La Unión Europea lleva años gripada, pero ahora hace amago de arrancar. Y el motor, tras asumir las riendas de la presidencia europea el 2 de julio, es Italia. En su discurso inaugural ante el Parlamento Europeo, Matteo Renzi, presidente del gobierno italiano desde febrero, no escatimó en críticas al creciente desafecto de la ciudadanía con Bruselas. “Si Europa se hiciese un selfie, ¿qué imagen saldría?” se preguntó. “Probablemente una de resignación y cansancio”. Renzi comparó a la Unión con una tía “vieja y aburrida” que disfruta mandoneando a los infelices parientes que se cruzan en su camino.
Además de hacer analogías pintorescas, Renzi subrayó la necesidad de promover el crecimiento en los países de la periferia de la zona euro, encorsetados en pactos constitucionales que limitan sus déficit. Manfred Weber, presidente del Grupo del Partido Popular Europeo y correligionario de Angela Merkel, le contestó que Italia, con una deuda pública del 135% del PIB, se ha quedado sin margen de maniobra. Renzi respondió señalando que Alemania fue la primera en ignorar, ya en 2003, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que limitaba el déficit público al 3% del PIB.
Renzi no es el primer opositor a la política de austeridad que apoya Alemania, y que desde 2010 se ha convertido en el mantra para salir de la crisis en Europa. Pero tal vez sea el último. España, Grecia, y Portugal fallaron a la hora de formar un frente común contra las políticas de austeridad cuando la amenaza del rescate pesaba sobre los tres países. Francia se revolvió en 2012, con la toma de posesión del socialista François Hollande. Pero el «non» de París ha quedado en mucho ruido y pocas nueces. En enero de 2014 el presidente francés cambió de rumbo. El nombramiento de Manuel Valls como primer ministro, seguido por un recorte del gasto público de 50.000 millones de euros, señaló la adhesión de Francia al guión alemán.
Italia también mantuvo su cupo de insumisión, pero fue durante el último gobierno de un Silvio Berlusconi convertido en esperpento. Tanto Mario Monti como Enrico Letta adoptaron una línea afín a Berlín en lo que respecta a las políticas de recortes. Renzi se distingue de los tres porque, a pesar de ver con buenos ojos los programas de austeridad, no ha dudado en criticar las carencias del liderazgo alemán. Cuenta, además, con un respaldo popular del que carecían sus antecesores. Aunque se hizo con el poder tras desbancar al también socialdemócrata Letta en una maniobra palaciega, Renzi obtuvo la legitimidad de la que carecía tras las elecciones europeas, en las que su Partido Democrático se hizo con más del 40% del voto. Con un gobierno de paridad en el que destacan políticos de nueva generación, como la ministra de Exteriores Federica Mogherini, Renzi, de tan solo 39 años, se encuentra al frente de un ejecutivo carismático. La combinación de dinamismo y popularidad hacen de él un contendiente de peso, además de un líder entre los socialdemócratas europeos (la facción italiana en Bruselas es la mayor del grupo socialista).
Que el proyecto europeo ha dejado de generar ilusión es, a estas alturas, un lugar común. Edward Luce opina que si Jean-Claude Junker, nuevo presidente de la Comisión Europea, es la respuesta a la crisis de liderazgo en Europa, habrá que considerar cuál es la pregunta en primer lugar. En la misma línea, Renzi, a pesar de haber apoyado la candidatura del político conservador, observó que “los que piensen que el vacío en Europa se rellena con la elección de Juncker viven en Marte.”
El ímpetu de Renzi, sin embargo, está condicionado por su mandato. El poder de la presidencia rotativa es principalmente simbólico, y expira a los seis meses. Si quiere convertirse en una fuerza de cambio europea, Renzi necesitará realizar con éxito su ambicioso plan de reformas domésticas. Jean-Marie Colombani observa que “hay que remontarse a Tony Blair para encontrar un verbo capaz de movilizar.” Es un cumplido que encierra una advertencia. La presidencia europea de Blair, a pesar de despertar grandes expectativas, tuvo escasa trascendencia.