Ucrania, la OTAN, las principales potencias de la Unión Europea –como Alemania y Francia– y con EEUU al menos en lo que respecta a Kiev. El Kremlin ha descartado por completo al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, como socio negociador. Exasperado por el hecho de que los europeos se pongan en la práctica del lado de Kiev y en contra de Moscú en lo que respecta a la aplicación de los Acuerdos de Minsk, el ministerio de Asuntos Exteriores ruso publicó la correspondencia diplomática entre su jefe, Serguéi Lavrov, y sus homólogos de París y Berlín. Según Serguéi Ryabkov, adjunto de Lavrov, los recientes intercambios sobre Ucrania con la subsecretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland, durante su visita a Rusia, no produjeron ningún resultado ni ayudaron a la comprensión en Washington de los argumentos de Moscú. El Kremlin, por otra parte, respondió a la expulsión por parte de la OTAN de los oficiales rusos adscritos a la misión de Moscú en Bruselas rompiendo todos los lazos con la Alianza.
«La diplomacia está paralizada ‘de facto’ en las relaciones de Rusia con Ucrania, la OTAN, las principales potencias de la UE y con EEUU al menos en lo que respecta a Kiev»
Así, las advertencias a las que probablemente se refería Putin son las actividades militares rusas. A principios de año, el ministerio de Defensa ruso llevó a cabo unas maniobras importantes que incluían una concentración significativa de fuerzas a lo largo de toda la frontera con Ucrania: al norte, al este y al sur. Los movimientos de las tropas rusas se hicieron claramente visibles, y trasladaron el escalofriante mensaje de que podría no ser un simulacro. Dmitri Kozak, el hombre clave del Kremlin en el Donbás y en las relaciones con Kiev, repitió la advertencia anterior de Putin de que un intento ucraniano de retomar las regiones escindidas de Donetsk y Lugansk –al igual que la fracasada aventura del entonces presidente georgiano Mikheil Saakashvili en Osetia del Sur en 2008– significaría el fin del actual Estado ucraniano. De hecho, las maniobras fueron tomadas en serio por los estadounidenses. El general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de EEUU, mantuvo consultas directas con el general Valeri Gerasimov, jefe del Estado Mayor ruso. Finalmente, el presidente estadounidense, Joe Biden, invitó a Putin a una reunión en Ginebra a mediados de junio que dio lugar a la reanudación de las conversaciones de estabilidad estratégica entre ambos países.
Sin embargo, no se produjo una desescalada en lo que respecta a Ucrania, la región del mar Negro y, más ampliamente, Europa del Este. Durante el verano, un destructor de la Armada británica desafió a Rusia navegando por aguas territoriales frente a Crimea, y Ucrania aprobó una ley que negaba a los rusos étnicos el estatus de comunidad indígena, preparándose para adoptar otra ley que, en opinión de Moscú, equivaldría a que Kiev abandonara formalmente los acuerdos de Minsk. En Donbás, los ucranianos utilizaron un avión no tripulado de fabricación turca para golpear a las fuerzas prorrusas; la OTAN aumentó de manera significativa su presencia y actividad en el mar Negro; y los bombarderos estratégicos de EEUU volaron en misiones a tan solo 20 kilómetros de la frontera rusa, según Putin. La crisis del precio del gas en Europa provocó amargas acusaciones de que Rusia la había causado. Incluso la crisis de los inmigrantes en la frontera con Polonia, que forma parte de un plan del líder bielorruso, Alexandr Lukashenko, para castigar a la UE y coaccionar a sus líderes para que dialoguen con él, se achacó directamente al Kremlin. Lo que algunos en Moscú habían llamado prematuramente el “espíritu de Ginebra” se evaporó.
«Lo que algunos en Moscú habían llamado prematuramente el ‘espíritu de Ginebra’ tras la positiva reunión de Biden y Putin en la ciudad suiza, se evaporó pasado el verano»
No es que Rusia no estuviera haciendo nada para responder e incluso adelantarse a sus adversarios. Rusia permitió que medio millón de personas que acababan de adquirir la nacionalidad rusa en Donbás votaran en las elecciones de septiembre a la Duma Estatal; hizo que los productos de las empresas del Donbás pudieran ser adquiridos por el gobierno ruso, y detuvo las entregas de carbón a Ucrania. Tanto el presidente Putin como Dmitri Medvédev, que ahora es vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, publicaron largos artículos en los que criticaban mordazmente la política de las autoridades ucranianas y concluían que ya no tenía sentido hablar con Kiev. En este contexto, aparecieron informes en EEUU que sugerían que Rusia volvía a concentrar sus fuerzas en la frontera y que posiblemente se preparaba para invadir Ucrania más pronto que tarde.
