“No es tan exagerado decir que, aparte de Angela Merkel, Viktor Orbán es el líder europeo más influyente”. Quizá sí exagere Ivan Krastev, pero lo cierto es que, en ocasiones, el primer ministro de Hungría parece ser el único dirigente en la Unión Europea que tiene las cosas claras.
El 16 de junio del fundacional 1989, en los estertores del imperio soviético, Orbán tuvo la oportunidad de hablar, ante la tumba de los héroes de la revolución húngara de 1956, en nombre de la juventud húngara y, por qué no, de la juventud de Europa del Este. Su generación sentía que por fin podría determinar su propio futuro. Con 25 años, Orban conminó a las tropas soviéticas a abandonar Hungría. Y, lo que es más significativo, denunció a los líderes del partido y del gobierno presentes en la ceremonia por su hipocresía, al honrar a aquellos a los que 30 años antes habían aplastado. “Dije lo que nadie se atrevía a decir –explicó en una entrevista a Bild–, no porque fuese el más valiente, o el más inteligente, sino porque era el más joven. Los jóvenes piensan de manera radical y rompen tabúes. Solo quise decir la verdad”.
Más de un cuarto de siglo después, sus críticos dicen que Orbán ha cambiado mucho desde aquel joven que se declaraba liberal. Krastev señala que Orban sigue siendo el mismo, que lo que ha cambiado son los tiempos. “Estamos ante un talento genuino a la hora de captar el espíritu de los tiempos –afirma Krastev–. Despiadado, nada sentimental, eficaz”. Según sus admiradores, Orbán sigue diciendo la verdad, por incómoda que sea. Y más les vale a los europeos escuchar atentos, porque su supervivencia, como en 1989, está en juego.
Nuevo populismo, viejas ansiedades
El nuevo populismo en Europa, representado por Marine Le Pen, Nigel Farage y el propio Orbán, entre otros, se nutre de viejas ansiedades, exacerbadas por la crisis económica. Primero, la amenaza de la destrucción del modo de vida europeo. Segundo, el grito de “los bárbaros están a las puertas”. Y tercero, el engaño de la globalización. Su democracia iliberal es una llamada a la acción, una conjura frente a los peligros que amenazan lo que Orbán considera las esencias cristianas de Europa.
La gestión de la crisis migratoria es un ejemplo de ello. En lo que va de año, Hungría ha recibido a más de 150.000 inmigrantes y refugiados. Según Human Rights Watch, el gobierno húngaro lleva todo 2015 con una campaña en contra de los inmigrantes, incluida una consulta nacional que equiparaba la inmigración con el terrorismo. Orbán considera Hungría el primer dique de contención contra el maremoto musulmán que golpea las costas de Europa. Las humillaciones a la que son sometidos los refugiados sirios tratan de señalar el camino a Europa, al tiempo que intentan evitar el denominado “efecto llamada”.
En otros ámbitos, a Orbán tampoco le ha temblado el pulso. Tras dos mayorías absolutas en las elecciones de 2010 y 2014 y una reforma de la Constitución, el gobierno ha aumentado su control sobre la judicatura y los medios de comunicación, al tiempo que implantaba una serie de medidas fiscales e impositivas de corte heterodoxo. Contra todo pronóstico, la llamada Orbanomics ha tenido éxito.
Si Orbán es el chico malo en la clase de Ética, su notas en Economía lo sitúan entre los favoritos de la profesora. Hungría atraviesa hoy una etapa de fuerte crecimiento, el más alto de Europa en 2014. Después de crecer un 3,6% el año pasado, en el primer trimestre de 2015 el PIB volvió a repetir ese registro, lo que ha llevado a Orbán a aplazar sine die su entrada en el euro. La deuda pública está en el 77% del PIB, mientras que el déficit se haya por debajo del 3%.
De nuevo, ¿Hungría señalando el camino?
La tentación autoritaria
A diferencia de populismos de otras latitudes y épocas, el de Orbán ha de jugar en el marco de una democracia, en teoría, en plena forma, alejándose de la tentación totalitaria para acercarse a lo que Nina Khrushcheva llama la tentación autoritaria o Bobby Ghosh los demócratas autoritarios. La UE resulta un escenario propicio para este tipo de emprendedores políticos. Las fallas que dividen el continente –Norte y Sur, Este y Oeste– abonan el terreno para la desconfianza.
Muchos de los países que escaparon del internacionalismo marxista para ganarse el derecho a un Estado-nación soberano uniéndose a Occidente, se han encontrado en mitad de otro sistema supranacional que impone sus reglas en torno a la diversidad y el multiculturalismo, expone Melik Kaylan. Pensaban que finalmente les permitirían recuperar su propia identidad, tradiciones y costumbres, su sentido de etnos, de ser un pueblo cohesionado. “Por el contrario –añade Kaylan–, los húngaros sufren abusos por parte de unos y otros, entre esos uno de sus viejos torturadores, Alemania, por insistir en su inviolabilidad nacional. Más aún, deben sentir vergüenza moral por siquiera albergar tales aspiraciones, ahora asociadas con el elitismo étnico, el racismo, el nativismo y similares”.
Las opiniones de los húngaros respecto a la UE no difieren mucho de la de sus vecinos. En el último eurobarómetro, el 43% de los húngaros tenían una imagen positiva de la UE, el mismo porcentaje que quienes tenían una imagen neutral; el 13% tenía una imagen negativa. En España los resultados son peores para la UE: el 34% de la población tiene una imagen positiva, el 47% neutral y el 16% negativa. Los asuntos que preocupan a los húngaros tampoco se diferencian: migración, economía, estado de las finanzas públicas, terrorismo y paro.
La diferencia con Hungría está en el modo de afrontar su inserción en un mundo cada vez más globalizado, a la manera de su líder: despiadado, nada sentimental, eficaz. No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones. Veinte años después de su charla de 1989, antes de volver a ser primer ministro –ya lo fue entre 1998 y 2002–, Orbán escribió una tribuna titulada “Central Europe’s Unsentimental Education”. En ella dejaba claro que Hungría y su vecindad no debían tener miedo a defender sus propios intereses. Seis años después, si la Hungría de Orbán es quien marca los tiempos y señala el camino en Europa, estamos en un época oscura, aterrada, camino de tiempos más oscuros aún. Sin duda, el gato de Orbán es negro.