Donald Trump sostiene unos Tic Tac mientras habla de los efectos de la inflación en Washington D.C., Estados Unidos, el 22 de junio de 2024. GETTY

La inflación, un duro oponente para Trump

Donald Trump se enfrentará a la difícil tarea de mantener el crecimiento económico sin provocar una mayor inflación. Sin embargo, sus promesas electorales serán difíciles de conciliar con este ambicioso objetivo sin renunciar a varios de sus compromisos.
Matteo Bursi
 |  30 de enero de 2025

Según varias encuestas preelectorales, muchos votantes estadounidenses percibían la economía como el tema clave para decidir si optaban por votar a los demócratas o a los republicanos en las elecciones presidenciales de 2024. Durante la administración de Joe Biden, el PIB de EEUU creció de manera constante y el desempleo alcanzó niveles muy bajos. Sin embargo, por primera vez desde 2004, el Partido Demócrata perdió la presidencia, el voto popular, la Cámara de Representantes y el Senado. Esta situación aparentemente paradójica, según algunos comentaristas, encuentra una explicación en el tema de la inflación. Desde esta perspectiva, un número significativo de estadounidenses habría votado por Donald Trump debido a los fuertes aumentos de precios experimentados durante los últimos cuatro años, culpando a la administración demócrata saliente de no proteger suficientemente el poder adquisitivo de los ciudadanos y empresas estadounidenses.

Durante y después de la campaña electoral, el magnate ha afirmado que puede frenar la inflación, haciendo hincapié en su plan para intensificar la explotación de los recursos energéticos nacionales. Esta propuesta, amparada en una de las muchas órdenes ejecutivas firmadas por Trump al asumir el cargo, podría ayudar a contener las subidas de precios, pero es poco probable que sea una solución definitiva. Asimismo, su eficacia podría verse compensada en gran medida por las presiones inflacionistas derivadas de otras políticas que el político republicano ha prometido aplicar.

 

La inflación estadounidense, en descenso pero persistente

En la fase pospandémica, tras casi una década de estabilidad significativa de los precios, la inflación estadounidense comenzó a aumentar de forma pronunciada, alcanzando un máximo del 9,1 % en junio de 2022 (interanual). Varios factores impulsaron este aumento. Sin duda, como en el caso europeo, el sector energético desempeñó un papel clave, afectado por la recuperación económica posterior a la COVID-19 y el estallido de la guerra en Ucrania. En particular, los meses en los que los precios generales se dispararon, coincidieron con importantes aumentos de los costes energéticos. De manera similar, a medida que los precios de la energía cayeron sustancialmente, la inflación general también comenzó a disminuir significativamente.

Sin embargo, muchos analistas creen que la energía no es el único motor de esta tendencia. De hecho, aunque la inflación estadounidense ha disminuido en los últimos años, sigue estando por encima del objetivo de la Reserva Federal (2 % anual) y aumentó hasta casi el 3 % en el último trimestre de 2024. Según algunos economistas, esta tendencia de los precios encuentra dos causas adicionales en el mercado laboral y la política fiscal. En este sentido, una tasa de desempleo ligeramente superior al 4 % ha creado las condiciones para que los aumentos salariales impulsen la inflación al alza. Al mismo tiempo, la persistencia de políticas fiscales altamente expansivas ha llevado a un sobrecalentamiento progresivo del lado de la demanda, lo que a su vez contribuye al aumento de los niveles de precios.

A la luz de estas consideraciones, en los últimos meses, la Reserva Federal (Fed) ha reducido cautelosamente los tipos de interés —aumentados en varios puntos porcentuales durante el pico de la crisis de inflación— y se ha abstenido de “prometer” recortes significativos del coste del dinero para 2025.

 

Los costes del Trumpnomics

Donald Trump y su secretario de Comercio designado, Howard Lutnick, identificaron un aumento masivo de los aranceles —muy superior a los aplicados entre 2017 y 2020— como piedra angular de la política económica de la nueva administración. No está claro si estos mayores impuestos sobre las importaciones se aplicarán o si se utilizarán simplemente como herramienta de negociación en los debates internacionales. Sin embargo, si el magnate es siquiera parcialmente coherente con sus intenciones declaradas, es razonable afirmar que una subida significativa de los aranceles crearía una presión inflacionaria adicional sobre la economía estadounidense. De hecho, entre los estudiosos está ampliamente aceptado que el aumento de las barreras comerciales y el incremento del coste de los bienes importados conducen inevitablemente a un aumento general de los niveles de precios.

