La cuenta atrás en las negociaciones entre Etiopía y Egipto sobre las características y la gestión del llamado Gran Embalse Etíope del Renacimiento (GERD, por sus siglas en inglés) se halla, ahora sí, en su recta final. Desde su inicio, han pasado casi 10 años marcados por las rupturas y los desacuerdos, con alguna excepción, como la firma de la Declaración de Principios en 2015. El anuncio hecho hace un par de semanas por parte de la televisión pública etíope del inicio del proceso de relleno de la presa –rectificado posteriormente– hizo temer una escalada de tensión. Sin embargo, ambos ejecutivos optaron por la contención, y dieron una última oportunidad al diálogo apadrinado por la Unión Africana.
El conflicto entre Adis Abeba y El Cairo no se limita a la gestión del GERD, sino que es expresión de una vieja disputa que atañe a los 11 países que forman la cuenca del río Nilo. Los países situados al sur de la cuenca –Burundi, República Democrática del Congo, Etiopía, Eritrea, Kenia, Ruanda, Sudán del Sur, Uganda y Tanzania– no reconocen los acuerdos firmados durante la era colonial, actualizados posteriormente en 1959 a través de un tratado bilateral entre Sudán y Egipto, por el que se distribuyen la práctica totalidad del caudal del Nilo y sus afluentes. En 2010, siete países acordaron la firma del llamado Acuerdo de Entebbe, que aspira a modificar de forma sustancial el reparto del agua del Nilo, y al que se opusieron frontalmente Egipto y Sudán.
Como sucede en otros conflictos, los argumentos de ambos países parecen cargados de buenas razones. Etiopía considera injusto que Egipto se arrogue una cuota fija de 55.000 millones de metros cúbicos anuales del caudal del Nilo, estimado en unos 80.000 millones. Adis Abeba argumenta que necesita explotar todos sus recursos naturales, incluida el agua del Nilo, para desarrollarse y sacar de la extrema pobreza a millones de personas. Egipto, por su parte, aduce que el Nilo representa casi el 90% de sus recursos hídricos, pues su territorio es desértico. El país árabe ya vive en una situación escasez de agua, con un consumo anual de unos 500 metros cúbicos por habitante, la mitad del umbral establecido por la ONU en su definición de estrés hídrico. Además, El Cairo señala que Etiopía goza de una estación de copiosas lluvias, por lo que atesora dispone de alternativas.
De hecho, el principal objetivo del GERD –una de las mayores presas de África, con una capacidad de 74.000 millones de metros cúbicos– es generar electricidad para suplir las necesidades energéticas del país. No está destinado a la irrigación de cultivos. Por esta razón, en condiciones normales, la presa no debería reducir de forma significativa el caudal que reciben Sudán y Egipto.
La manzana de la discordia entre El Cairo y Adis Abeba es la gestión del embalse durante los periodos de larga sequía. Egipto exige garantías de que recibirá un mínimo flujo de agua, un compromiso que el gobierno etíope no está dispuesto a conceder. Por su parte, Sudán, parte también en las negociaciones, ha modificado su postura al rebufo de sus relaciones bilaterales con sus vecinos, y de sus cambios políticos internos. Mientras al principio se alineaba más bien con Etiopía, con la expectativa de poder beneficiarse de un proyecto muy cerca de la frontera mutua, recientemente ha realizado un viraje, y ahora secunda las exigencias de Egipto.
Los diversos gobiernos que se han sucedido en Egipto durante la última década han definido el GERD como una “amenaza existencial” para el país. En parte, la razón es el temor a que Etiopía edifique otros embalses en el curso del Nilo Azul, por lo que si se abre a permitir a las autoridades etíopes una gestión sin cortapisas de sus recursos hídricos, a la larga, su cuota se vería en el futuro seriamente reducida. De ahí que la prensa egipcia haya hecho sonar los tambores de guerra. Algunos expertos han señalado la posibilidad de que esta sea la primera “guerra del agua” de la historia entre Estados.
Sin embargo, ese escenario, aunque no se puede excluir del todo, es poco probable. Al no tener una frontera común, la única confrontación directa posible sería a través de un bombardeo aéreo egipcio del GERD. Sin embargo, el presidente del país, Abdel Fatah al Sisi, es consciente que tal acción conllevaría una amplia condena internacional, algo que su régimen no puede permitirse, habida cuenta de su delicada situación económica y de sus problemas de imagen por las graves violaciones de derechos humanos cometidas por su gobierno.
Por esta razón, El Cairo ha optado por la vía diplomática y está intentando convencer a sus aliados, sobre todo Washington y Riad, para que presionen a Adis Abeba. El pasado mes de junio, la diplomacia egipcia se apuntó un tanto al conseguir que se discutiera en el Consejo de Seguridad el dosier del GERD, sin que ello produjera ningún tipo de resolución. Ante el hipotético fracaso de la actual ronda de diálogo, El Cairo redobla esfuerzos para que la ONU se implique de manera más directa. De no conseguirlo, es cuando aumentarían las probabilidades de un estallido de violencia. Ahora bien, probablemente este adoptaría la forma de una guerra por actor interpuesto. Egipto podría intentar desestabilizar Etiopía, inmerso en una convulso transición, azuzando sus tensiones territoriales con Sudán, Eritrea o, sobre todo, Somalia, país con unas relaciones históricamente difíciles con Adis Abeba.