La región del Nagorno Karabaj, poblada hasta el año pasado por armenios étnicos desde hace centenares de años, se convirtió en un problema para el Estado armenio después de que, tras lograr una primera independencia con el Tratado de Sèvres 1920 – en el que se procedía a la desmembración del Imperio Otomano en la región noreste, relativa al Kurdistán y el Cáucaso – la región fuera anexionada a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán tras la incorporación del Cáucaso a la Unión Soviética por la fuerza en 1922.
En la era de la perestroika y la glasnost de Gorbachov, se desarrolló en Armenia una organización social civil liderada por Ter-Petrosyan, cuyas acciones le llevaron a la declaración unilateral de independencia de Armenia en 1990, convirtiéndose el Estado en una república semi-presidencialista que, a pesar de los objetivos “democratizadores” iniciales, arrastró una fuerte herencia soviética. El movimiento de independencia surgió a raíz de la declaración de la I Guerra del Nagorno Karabaj en 1988, cuando se pretendió obtener de iure la anexión de un territorio que, de facto, ya era armenio. Se produjo en ese momento la autoproclamación de la república de Artsaj, de gobierno armenio, que operó y dirigió sobre el terreno las acciones de la región tras la paz firmada en 1994.
Después de 27 años de régimen autocrático en Armenia, el año transcurrido en 2017 y 2018 supuso un cambio radical dentro de la política del pequeño Estado caucásico. Después de una revolución incruenta – la Revolución de Terciopelo de 2018 – accedió al poder Nikol Pashinyan, líder del partido opositor Contrato Civil. Desde ese momento, la política de Pashinyan ha estado orientada a redirigir las aspiraciones armenias y, en especial, a desvincularse progresivamente del área de fuerte influencia rusa, apuntando la mirada hacia otras alianzas en la región y fuera de ella que le permitieran desarrollar una política más cercana a Occidente. La II Guerra del Nagorno Karabaj en 2020 supuso un duro revés en estas aspiraciones, cuando Ilham Aliyev, líder autócrata de Azerbaiyán, logró imponerse a un anticuado y desgastado ejército armenio que se había quedado obsoleto tanto en técnica como en táctica. La firma de los acuerdos de 2020-2021 supusieron la anexión de buena parte de la mencionada región por parte del régimen de Bakú, que había aprendido de los errores cometidos en la I Guerra y había desarrollado una alianza creciente con Turquía – al pertenecer a la comunidad de Estados túrquicos – quien le había suministrado los drones de reconocimiento y ataque Bayraktar TB2 – verdaderos protagonistas del conflicto – junto con un adiestramiento militar moderno y equipos renovados en materia militar.
De esta manera, si 2018 supuso la reinvención política interna de Armenia – que en los últimos años ha progresado en su proceso de liberalización democrática, pasando de ser un Estado autoritario a uno iliberal, según The Economist – 2020 marcó el inicio de una nueva agenda internacional para Pashinyan y todo su gabinete. La presencia en el terreno de tropas de paz rusas para controlar las fronteras y mantener pacificado el patio trasero de la Federación Rusa – la doctrina geopolítica del Blizhneye zarubezhye – resultó insuficiente e inoperativa en septiembre de 2023. Las tropas azeríes habían mantenido un bloqueo terrestre entre Armenia y Nagorno Karabaj a través del corredor de Lachín, siguiendo la doctrina impuesta por Heydar Aliyev en 1994. Padre del actual presidente Ilham Aliyev y alto dirigente en época soviética, el expresidente azerí (1993-2003) sostuvo en su momento que la verdadera estrategia para expulsar a los armenios sin ser agresores a ojos del mundo era por medio de la imposibilidad de su vida ordinaria. El resultado: Pashinyan se encontró a finales de 2023 con más de 120.000 refugiados armenios que cruzaron cual Éxodo bíblico a Armenia desde una Atsaj ahora completamente desmantelada y un Nagorno Karabaj anexionado por completo de facto a Azerbaiyán.
