Angela Merkel no pudo formar gobierno en Alemania. Un complejo laberinto institucional que Wolfgang Schäuble, nuevo presidente del Bundestag define así: “Una prueba de fuego, pero no una crisis de Estado”.
La Cámara Baja, ya constituida, está muy fragmentada y sin una mayoría estable. No habrá soluciones fáciles en un Parlamento con representantes de siete partidos. El fracaso de las conversaciones ha dejado al país en una situación inédita.
Un gobierno sin mayoría en el Bundestag no se había dado hasta ahora en la República Federal. Las mayorías cambiantes son imprevisibles, y no son convenientes para la política de un país del que se espera estabilidad interna, así como a nivel europeo e internacional.
Según un sondeo elaborado por el instituto demoscópico Forsa para el grupo de medios RTL, una mayoría de alemanes apoya la eventual repetición de las elecciones. El 27% prefiere una reedición de la Gran Coalición entre demócratacristianos y socialdemócratas, y el 24% se inclina por la formación de un gobierno en minoría. Otro dato a tener en cuenta: la encuesta revela que, de celebrarse elecciones, los alemanes apenas cambiarían sus preferencias respecto a las manifestadas en las parlamentarias del 24 de septiembre. Según Forsa, la coalición entre demócratacristianos y socialcristianos (CDU/CSU) obtendría el 31%, dos puntos porcentuales menos que en septiembre. Los socialdemócratas (SPD) alcanzarían el 21% (medio punto más que en septiembre), el Partido Liberal (FDP) conseguiría el 10% (siete décimas menos). Los Verdes lograrían el mayor avance, pasando del 8,9 al 12%. La Izquierda se quedaría con el 9% (dos décimas menos). La populista Alternativa para Alemania (AfD) bajaría del12,6 al 12%.
Debilitada por el pobre resultado de su partido, Merkel tuvo que negociar una coalición sin una posición de poder real, pese a representar al partido más fuerte. Su papel se redujo al de moderadora; un agente más bien pasivo.
Durante un mes llevaron a cabo conversaciones la CDU de Merkel junto a los bávaros de CSU, los liberales del FDP y los Verdes. Hubo avances y, en realidad, las partes se quedaron estancadas en los detalles sin lograr valorar y aprovechar los puntos en común. Diarios como el Süddeutsche Zeitung indican que se había alcanzado un consenso en una amplia gama de temas, desde la agricultura hasta las finanzas.
¿Por qué ha fracasado? Hubo dos cuestiones polémicas. Primero, el clima: todavía no existe acuerdo a la hora de determinar cómo Alemania cumplirá con la exigencia de reducir sus emisiones de dióxido de carbono hasta 2020. Se reconoce la necesidad de disminuir la producción energética a partir del carbón. Sin embargo, falta determinar a cuánto ascenderá esta reducción. Segundo, Europa: la CSU insiste en cancelar las negociaciones de adhesión a la Unión Europea con Turquía. Los Verdes no comparten esta opinión y prefieren “congelar” de forma transitoria el proceso. Reina asimismo la discordia en materia de rescates financieros. Los partidos presentan diferentes puntos de vista a la hora de poner en marcha mecanismos que sirvan para aliviar la situación de otros miembros del bloque que atraviesan graves problemas económicos.
No obstante, el núcleo del conflicto está en la manera de actuar en la política de refugiados. La actitud de Merkel de ayudar y socorrer a los que necesitan auxilio ha fortalecido el populismo de la AfD. No fue una decisión desacertada aunque resultó ser un arma de doble filo. El bloque conservador exige que se fije un límite anual a la entrada de solicitantes de asilo. Los Verdes insisten en que los migrantes tengan garantizado el derecho de repatriación familiar. Mientras, los liberales son partidarios de regular la política migratoria a partir de una nueva ley.
