La COP28 fue sin duda única, aunque solo fuera por el enorme aumento de asistentes con respecto a la conferencia anterior, celebrada en Egipto. En medio del ajetreo y el bullicio de Dubai, era fácil dejarse llevar por el espectáculo que se extendía por los 6,2 km cuadrados de la Expo City. La cobertura desde los Emiratos Árabes Unidos mostró a las grandes petroleras las ventajas de hacer acto de presencia y fingir conciencia climática, una lección que perdurará en las mentes de los ejecutivos que se preparan para la COP de este año en Azerbaiyán (otro petroestado).
También fue una COP de promesas: todos, desde los EAU a Estados Unidos, pasando por ExxonMobil, dieron lo mejor de sí mismos y se comprometieron a hacer algo para evitar el desastre climático. Pero las buenas palabras no son una medida del éxito. Para evaluar con precisión la COP28, hay que ir más allá de la duración de las ovaciones en pie o de las citas llamativas y juzgar los compromisos adquiridos por los delegados: las promesas financieras y las políticas.
Poner el dinero donde se dice
Aunque los países llevan mucho tiempo aceptando el principio de responsabilidad común pero diferenciada (la noción de que los Estados comparten la obligación de responder al cambio climático, pero que dicha responsabilidad depende de la posición del Estado en el sistema internacional), los Estados ricos no han proporcionado suficiente apoyo financiero para las necesidades de adaptación y mitigación de los Estados de renta baja. En respuesta a las peticiones de un mayor acceso a una financiación equitativa, en la COP se pusieron sobre la mesa reposiciones o contribuciones iniciales a varios fondos para el clima: el Fondo Verde para el Clima, el Fondo de Adaptación, el Fondo para los Países Menos Desarrollados y el Fondo Especial para el Cambio Climático.
Entre los grupos de financiación más notables que surgieron del foro se encuentra el fondo para pérdidas y daños, acordado en Sharm el-Sheikh en la COP27 y promulgado formalmente en la COP28. El fondo, destinado a hacer frente a la carga financiera que soportan los Estados sometidos a los peores efectos del cambio climático y a compensar a los gobiernos que no han contribuido a la crisis climática, tiene los rasgos de un acuerdo histórico, pero ha conseguido decepcionar a aquellos a los que pretendía ayudar. El fondo se ubicará en el Banco Mundial, una decisión que causó controversia entre los países de renta baja y media que cuestionaban la enorme influencia de Estados Unidos en la política del Banco Mundial. A pesar de la controversia, se ha aprobado con un aluvión de compromisos.
Emiratos Árabes Unidos y Alemania se comprometieron a aportar 100 millones de dólares al fondo de pérdidas y daños. Otros donantes importantes, como Reino Unido y la Unión Europea, prometieron 76 y 245 millones de dólares respectivamente. Estados Unidos prometió 17,5 millones de dólares, una contribución que los críticos consideran vergonzosamente baja para el mayor emisor per cápita del mundo. Si se comparan con los 100.000 millones de dólares de coste económico cuantificable de los fenómenos meteorológicos extremos causados por el cambio climático que soportarán los países en desarrollo en 2022, los 700 millones de dólares palidecen. Pero estas promesas tienen como telón de fondo una enorme falta de financiación histórica.
Grandes lagunas
Aunque las promesas encaminadas a paliar las pérdidas se necesitan con urgencia, las pequeñas sumas aportadas son otro recordatorio de la gran brecha que sigue existiendo entre la voluntad financiera existente y la acción necesaria. Ya que estos fondos multilaterales aun son insuficientes para cerrar la brecha, el país anfitrión de la COP trató de ofrecer otra opción: un fondo de financiación climática de 30.000 millones de dólares gestionado como una tienda de capital privado. Gestionado por la empresa Lunate Capital, con sede en Abu Dhabi, junto con BlackRock, TPG y Brookfield, el fondo pretende catalizar una mayor inversión privada en proyectos de energía limpia, destinando el 20% de los fondos a los países en desarrollo. Aunque el compromiso de 30.000 millones de dólares es 300 veces superior al de EAU con el fondo de pérdidas y daños, sigue siendo una pequeña parte de la financiación necesaria para facilitar una transición energética justa.
En muchos sentidos, los anuncios de capital privado, las reposiciones de los fondos multilaterales de mitigación existentes y la aprobación del fondo para pérdidas y daños –acompañada por un sonoro aplauso en la sesión inaugural– marcaron la pauta de la COP28 y de lo que se desarrolló durante las dos semanas siguientes: promesas extensas con mucha cobertura y pocos precedentes de acción; las promesas anteriores, como los 100.000 millones de dólares para los países en desarrollo, parecen haberse cumplido tardíamente.
Promesas políticas
Tras el aluvión de compromisos financieros iniciales, los países pasaron a centrarse en la agenda política más amplia. Se alcanzó un amplio consenso sobre la reducción del metano, como resultado del Compromiso Mundial sobre el Metano de la COP26. El compromiso de la COP28 estipula una reducción del 30% de las emisiones de metano para 2030 y ha sido firmado por 155 países. Para supervisar este progreso, los Estados acordaron formalmente el Sistema de Alerta y Respuesta al Metano (MARS, por sus siglas en inglés), administrado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Este marco de vigilancia, que utiliza satélites para localizar fugas puntuales de metano, debería aumentar la responsabilidad de los agentes del sector, incluidos los que manifestaron su voluntad de cooperar en Dubai.
