Allí donde crece el peligro crece también la salvación
Friedrich Hölderlin
Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “tal como verdaderamente fue”. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un momento de peligro.
Walter Benjamín, Tesis sobre la historia y otros fragmentos.
Veinte años después del asesinato de su padre, Héctor Abad pudo y supo apoderarse de ese doloroso recuerdo y convertirlo en literatura. Su libro El olvido que seremos confirma, de la misma manera que lo hace La escritura o la vida de Jorge Semprún, la posibilidad de ordenar ese “recuerdo que relumbra en el momento de peligro”. Había elegido olvidar esos años para tratar de reconstruir una vida –como Semprún escogió vivir y no recordar Buchenwald, no escribir Buchenwald– pero ese olvido resultaba imposible de compatibilizar con las ansias de reivindicar y recordar la figura del padre heroico y del padre amado. Como ya le pasó tanto a Semprún como a Primo Levi, hay un movimiento doble y una difícil confabulación de olvido para la supervivencia y de recuerdo para la coherencia –“No era imposible escribir: habría sido imposible sobrevivir a la escritura […] Tenía que elegir entre la escritura y la vida y opté por la vida” (Semprún)– que dieron como fruto demorado uno de los libros de no ficción más conmovedores de las última décadas.
Tras alumbrar esta memoria de la muerte, Héctor Abad cayó en una profunda crisis como creador: tanto éxito resultó paralizante, resultó autocuestionador, resultó asfixiante. El autor se preguntaba si podría volver a la ficción tras haberse “vaciado” literalmente en la no ficción. Ocurría que cada borrador de nuevo libro era desechado simple y llanamente porque al escritor no le gustaba lo que escribía. O cada libro que se ponía en su camino era el erróneo: en todo caso, no era el libro de ese momento. Porque nuestra hipótesis es que tras El olvido que seremos, el autor debía continuar la línea hacia la otra cara de la moneda: un libro de ficción con los mismos materiales, los mismos miedos, las mismas inquietudes, las mismas emociones. Todo el proceso que le había llevado a El olvido… debía completarse, años después en La Oculta.
No obstante, el camino a La Oculta fue espinoso: varias crisis personales, algunos consejos del sumo sacerdote Vargas Llosa –que le confió sus recetas contra el bloqueo–, una novela que casi terminó pero que no pudo publicar por extraños motivos y otra novela comenzada en un cuaderno que perdió en Berlín volviendo a su casa una noche en bicicleta.
Pero cuando ya La oculta eclosiona, y lo hace de forma inesperada, el autor se da cuenta de las infinitas posibilidades de ese texto que puede estar, a la vez, en el pasado, en el presente y en el futuro. “El recuerdo que relumbra” del que habla Benjamin puede servir como sostén para un texto absolutamente abarcador. Un texto que en palabras del autor sirve “para asustar” y “para cambiar las cosas” y que habla de “un pasado bueno y un futuro horrible”. Las voces de los tres hermanos narradores abren la posibilidad de contar algunas de las Colombias posibles: la tradicional, la progresista, la exilada, la homosexual. Antonio, Pilar y Eva, tres miradas heterogéneas tejidas y cruzadas con maestría a través de los hilos de la memoria, completan un puzle, un mapa personal y múltiple de una familia, la disección con bisturí realista de un país donde a veces asoma el miedo, pero también hay espacio para el amor.
La voz de Toño permite bucear en los orígenes de la región de Antioquia, una suerte de paraíso perdido conquistado por seres aguerridos y solidarios. La narración de estos 200 años de historia trata de explicar el presente desde una mirada antropológica y diacrónica, la de Toño, quien desde su exilio neoyorquino solo piensa en el lugar donde es feliz.
Eva es la hermana libre y rebelde, el personaje más atractivo porque simboliza el futuro optimista de Colombia, la valentía, la salvación. Protagoniza el episodio central y trepidante de la novela: con Eva amamos apasionadamente y nos salvamos.
Pilar simboliza el orden, el sostén de la familia y de la tierra. La oculta se mantiene gracias a Pilar que sigue el mandato familiar del patriarca “no vendan la finca, la tierra nos lo ha dado todo”.
Los tres trascienden la categoría de “personajes” y representan, desde la fractalidad y la polifonía, las posibilidades, inquietudes, sueños y frustraciones de la Colombia que fue, de la que es, de la que vendrá.
El cuarto personaje fundamental es La Oculta, aquel lugar que da sentido a la existencia, al que los personajes quieren volver, aquello que les une y les salva (a Eva la salva de sus asesinos). Así, Hector Abad, entronca con la más pura tradición de la novela de la tierra (La vorágine, de José Eustasio Rivera) para llegar a un discurso universal, global y extrapolable. No deja de ser excepcional que en la era del simulacro y de la narrativa “pangeica” (Mora, 2006), en el momento de los universos histéricos e interconectados, haya novelas que vuelvan a la esfera de lo íntimo, a la “autenticidad” contada sin prisa que no por ello deja de bordear y jugar con la frontera realidad/ficción y se proyecta desde lo menor a un simbolismo elocuente. Frente a lo virtual, lo espectacular y el no lugar, Abad vuelve a La comedia humana, al arraigo y al canto a la tierra, a la novela de ideas precisa, sin aparente artificio, compleja, incisiva, reveladora. Parece una novela de tiempo antiguo, a lo siglo XIX, y ello porque es una buena historia contada a la manera de antes, con lentitud, demora, belleza: como si hubiera todo el tiempo del mundo para hacerlo.
En suma, La Oculta es una novela que trata de contraponer un pasado mítico con un futuro tenebroso y de esta manera conjurarlo. Trata de que la literatura anuncie peligros y nombre enemigos –hay un tono apocalíptico en el final de la novela, pero también cierto aliento de redención–. En La Oculta Abad logra todo eso y logra, además, no perder el tono poético, intimista y profundo que alcanzó en El Olvido que seremos. A veces, es necesario un muerto para explicar miles.
Los dos libros redondean un universo literario que trasciende las fronteras y que componen un macrotexto “que relumbra en un momento de peligro”.