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Vista de los árboles de sangre de dragón en la cima de la montaña Dixam, en la isla yemení de Socotra, un espacio de importancia mundial para la conservación de la biodiversidad. GETTY

La naturaleza, ¿sujeto de derecho?

En su lucha contra la pérdida masiva de biodiversidad, los círculos conservacionistas apuestan por reconocer a la naturaleza derechos intrínsecos e inalienables, considerando a la Tierra como una comunidad política poblada por diversos tipos de personas, solo algunas de ellas humanas.
Luis Esteban G. Manrique
 |  3 de enero de 2022

En noviembre de 2017, científicos que trabajaban en Sumatra (Indonesia) descubrieron una nueva especie de orangután, elevando a siete el número de especies de los grandes simios, los parientes biológicos más cercanos que tiene el ser humano. Un año después, la construcción de una represa y una central hidroeléctrica comenzó a destruir el único hábitat de los 800 orangutanes tapanuli, a pesar de que el proyecto, de 1.600 millones de dólares, solo iba a añadir un 1% a la generación eléctrica del país. Y no es el único caso.

En las próximas décadas se va a producir una expansión sin precedentes de todo tipo de infraestructuras –carreteras, puertos, puentes…– que exigirán inversiones multimillonarias. Hacia mediados de siglo, habrá 24 millones de kilómetros de nuevas carreteras, suficientes para circunvalar el planeta 600 veces. Más del 90% de ese nuevo asfalto se verterá en países en desarrollo. Mientras tanto, la Tierra, que sostiene diversas formas de vida desde hace 4,2 millones de años, está experimentando lo que los biólogos califican como la sexta extinción masiva y que podría hacer desaparecer el 75% de las especies actualmente existentes. La quinta ocurrió hace 66 millones de años, cuando el choque de un asteroide contra la superficie terrestre provocó la extinción de los dinosaurios.

Las extinciones son un proceso natural. Un 99% de las especies que han existido ya no existen por una razón u otra. Es el ritmo de las pérdidas lo que ha cambiado. Más de la mitad de los vertebrados que se han extinguido desde el siglo XVI comenzaron a desaparecer desde principios de siglo pasado, es decir, una tasa de extinción entre 100 y 10.000 más veces que lo normal, dependiendo de las especies.

La actividad humana, que ha alterado el 75% de la superficie terrestre y el 50% de los ecosistemas marinos, es lo único que explica la diferencia. Un 30% de las tierras y casi el 75% de los recursos hídricos se dedican a la agricultura y la ganadería. En estimaciones de la FAO, en 2015 un 30% de las especies de peces de consumo humano estaban siendo explotadas a niveles insostenibles.

 

Huellas ecológicas

La huella ecológica de 7.500 millones de personas (el doble que en 1950), la urbanización (que se ha duplicado desde 1992), la contaminación y el cambio climático han sido devastadores para los hábitats tropicales en los que se concentra la mayor biodiversidad. Según un estudio de 2014 de WWF, en los últimos 40 años el número de animales salvajes se ha desplomado un 50% y el de los de vertebrados, un 60% desde 1970.

En los últimos 40 años han desaparecido un 90% de las mariposas monarca (Danaus plexippus), famosas por sus migraciones que cada invierno lleva a millones de ellas a California y México después de una travesía de casi 5.000 kilómetros. Desde 1970, ha desaparecido la mitad de los arrecifes coralinos, que sostienen el 25% de las especies marinas. Y entre 1970 y 2012, la megafauna de agua dulce ha caído un 88% a escala global. El arapaima, un pez que puede alcanzar los tres metros y que respira aire, ha desaparecido casi por completo de los ríos amazónicos por la sobrepesca. Las represas son especialmente dañinas para las especies migratorias. Dos terceras partes de los cursos de los mayores ríos del mundo –entre ellos el Amazonas, el Mekong y el Congo– han sido ya modificados por diques, canalizaciones y represas.

La International Union for Conservation of Nature (IUCN), una red global de más de 16.000 científicos, estima que unas 26.500 especies están hoy en peligro de extinción, incluyendo un 40% de los anfibios, un 25% de los mamíferos y el 14% de los pájaros. En las sabanas africanas ya solo quedan unos 7.000 guepardos. El último rinoceronte blanco murió en 2018.

Todos los años mueren miles de halcones, reptiles, jirafas y hasta búfalos, electrocutados por cables de alta tensión. Otras amenazas no son accidentales. Según WWF, unas 8.755 especies están al borde la extinción por el tráfico ilegal. Interpol estima que el negocio mueve entre 7.000 y 23.000 millones de dólares anuales. La medicina tradicional china consume penes de tigres, pangolines y cuernos de rinocerontes por sus supuestas propiedades curativas o afrodisíacas.

 

«Incluso en los escenarios más optimistas, la pérdida de biodiversidad se podría frenar, pero no detener»

 

Un informe de 1.500 páginas de la ONU sobre biodiversidad, aprobado por representantes de 130 países, estimó que en la mayoría de los hábitats terrestres la flora y fauna han caído un 20% o más en el último siglo. En esas condiciones, incluso en los escenarios más optimistas, a mediados de siglo se podría frenar la pérdida de biodiversidad, no detenerla.