Los gobiernos han encontrado unos aliados inesperados en la industria del petróleo y el gas. En una coalición entre la industria y el gobierno, la Asociación Mundial para la Reducción de la Quema y el Metano, cuenta ahora con el apoyo de 255 millones de dólares en donaciones de los EAU, EEUU, Alemania, BP, Shell y otros. Además, 50 empresas, entre ellas BP, Saudi Aramco y ExxonMobil, han acordado eliminar sus emisiones de metano para 2030.
A primera vista, el compromiso de la industria de los combustibles fósiles parece un paso positivo hacia la creación de una coalición climática, la cual se pondrá a prueba en los próximos años. Sin embargo, estos compromisos pueden no ser más que un lavado de cara ambiental (greenwashing), ya que la industria señala las concesiones que aceptará; las empresas frenarán las emisiones a lo largo de todo el proceso de producción, pero transferirán la responsabilidad de las emisiones de su producto final a lo largo de la cadena de valor. La industria agrícola, el sector más responsable de la producción de metano, está notablemente ausente en estos compromisos.
Más allá del metano, los Estados se comprometieron a invertir en fuentes alternativas de energía. Este compromiso fue especialmente destacado en el caso de la energía nuclear, en el que Francia, Estados Unidos, Reino Unido y otros 19 países se comprometieron a triplicar la capacidad nuclear para 2050. Dada la gran variabilidad y la intermitencia del suministro implícitas en otras formas de energía renovable, el Enviado Presidencial Especial de Washington para el Clima, John Kerry, señala que “no se puede llegar a cero emisiones netas en 2050 sin algo de energía nuclear”. El compromiso nuclear –emblemático de una floreciente coalición de Estados a favor de la energía nuclear– pone de manifiesto la creciente popularidad de esta tecnología entre los países con programas nucleares heredados, así como entre los recién llegados de Europa y África.
Sin embargo, la decisión de apostar por esta fuente de energía contrasta con la reciente política de Alemania, que cerrará las tres centrales nucleares que le quedan en 2023 y actúa como abanderada de la corriente antinuclear. Afortunadamente, el Compromiso Mundial por las Energías Renovables y la Eficiencia Energética, menos discriminatorio, recibió un amplio apoyo de 123 participantes que pretendían “triplicar la capacidad mundial instalada de generación de energía renovable hasta al menos 11.000 GW en 2030”. Aunque el compromiso carece de un mecanismo de aplicación –como todos los acuerdos climáticos, incluido el de París–, el consenso internacional señala una nueva dirección para los sistemas energéticos y puede proporcionar la presión necesaria para facilitar la transición.
«El pleno cumplimiento de los compromisos de la COP28 podría garantizar que la demanda de combustibles fósiles no solo alcance su punto máximo esta década, sino que comience su descenso»
Aumentar a 11.000 GW la energía renovable podría impulsar la energía solar y eólica hasta una cuota combinada del 40% de la generación mundial de electricidad en 2030. Teniendo en cuenta que las energías geotérmica y nuclear también están en vías de expansión, el pleno cumplimiento de los compromisos de la COP28 podría garantizar que la demanda de combustibles fósiles no solo alcance su punto máximo esta década, sino que comience su descenso. Lo que nos lleva al histórico acuerdo publicado tras la clausura de la COP.
Tras dos borradores, críticas generalizadas y reuniones hasta altas horas de la noche en el despacho de Al Jaber en Expo City, se llegó a un acuerdo entre los delegados. Alcanzando el consenso entre 198 naciones con intereses variados, el acuerdo final propone “abandonar los combustibles fósiles en los sistemas energéticos”, “eliminar gradualmente las subvenciones ineficaces a los combustibles fósiles” y “acelerar los esfuerzos hacia la eliminación progresiva del carbón”.
Han tenido que pasar 28 COP para que los gobiernos nombren explícitamente los combustibles fósiles. El acuerdo es el lenguaje más contundente contra los combustibles fósiles que ha salido de una COP, abordando por fin lo que 27 conferencias anteriores evitaron cautelosamente, aunque sigue sin alcanzar el punto de referencia de la “eliminación progresiva” que muchos defensores esperaban ver. Pero como recordó a los observadores el secretario ejecutivo de la ONU sobre el Cambio Climático, Simon Stiell, “aunque en Dubai no pasamos la página de la era de los combustibles fósiles, este resultado es el principio del fin”.
Un paso, no un salto
La perspectiva de los Estados sobre la eficacia de la COP depende de la experiencia de cada país con el cambio climático. Para algunos, la decisión de abandonar los combustibles fósiles es un motivo de celebración. Los defensores del texto final, como el ministro canadiense de Medio Ambiente, Steven Guilbeault, sugieren que “la COP28 alcanzó un acuerdo histórico”. Para otros, los compromisos de financiación siguen quedándose cortos. Los críticos, como el jefe de la delegación de las Islas Marshall, John Silk, dicen que “no hemos venido aquí a firmar nuestra sentencia de muerte”. Para los pequeños Estados insulares en desarrollo, la subida del nivel del mar supone una amenaza existencial.
La COP28, por tanto, se ha erigido como salvadora y como espectáculo. Por un lado, ha hecho retroceder la aguja hacia un escenario de 1,5 grados mientras señalaba a los combustibles fósiles. Por otro, sirvió de plataforma a los mayores responsables de la contaminación global y puede haber infravalorado la urgencia de la acción climática. Dado el historial de promesas incumplidas, no es de extrañar que no todos los delegados aplaudieran los resultados. Sin embargo, el proceso de la COP es todo lo que tenemos. Aunque el impacto directo del texto sea mínimo, el documento es emblemático de un cambio en las prioridades de los Estados. Al final, la COP de Dubai ha sido un paso, no un salto. Pero en esta carrera de fondo, cada paso cuenta.
Artículo traducido del inglés de Internationale Politik Quarterly (IPQ).