En especial se responsabiliza al FDP de la ruptura. Fue este pequeño partido, que participó como socio menor en la mayoría de los gobiernos de la República Federal, el que dio el inesperado portazo. El lema de su joven líder, Christian Lindner, “es preferible que no haya alianza gubernamental a que haya una equivocada”, oculta la gran ambición de este político. Algunos sospechan que, junto a algunos dirigentes conservadores, “estaba trabajando contra la canciller”.
Detractores y adversarios de Merkel interpretan lo sucedido como el fin político de la mandataria. Sin embargo, está dispuesta a presentarse de nuevo en unas nuevas elecciones. No ve con buenos ojos un gobierno de minoría porque teme una situación en la que ese ejecutivo aparezca como “tolerado” por la ultraderechista AfD. Alega que “Alemania necesita estabilidad”. Recordó en la televisión pública ARD que durante la campaña le preguntaron con frecuencia si estaría dispuesta a completar un nuevo periodo legislativo y ella siempre contestó que sí.
Esa actitud era la esperada por casi la mitad del electorado (49%). Entre los seguidores de la CDU y la CSU, el respaldo alcanza el 85% y el 69%, respectivamente. Contrasta con el escaso apoyo al líder del SPD. Solo el 29% de los encuestados opina que Martin Schulz debería volver a ser el candidato socialdemócrata a la cancillería. Eso se debe en parte a su negativa a entrar en una renovada Gran Coalición. Entre los simpatizantes del SPD, esta opinión llega al 53%.
Matemáticamente, las elecciones de septiembre dejaron solo esas dos coaliciones posibles. Un nuevo pacto entre conservadores y socialdemócratas, que Schulz por ahora no quiere, o la fracasada coalición de conservadores, liberales y verdes. Las otras dos fuerzas, La Izquierda, poscomunista y la ultraderechista AfD, no se contemplan.
El presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, ha asumido el papel de mediador para que se encuentre otra fórmula. Si bien sus funciones son representativas, en este caso la Constitución, a través de su artículo 63, le otorga facultades para la formación del gobierno. El presidente debe posibilitar la elección de un jefe de gobierno y tiene que nominar a un candidato. Merkel es la única que congregaría una mayoría en el Parlamento.
Si en 14 días no llega a conformarse la necesaria mayoría parlamentaria absoluta, el Bundestag puede elegir canciller por mayoría simple. El presidente federal tiene entonces dos opciones: o aceptar esa elección, con lo cual quedaría instalado un gobierno en minoría; o disolver el Bundestag y convocar a nuevas elecciones en el plazo de 60 días.
Steinmeier, exministro de Exteriores socialdemócrata en la Gran Coalición, cumple como estadista. Y es muy claro en esta situación, que no ha existido en la historia de la República Federal de Alemania. El presidente recuerda el significado de la negociación política: “Todos los partidos elegidos para el Bundestag están comprometidos con el bien común, servir a nuestro país (…) ¡Pónganse a trabajar! ¡Una vez más!”. Más que una llamada de atención, fue una amonestación del que fuera también candidato a canciller socialdemócrata en 2009. Steinmeier ha señalado: “aquellos que prometen responsabilidad política en las elecciones no deben eludirla cuando está en sus manos”. Pide responsabilidad y disposición al diálogo para hacer posible la formación de gobierno en un futuro cercano y se mostró reacio a convocar nuevos comicios.
A pesar de ello, la celebración de elecciones se perfila como la opción más probable. Como posible fecha se baraja ya el 22 de abril de 2018.
Una nueva gran coalición como en los últimos cuatro años sería lo más fácil y natural. Contaría con una cómoda mayoría absoluta. Sin embargo, es poco probable. El SPD sigue insistiendo en pasar a la oposición, ya que cree que se ha desdibujado su perfil político y que han perdido apoyos precisamente por actuar como socio menor de Merkel. Los socialdemócratas, que cosecharon el peor resultado electoral de su historia, entienden que los electores no votaron a favor de prolongar la gran coalición.
En todo caso, la decisión esta vez no depende de Merkel ni de Schulz, sino del jefe del Estado. La medida se adoptará en el palacio de Bellevue, residencia del presidente federal. Es el momento de Steinmeier.