Leonardo Padura no es un escritor incómodo. No lo ha sido para el régimen de los hermanos Castro, en su Cuba natal, al menos no lo ha sido como como el recientemente fallecido autor alemán Günter Grass, cuya intromisión política lo hizo merecedor de la etiqueta de ser un intelectual incómodo para muchos. Tampoco ha corrido la misma suerte que Reinaldo Arenas, ni le ha hecho prometer a sus amigos que no pisarán La Habana hasta que Fidel muera –como Guillermo Cabrera Infante— o ha salido de Cuba como Abilio Estévez. Sus referentes obligados son Virgilio Piñera y José Lezama Lima, aunque también es un gran defensor de los que integraron la llamada “generación perdida”, que si bien no incluía a ningún cubano, enarbola a Hemingway como el que más quiso a la isla.
Pero Leonardo Padura es mucho más que un escritor galardonado recientemente con el Premio Princesa de Asturias. Es un periodista probado en publicaciones como Juventud Rebelde y El Caimán Barbudo en su Cuba natal, donde sigue viviendo en el barrio de Mantilla, en la misma casa en la que nació hace 60 años. Estudió literatura latinoamericana en la Universidad de La Habana y escribió sus primeros temas de este género en 1983 –Fiebre de Caballos— tres años después de empezar a laborar como periodista. Esa primera obra es una historia de amor, de la cual no se arrepiente de haber escrito ni publicado. De férrea voluntad y disciplina de trabajo, ha incursionado en los guiones audiovisuales y logrado un notable renombre como escritor, primero de novelas policíacas y después con los resonantes éxitos El hombre que amaba a los perros y Herejes.
Su serie de novelas policíacas, donde Mario Conde es un detective medio burlesco, lo podrían identificar como su alter ego, aunque lo niegue. En todas hay una crítica a la sociedad cubana, pero no solo en lo político, sino también en la denuncia o referencia a realidades concretas. Esas novelas le sirvieron de calistenia y de revisión; la primera para su obra mayor hasta ahora, que es la historia del asesinato de León Trotski por Ramón Mercader en México (narrada en El hombre que amaba a los perros), y la segunda, para asumir que su experiencia como periodista le había dado una profunda vivencia con la que no contaba y una comprensión de la realidad, además de elevarlo estilísticamente.
El hombre que amaba a los perros le ha merecido reconocimiento internacional, y hace un aporte fundamental a la historia contemporánea cubana, al arrojar luces sobre ese enigmático personaje que fue el asesino de Trotski. El gran mérito de esa novela histórica es que rellena las lagunas que existen alrededor de todos esos años de polarización política, mediante elaborados recursos literarios creíbles y de cierta forma, gratamente disfrutables. Para llegar a su publicación, en 2009, Padura investigó durante años los personajes en cuestión y, aunque nunca pudo conversar personalmente con los familiares de Mercader, sí conserva documentos que sustentan esa portentosa obra.
Pero La novela de mi vida, una obra que no ha recibido la atención mediática que tuvieron Herejes o El hombre que amaba los perros, es la más representativa y evocadora de su novelística que, buscando orígenes de lo cubano, consigue revelar algunas de las constantes más dramáticas y dolorosas de esa nacionalidad. Publicada en 2001 por la misma editorial que le ha editado todos sus libros, Tusquets, ganó al año siguiente el Premio Internacional de Novela Casa Teatro en Cuba y el Premio de la Crítica. Pero, más importante aún, lo llevó al lugar que hoy ocupa en el panorama de la literatura cubana y contemporánea. En ella contrapone tres situaciones que son fundamentales para entender el quehacer de este autor: la vida del primer poeta cubano de importancia, José María Heredia (autor del Canto al Niágara y criado entre República Dominicana y México a principios del siglo XIX), la masonería y la realidad de los que abandonan la isla y el desarraigo que ello conlleva. Esta magnífica combinación permite no solo comprender los vericuetos históricos que han atravesado los cubanos –incluyendo a José Martí–, sino arrojar una esclarecedora visión hacia el presente, tanto de manera poética como humana. Es quizá su trabajo más ambicioso y menos conocido, bien logrado, escrito con compleja y elaborada exquisitez.
Con motivo de recibir el Premio Princesa de Asturias y rememorando una pasadita que dio por España en 2014, país del que ostenta su nacionalidad desde 2011, le dijo al exeditor de Alfaguara, Juan Cruz, que Cuba es hoy un país desmesurado. Y eso fue antes del anuncio de la reanudación de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y el inminente fin del bloqueo a la isla, una acción que ha probado ser el fracaso más grande que en materia de política exterior ha tenido el poderoso país del norte de América.
Padura es un escritor-periodista o un periodista-escritor, que tiene un fuerte sentido de pertenencia, que está seguro de no poder escribir fuera de Cuba. La isla caribeña se convierte casi siempre –o siempre— en una protagonista importante de sus historias. La recopilación más reciente de sus reportajes, titulada El viaje más largo, reconstruyen personajes pero en forma literaria y no tiene ningún reparo en decir que “esa construcción de referentes de la realidad llevados al periodismo pero a través de la literatura me ayudó mucho a trabajar luego personajes históricos en mis novelas”. Si ahora no vive del periodismo, es un oficio que sigue practicando (es corresponsal de la agencia italiana IPS) porque la creación periodística ha sido su escuela. Y es que, como se lee el prólogo de El viaje más largo, Padura hace una reflexión sobre el periodismo en Cuba a partir de una frase que expresó Paco Ignacio Taibo, el escritor español-mexicano: “Cuba es el país con mejores periodistas y con peor periodismo que alguien pueda imaginar”.
Analizando esta cuestión y desgranando lo que significa la prensa oficial en un país socialista, es hora, dice, de que cambie y se ponga al ritmo de los tiempos. Esto mismo ha dicho Raúl Castro, que a juicio de Padura es quien ha impulsado en los últimos años los cambios estructurales necesarios para la apertura del mercado en la que ahora se aboca. Es valioso el análisis que ofrece este documento porque estudia el impacto que sobre toda la estructura de las ciencias sociales tuvo el llamado periodo especial y la desaparición de la Unión Soviética. Según el escritor cubano, a pesar de que la cultura de su país es un referente mundial, aún no se ha recuperado del hueco en que se hundió en ese momento. Por eso hace falta que regrese la práctica del debate, de la discusión de las ideas. Y eso solamente se logrará viviendo en una cultura de diálogo y que la prensa permita que se comente, que se cree un espacio desde el que las personas emitan juicios y puedan tener respuestas a esos juicios.
Cuba merece vivir tiempo mejores, con respeto y sin avasallamiento ni imposiciones. Que salga de la mediocridad oficializada a la que la ha llevado la falta de disenso. A Padura le gustaría que se convirtiera en un país normal, en el que las personas trabajaran y tuvieran un resultado de su trabajo que les permitiera vivir dignamente. Eso significa que haya una sociedad que logre armonizar sus componentes que ahora están alterados, hay un problema de base económica que el gobierno ha reconocido que se necesita cambiar. “Actualizar” es la palabra que se utiliza en Cuba para que las relaciones sociales también se normalicen.