Al mismo tiempo, la anterior presidencia de Donald Trump demostró una falta de inclinación hacia una estricta disciplina presupuestaria. De hecho, entre 2017 y 2020, la relación entre el déficit federal y el PIB se deterioró progresivamente, en gran parte debido a los recortes fiscales esbozados por la administración republicana (considere, por ejemplo, la Ley de Recortes Fiscales y Empleos). Aunque el nuevo secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha declarado su objetivo de reducir la relación déficit/PIB al 3 %, las promesas del magnate de mantener y reforzar los recortes de impuestos sugieren que es poco probable que el déficit presupuestario de EEUU disminuya significativamente en los próximos meses (actualmente supera el 6 %). Esta persistente política económica ultraexpansiva calentaría aún más la demanda y, en consecuencia, aumentaría aún más la inflación. Del mismo modo, la continua expansión de la deuda pública estadounidense podría lógicamente conducir a mayores pagos de intereses sobre los bonos del Tesoro, ejerciendo una presión adicional sobre la Reserva Federal para que intervenga con compras de bonos federales, lo que podría contribuir al aumento de los niveles de precios.

La capacidad de la nueva administración estadounidense para contener la inflación tendrá repercusiones directas en Europa. De hecho, a pesar de que el Banco Central Europeo ha afirmado su independencia de las decisiones tomadas por la Reserva Federal, parece poco probable que el BCE no tenga en cuenta el tipo de cambio dólar-euro y los tipos de interés fijados por la Reserva Federal, dado el importante impacto de estas dos variables en la economía europea: una consecuencia del tamaño del PIB estadounidense y del papel internacional dominante y aún sólido del dólar.

 

La independencia de la Reserva Federal

En este contexto, la Reserva Federal se encuentra en una posición difícil. De hecho, una inflación persistente o posiblemente creciente obligaría a la Reserva Federal a no bajar, o incluso a subir, los tipos de interés. Una decisión de este tipo, destinada a enfriar la demanda, repercutiría en el ciclo económico, afectando a su vez a la tasa de desempleo, al crecimiento del PIB y al tipo de cambio entre el dólar y otras monedas (potencialmente apreciando la moneda estadounidense en detrimento de las exportaciones).

Durante su primer mandato, Trump mostró un gran descontento con las decisiones de la Reserva Federal de subir los tipos de interés, atacando repetidamente a Jerome Powell e indicando, de forma más o menos explícita, su desaprobación del alto grado de independencia del banco central con respecto a la política. El “malestar” de la Casa Blanca con la autonomía concedida a la Reserva Federal no es una novedad de la presidencia de Trump: Richard Nixon, por ejemplo, puso a un aliado cercano (Arthur Burns) al frente de la Reserva Federal, con el fin de mantener los tipos bajos y mejorar sus perspectivas de reelección; Lyndon Johnson, por otro lado, llegó a empujar literalmente al presidente William McChesney Martin contra una pared, acusándolo de negarse a “imprimir dinero” durante una fase crítica de la guerra de Vietnam.

Sin embargo, Trump, en este asunto como en muchos otros, elevó el conflicto institucional a niveles sin precedentes. A lo largo de los años, el magnate ha atacado sistemática y públicamente las decisiones de la Reserva Federal, y, según se informa, varios asesores del 47.º presidente incluso han considerado destituir a Powell prematuramente o proponer la coordinación entre el Tesoro y la Reserva Federal en la fijación de los tipos de interés. Sin embargo, ambas opciones (que podrían disminuir significativamente la independencia de la Reserva Federal y socavar su objetivo de lograr la estabilidad de precios) son muy difíciles de implementar. La primera parece, desde un punto de vista legal, difícil de llevar a cabo y, aunque tuviera éxito, no conduciría necesariamente a un cambio drástico en la orientación de la Reserva Federal, dado que el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC), el organismo que toma las decisiones de política monetaria, está compuesto por doce miembros con derecho a voto. La segunda, la coordinación entre la Reserva Federal y el Tesoro para fijar los tipos, requeriría una enmienda a la Ley de la Reserva Federal, lo que exigiría una mayoría en ambas cámaras del Congreso, lo que, debido al obstruccionismo del Senado y a la posible oposición de algunos republicanos, sería difícil de lograr.

En este escenario, es razonable esperar que Trump se vea obligado a aceptar la independencia continuada del banco central del ejecutivo, recurriendo a atacarlo con declaraciones ruidosas con la esperanza de influir en algunos miembros del FOMC. Tal situación podría facilitar la contención de la inflación, pero socavaría los ambiciosos objetivos de expansión económica prometidos por el magnate.

 

En busca de un equilibrio complejo

Durante los próximos cuatro años, Donald Trump se enfrentará a la difícil tarea de mantener el crecimiento económico sin provocar una mayor inflación. Sin embargo, sus promesas electorales serán difíciles de conciliar con este ambicioso objetivo: sin renunciar a varios de sus “compromisos”, equilibrar el bajo desempleo, la estabilidad de los precios y el crecimiento del PIB puede resultar complejo. Los votantes estadounidenses han depositado su confianza en la supuesta capacidad del magnate para gestionar la economía mejor que Biden y Harris. Si los resultados se desviaran de los prometidos, sería lógico esperar repercusiones negativas en los índices de aprobación del 47.º presidente, aunque la lógica no siempre se aplica perfectamente en política, especialmente cuando se trata de alguien como Donald Trump.

Artículo traducido del inglés de la web del Istituto Affari Internazionali (IAI).

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