La ONU condena a Corea del Norte

 |  18 de febrero de 2014

372 páginas, 80 testimonios directos y una conclusión clara: Corea del Norte ha cometido crímenes contra la humanidad. El informe de la ONU, dirigido por el juez australiano Michael Kirby y presentado el 17 de febrero ante el Consejo de Derechos Humanos, parece una retrospectiva de los episodios más atroces del siglo XX. Desgraciadamente, fue redactado a lo largo de 2013.

Es de sobra conocido que en Pyongyang gobierna un régimen totalitario, a caballo entre el estalinismo y la monarquía absoluta (la dinastía Kim controla el país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial). La opacidad del país oculta un extenso historial de violaciones de Derechos Humanos. Pero esa misma falta de transparencia da alas a la rumorología y a bulos delirantes. Aunque la elaboración del informe supuso la primera resolución dictada por el Consejo de Derechos Humanos sin una votación, el documento es riguroso y cuenta con el aval de la ONU.  En ese sentido, marca un claro antes y un después en la relación de este organismo con Pyongyang. Las autoridades norcoreanas, por su parte, se han negado a colaborar con el informe y han rechazado “total y categóricamente” su contenido.

El informe es espeluznante. En él se recoge el uso de tortura, abducciones, detenciones arbitrarias, encarcelamiento masivo, e incluso la retención deliberada de alimentos para controlar a la población norcoreana. El régimen que preside Kim Jong-un es clasificado  como una dictadura “sin parangón en el mundo contemporáneo”, que mantiene a entre 80.000 y 120.000 presos en un auténtico archipiélago de gulags. Cientos de miles de norcoreanos han sido asesinados por su gobierno a lo largo de las últimas décadas. El régimen ha recurrido al infanticidio y los abortos forzados para impedir a parejas de opositores tener hijos. Lo único que impide clasificar a la dictadura como genocida es que el criterio para semejantes atrocidades es político antes que étnico o religioso.

Hay más. Se da la paradoja de que el socialismo Juche divide a la población en castas rígidas y hereditarias a través del sistema songbun. Los haeksim, leales al régimen, son premiados con acceso a servicios básicos (alimentación, sanidad, educación) e incluso viviendas en Pyongyang. Los dongyo son una casta intermedia, cuya lealtad se considera dudosa. Los choktae, “hostiles” al régimen, son brutalmente discriminados o encarcelados. En un detallado informe, Robert Collins asegura que la explotación de norcoreanos “hostiles” convierte en mano de obra esclava a un tercio de los 25 millones de habitantes del país. Los propios norcoreanos asumen este sistema brutal con cierto humor negro. Los “leales” son catalogados como tomates –rojos por dentro y por fuera– y los “dudosos” como manzanas, rojas por fuera pero blancas por dentro. Los “hostiles” son uvas, posiblemente porque el régimen los pisotea con regularidad.

Aunque es difícil ascender en el songbun, no lo es caer en desgracia. Sirva como ejemplo Jang Song-thaek, tío y mentor de Kim Jung-un. Acusado de intentar traicionar al “Querido Líder”, el dirigente fue ejecutado sin reparos el pasado diciembre. Cuando un norcoreano es etiquetado como “hostil” también lo es el resto de su familia, que pasa a estar amenazada de muerte.

Ante la acumulación de atrocidades, no sorprende que Kirby haya comparado el régimen de Pyongyang con el nazismo. Tampoco que haya solicitado a la comunidad internacional que actúe para poner fin a lo que está ocurriendo al norte del paralelo 38. Pero no existe una solución evidente para este problema. Es posible que China vetase el intento de llevar a Kim Jong-un ante la Corte Internacional de Justicia. Y la noción de acabar con el régimen por la fuerza choca de bruces contra la realidad: Pyongyang probablemente posea armamento nuclear, y la artillería norcoreana puede descargar medio millón de obuses sobre Seúl en una sola hora, reduciendo la capital de Corea del Sur a escombros en los primeros sesenta minutos de conflicto. Una intervención militar arrastraría no sólo a Corea del Sur, sino al resto de potencias regionales: China, Japón, Estados Unidos, e incluso Rusia.

“La presión exterior y la indignación moral”, observa Remco Breuker, experto en Corea y profesor en la Universidad de Leiden,no van a mejorar las cosas en el interior del país”. Su conclusión, desgraciadamente, es tan frustrante como acertada.

 

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