Robert Watson, el químico británico que presidió el comité científico que redactó el informe de la ONU sobre biodiversidad, recuerda que la pérdida del patrimonio biológico erosiona los fundamentos mismos de las sociedades. Árboles, algas y otras especies con procesos fotosintéticos producen la mayor parte del oxígeno respirable y lo mantienen en niveles suficientes para sostener formas complejas de vida, pero no tanto como para que el aire se incendie. Elefantes y termitas reconstruyen la corteza terrestre, los castores alteran los flujos de agua y las aves, los nutrientes del suelo. Las salamandras axolotls pueden regenerar todos sus órganos, creando réplicas perfectas de los miembros que perdieron. Si el estudio de su genoma logra descifrar cómo lo hacen y reproducir el proceso, las potenciales aplicaciones médicas tendrían un valor incalculable.

Un informe anterior del comité de la ONU estimó que los servicios ecosistémicos aportan beneficios anuales no monetarios por valor de unos 24 billones de dólares solo en las Américas. En El futuro climático de la Amazonía (2014), Antonio Nobre calcula que si desaparecieran los “ríos aéreos” provocados por la humedad forestal, se desertizaría un área que representa el 70% del PIB suramericano.

 

Vías legales

En los últimos años ha comenzado a abrirse paso en los círculos conservacionistas la opción jurídica, es decir, reconocer a la naturaleza derechos intrínsecos e inalienables, un razonamiento que considera a la Tierra como una comunidad política poblada por diversos tipos de personas, solo algunas de las ellas humanas.

Las ideas tienen consecuencias. El pasado octubre, una corte de Ohio reconoció que el centenar de hipopótamos que hoy viven libres en el río Magdalena, descendientes de los cuatro que Pablo Escobar importó en 1981 para su hacienda, son “personas jurídicas” y, por ello, merecedoras de protección legal contra los intentos de castración de las autoridades colombianas.

 

«Según activistas como Wise y Korsgaard, los humanos deben tratar a todos los seres sintientes como ‘fines en sí mismos’, siguiendo los argumentos de Kant sobre el valor inherente de la vida humana»

 

Aunque el dictamen no es vinculante para Colombia, Christopher Berry, directivo de Animal Legal Defense Fund (ALDF), que presentó la demanda, cree que sienta un valioso precedente para que los animales puedan ejercer derechos legales como el de no ser tratados con crueldad. En 2017, la Corte Suprema colombiana falló a favor de Chucho, un oso de anteojos que había sido llevado a un zoológico en el Caribe, ordenando que fuera trasladado a un ambiente en el que tuviera “plenas y dignas condiciones de semicautiverio”. Es decir, donde pudiera ser un oso.

Según activistas como Steven Wise y Christine Korsgaard, los humanos deben tratar a todos los seres sintientes como “fines en sí mismos”, siguiendo los argumentos de Kant sobre el valor inherente de la vida humana. Korsgaard no cree que el homo sapiens sea más importante que otras especies, lo que pone en cuestión su derecho a disponer de ellas como le plazca.

En 2018, Nonhuman Rights Project (NRP) presentó un recurso de habeas corpus en favor de dos chimpancés, Tommy y Kiko. En 2016, la chimpancé Cecilia fue llevada a un santuario en Brasil después de que una táctica legal similar lograra su liberación de un zoológico después de que la Justicia argentina la considerara un “sujeto de derecho no humano”.

 

Te Awa Tupua, Pachamama, Gaia…

En 2017 en Nueva Zelanda –donde los maoríes consideran a los ríos entidades dotadas de vida propia (Te Awa Tupua), el Parlamento reconoció la personería jurídica del río Wahnganui. Los legisladores sostuvieron que las leyes civiles no necesitan compartir la cosmología maorí o el “animismo legal”, solo tener en cuenta que las creencias maoríes aportan pautas racionales prácticas para diseñar políticas en relación al uso y gestión de recursos naturales.

Según la constitución ecuatoriana, la naturaleza tiene derecho a un respeto integral de su “existencia, ciclos vitales y procesos evolutivos”. El vicepresidente boliviano, David Choquehuanca, defiende sustituir del antropocentrismo por una visión que concibe a la Pachamama como un “ser vivo sagrado”.

En 1969, James Lovelock, que había trabajado para la NASA en el primer intento de descubrir vida en Marte, formuló la “hipótesis Gaia”, en alusión a la diosa griega de la Tierra, que plantea que la biosfera autorregula su entorno físico, especialmente la temperatura y química atmosféricas, para que sea más hospitalario con la vida.

Aunque muchos científicos se burlaron en su momento de sus tesis, nuevos descubrimientos han terminado por confirmar muchas de ellas. La ciencia, al fin y al cabo, nunca ha dado una definición universalmente aceptada de lo que constituye la vida, solo una larga lista de sus cualidades y propiedades. Como muchos organismos, el planeta tiene una estructura, una membrana y biorritmos, consume, almacena y transforma energía. Y si cometas o asteroides transportan microorganismos a otros mundos, los planetas pueden incluso procrear.

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