“Un gigante económico, un enano político y un gusano militar”. La descripción que hizo Mark Eyskens de la Unión Europea continúa teniendo vigencia 23 años después de su formulación inicial. Un problema que Federica Mogherini, futura Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (PESC), necesita intentar corregir durante su mandato. La socialista italiana compareció el 7 de octubre ante el Parlamento Europeo para defender su nominación, atendiendo a las exigencias discordantes de europeos del este, euroescépticos y la nueva izquierda europea que encarnan partidos como Syriza y Podemos. El resultado, al menos de momento, es un aprobado.
El principal problema de la PESC, como ha señalado Ignacio Torreblanca, es su propia función como coordinadora de 28 ministerios de Exteriores que guardan con celo su autonomía. La política exterior ha sido, tradicionalmente, una atribución de los Estados miembros. Consciente de esta limitación, Mogherini ha prometido visitar cada uno de ellos para informarse de sus prioridades. Pero un panorama internacional desolador (África occidental desgarrada por el ébola, Oriente Próximo sumido en una guerra civil transfronteriza, Moscú y Bruselas enfrentados) exige a una Alta Representante firme y con iniciativa. La cuestión es si Mogherini estará a la altura de semejante reto.
Su trayectoria política –o, mejor dicho, la ausencia de tal– no invita al optimismo. Con 41 años, Mogherini accede al puesto tras solo seis meses como ministra de Exteriores italiana. Aunque en el pasado fue clave en la coordinación de relaciones internacionales del Partido Democrático –atendiendo, entre otras cosas, a la comunicación con los demócratas estadounidenses–, la impresión es que su ascenso no se debe a méritos propios sino a la insistencia de Matteo Renzi, primer ministro italiano y nuevo paladín de la socialdemocracia europea.
Resulta inevitable la comparación con su predecesora, Catherine Ashton. La laborista británica, que accedió al cargo en 2010, lo abandona dejando una impresión decepcionante, especialmente en lo que concierne al lanzamiento y estructuración del Servicio Europeo de Acción Exterior, aún en estado embrionario. Otra cuestión es que, a pesar de su escasa experiencia, Mogherini tenga tablas y carácter para hacerse notar en Bruselas. En ese sentido, la candidata resulta prometedora. “Sabe trabajar duro, trabajar en equipo, y siempre se ha comportado con una gran compostura”, afirma Ettore Greco, director del Instituto Affari Internazionali de Roma.
Bailando con osos
“Si un oso se aproxima a un extranjero”, ha preguntado el laborista británico Richard Howitt, “¿qué recomienda usted? ¿Tumbarse en el suelo, presentar un frente unificado, o hablar suavemente?”. Se trata de una alusión a Rusia, que tras la crisis de Ucrania atraviesa un punto bajo en sus relaciones con Europa. Mogherini, que se reunió con Vladimir Putin en verano y apoyó su propuesta del gasoducto South Stream, ha sido fuertemente criticada en Europa del este por ser insuficientemente dura con el mandatario ruso. La candidata ha aplacado sus inquietudes garantizando el “pleno apoyo” de Europa a Ucrania “en materia de seguridad”. Pero esta declaración, destinada a levantar ampollas en Moscú, es difícilmente reconciliable con otras realizadas durante su comparecencia, como la conveniencia de levantar sanciones “si las cosas mejoran” y el rechazo a una solución militar al conflicto de Ucrania.
La confusión en este frente puede resumirse en la evaluación que ha hecho Mogherini de Rusia. Ya “no es un socio”, ha explicado, “pero es un país estratégico”. Se busca con urgencia activista de causas perdidas que reclame el uso riguroso de esta pobre palabra, “estrategia”, empleada tan gratuita y confusamente. Es difícil concebir cómo el mayor país del mundo, una potencia euroasiática que se expande desde mar Báltico hasta el Océano Pacífico y está cuajada de petróleo, gas, minerales y cabezas nucleares, podría dejar de ser “estratégico”. Por lo demás, Rusia continúa siendo un «socio» de Occidente: ha permitido el tránsito de material letal de Estados Unidos con destino al teatro de guerra afgano, colabora con la OTAN en la operación contra la piratería en Somalia, y es una pieza clave a la hora de desbloquear las relaciones con Siria e Irán.
En otros ámbitos, la posición de la socialista ha sido más esclarecedora y está mejor alineada con la opinión pública europea. Destaca su crítica a Israel, al que ha advertido de que empleará “incentivos y desincentivos” para frenar sus violaciones de derechos humanos en Palestina. Pero el principal punto fuerte de Mogherini es la similitud que guarda con Renzi: joven y aparentemente inexperta, pero ambiciosa y dispuesta a “demoler” la inercia institucional de la Unión. No tardará en demostrar si da la talla.