La inoperancia rusa en el manejo de la situación – distraídos con la Guerra de Ucrania iniciada en 2022 – fue el último elemento que lanzó al PM armenio a buscar la ayuda fuera de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO por sus siglas en inglés), una organización que aunaba a buena parte de exrepúblicas soviéticas bajo un control de facto de Rusia. Las relaciones se han diversificado, tanto con Estados dispares como India como con más próximos como Francia – con la tercera comunidad más grande de la diáspora armenia en el mundo. Con esta última se han venido fortaleciendo los lazos estrechamente con la firma de recientes acuerdos en materia de seguridad colectiva, entrega de armamento moderno y la profundización de las relaciones bilaterales con la visita de Sébastien Lecornu, Ministro de Defensa francés, el pasado 23 de febrero. El peso francés en esta nueva andadura armenia ha tenido su gran repercusión en Europa.
Este 24 de febrero se cumplía un año del inicio de la misión civil de la UE en Armenia – EUMA, por sus siglas en inglés – que viene dedicando grandes esfuerzos en la patrulla de las fronteras del sur de Armenia; unas fronteras que vienen siendo violadas en repetidas ocasiones, la última este 28 de febrero, cuando dos soldados azeríes cruzaron armados la frontera en la región sureste de Syunik para llevar a cabo labores de espionaje de las defensas armenias y, posiblemente, un ataque armado, un hecho que recordó fuertemente al acontecimiento del 13 de abril de 2023, cuando tropas azeríes decapitaron a un ciudadano en territorio armenio. El motivo: Armenia supone un obstáculo terrestre que divide a Azerbaiyán de su enclave Najicheván, al suroeste de Armenia y limítrofe con Turquía. Las pretensiones del régimen azerí son las de lograr un corredor – por medios diplomáticos o empleando la fuerza si es preciso – que una definitivamente Bakú con Ankara, logrando así una continuidad territorial de todos los Estados túrquicos entre el Mar Mediterráneo, el Caspio y Asia Central.
Europa, que había permanecido con una Política Exterior de Seguridad Común – PESC – lejana a sus territorios y centrada en misiones de paz, se ve ahora envuelta en la necesidad de convertirse en un actor geopolítico en un mundo cada vez más globalizado. Las guerras de Ucrania y Gaza, tan cercanas a sus fronteras terrestre y marítima, le han llevado a un estado de alerta en el que pretende lograr una posición de ventaja respecto de los Estados que pretenden desestabilizar la Unión. Armenia, enclavada en el Cáucaso, se encuentra en un punto estratégico al ser el nexo de unión histórico de los tres grandes imperios de la zona – el ruso, el otomano-turco, y el persa-iranio. Ello se demuestra con la ampliación tanto en tiempo como en recursos de la EUMA, así como con la última decisión aprobada por el Parlamento Europeo este miércoles 28 de febrero de ratificar los acuerdos 0389/2023 y 0403/2023, solicitando la imposición de sanciones económicas a Azerbaiyán y el cese de los acuerdos energéticos con una república que ha sido denunciada por varios plenarios, como el búlgaro Angel Djambazki o el francés François-Xavier Bellarmy.
«Las pretensiones del régimen azerí son las de lograr un corredor que una definitivamente Bakú con Ankara»
La situación del Cáucaso Sur vuelve a ser de gran interés para la Unión Europea, necesitada de una mayor proyección geopolítica ante la realidad que se presentó en su frontera el 24 de febrero de 2022, cuando Vladimir Putin inició una guerra de agresión contra Ucrania, que previamente se había estado aproximando a la UE. El temor de que una acción así se repita con Armenia y la posición estratégica que ésta ocupa como puerta trasera de los Estados desestabilizadores de los intereses europeos – Irán, Rusia, Turquía y, en cierta medida, China – hace que Europa vuelva su mirada a los límites geográficos del continente, donde se puede presentar la oportunidad de asegurar una posición geoestratégica de gran valor ante la creciente importancia del corredor terrestre euroasiático y el aumento de unas potencias autócratas en crecimiento que amenazan con desestabilizar el orden europeo.