En estos momentos, el temor a una guerra en Ucrania es generalizado. El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, ha advertido al Kremlin de que no intente repetir lo que hizo en 2014, no sea que se arrepienta. De hecho, lo que está en juego es mucho mayor hoy que hace siete años. En 2014, Putin, habiendo recibido un mandato del Parlamento ruso para usar la fuerza militar “en Ucrania”, limitó su uso fáctico a Crimea, ampliándolo de forma encubierta a la región del Donbás. La próxima vez, como sugieren las propias palabras de Putin, el alcance geográfico de la acción militar rusa, en caso de que el comandante en jefe ruso lo ordene, es probable que sea mucho más amplio. Quienes especulan sobre la forma que podría adoptar no necesitan mirar los antiguos precedentes de Afganistán, Checoslovaquia o Hungría. Tiene más sentido fijarse en Siria, con la salvedad de que una guerra en Ucrania podría no ser contenida.
¿Tomará el presidente Putin la fatídica decisión? ¿Es Ucrania ese “asunto pendiente” que intentará despachar antes del final de su reinado? ¿O es un farol? Algunas cosas están claras. Sea o no miembro de la OTAN, ver a Ucrania convertida en un portaaviones insumergible controlado por EEUU y estacionado en la frontera rusa a solo unos cientos de millas de Moscú –una comparación acertada de mis colegas de Carnegie en Washington– no es más aceptable para el Kremlin de lo que ese otro portaaviones insumergible, Cuba, fue para la Casa Blanca hace casi 60 años. Cualquier dirigente ruso trataría de impedir ese anclaje, utilizando cualquier medio a su disposición.
«Sea o no miembro de la OTAN, ver a Ucrania convertida en un portaaviones insumergible controlado por EEUU a solo unos cientos de millas de Moscú no es más aceptable para el Kremlin de lo que ese otro portaaviones insumergible, Cuba, fue para la Casa Blanca hace casi 60 años»
Otra contingencia sería una acción militar masiva de las fuerzas ucranianas en el Donbás, por muy improbable que parezca en Occidente. Lo que hizo Saakashvili al intentar retomar Osetia del Sur por la fuerza en 2008 nunca pareció demasiado inteligente, y sin embargo no fue detenido por el principal aliado de Georgia. En su discurso ante los diplomáticos, Putin calificó a los países occidentales de poco fiables. En particular, los acusó de reconocer solo “superficialmente” las líneas rojas y las advertencias de Rusia, con independencia de lo que signifique esa “superficialidad”.
Putin ha pedido a Lavrov que ofrezca a Rusia “serias garantías a largo plazo” en la región euroatlántica. Esto es desconcertante. Poco pueden hacer los diplomáticos rusos para procurar a Putin lo que quiere. Lo más probable es que el jefe de Estado ruso esté exhortando a sus diplomáticos a explotar los frutos de la disuasión militar que Putin organiza en torno a Ucrania, en la región del mar Negro y en otros lugares del este de Europa. Por supuesto, el presidente ruso no ha dejado esta tarea enteramente en manos de sus subordinados. Incluso mientras pronunciaba su discurso de línea dura, su secretario del Consejo de Seguridad estaba en conversaciones con el consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan, sobre otra posible reunión entre Putin y Biden. Como siempre ocurre con la disuasión, solo puede funcionar si la amenaza es creíble, mientras que cualquier intento de comprobar si la otra parte va de farol puede acabar en desastre.
Artículo publicado en inglés en la web del Centro Carnegie de Moscú. La pieza forma parte del proyecto Seguridad en la región del Mar Báltico, realizado con el apoyo de la Real Embajada de Dinamarca en Moscú.
El esfuerzo intencionado de Estados Unidos al invitar la OTAN a Georgia y Ucrania en 2008, no tuvo en cuenta ( o si…) la fortaleza de la oposición rusa, ni la correlación de fuerzas favorables a Moscú. Occidente era perfectamente conocedor de lo que Ucrania significa para Moscú al diseñar determinadas estrategias. Para el Kremlin, Ucrania es una cuestión de Seguridad Nacional, y el resultado de aquellas políticas solo ha conseguido una permanente victimización de ese maravilloso país que es Ucrania. El presidente Zeleski se enfrenta a un problema de enorme magnitud, para la que no posee ni las herramientas ni los apoyos internacionales suficientes. Mientras, la población se encuentra en medio de un pivote geoestratégico del que no pueden escapar.