A principios de octubre, el Departamento de Comercio de Estados Unidos adoptó una compleja (más un centenar de páginas) limitación de exportaciones a China de algunas tecnologías punta estadounidenses, especialmente en el terreno de la fabricación de los semiconductores (chips) más avanzados. Supone el paso más importante hasta ahora en la espiral de la guerra económica de Washington frente a Pekín, que empezó con Barack Obama, reforzó Donald Trump y que Joe Biden ha ampliado. El objetivo es bloquear el acceso de China a esos chips punteros, con el objetivo de mantener la ventaja estratégica de EEUU en tecnologías y aplicaciones clave en materia de seguridad, pero va mucho más lejos. Se trata de asfixiar el progreso de China en materias esenciales como la inteligencia artificial o las supercomputadoras, entre otras. Es una decisión mucho más radical que las medidas tomadas por la administración Trump contra Huawei y otras empresas chinas. Busca a remodelar el futuro de la intricada industria mundial de semiconductores y puede meter a Europa, Japón y otros países en una situación complicada.
Según los nuevos controles de exportación anunciados, los semiconductores fabricados con tecnología estadounidense de alto rendimiento solo podrán venderse a China con una licencia de exportación de EEUU, algo que se anuncia difícil de conseguir. También Washington habrá de aprobar específicamente los casos de ciudadanos o entidades del país que deseen trabajar con productores de chips chinos. Se limitan las exportaciones a China de herramientas y tecnología de fabricación de chips que las empresas chinas puedan utilizar para fabricar sus propios equipos.
Los chips son una industria sumamente globalizada e interdependiente. Quienes los diseñan (EEUU en primer lugar) no son necesariamente quienes los fabrican (Taiwán y Corea del Sur, a la cabeza), o los que aportan herramientas decisivas para ello (como Países Bajos con la litografía de ASML). Usando una legislación de la guerra fría que no estaba pensada para esto, la administración Biden avanza en la “militarización de la interdependencia” (weaponised interdependence), como lo calificaban ya en 2019 Henry Farrell y Abraham L. Newman.
Al presentar la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, Jake Sullivan el consejero de Seguridad Nacional en la Casa Blanca, afirmó que la administración no busca cortar el amplio intercambio tecnológico y económico con China, o apuntar a una profunda separación (decoupling) de sus economía, sino levantar barreras en torno a las tecnologías que EEUU considere estratégicamente importantes.
Estos controles, que los afectados están estudiando en detalle –su verdadero impacto dependerá de la intensidad con que EEUU los aplique–, son los más duros introducidos por Biden en el marco de lo que es una guerra por la tecnología, y por la economía. Muestra que la administración estadounidense quiere frenar y condenar a China a la suerte de los países de ingresos medios. De momento, el objetivo es frenar un desarrollo militar chino que pueda superar al de EEUU, desde las armas nucleares, a las hipersónicas o espaciales. Si las medidas contra Huawei entraban en la de guerra comercial, estas van más lejos.
Hay muchas empresas chinas importantes que se van a ver afectadas, como la Semiconductor Manufacturing International Corporation (SMIC) que fabrica chips para ordenadores, o fabricantes de memorias como, entre otras, la Yangtze Memory Technologies Corp (YMTC), que además se puede ver afectada en chips menos avanzados por otras medidas suplementarias. Apple va a fabricar en China para el mercado chino unos iPhone con chips menos potentes que sus últimos M2, mientras aumentará su fabricación en India, que gana con estas restricciones, para el resto del mundo. Es decir, se pueden crear mercados separados. Es el citado y temido (por China, pero también por los europeos) decoupling.
Estas medidas tienen costes para EEUU. Los controles tendrán una importante repercusión en las exportaciones estadounidenses de diseños y herramientas para fabricar chips, o los propios chips avanzados. China supone, por ejemplo, un 27% de las exportaciones de Intel, o el 33% de las de la empresa Applied Material, que puede ver perder un 6% de sus ventas, algo similar al impacto en Nvidia que no podrá exportar a China sus GPUs (unidads de procesamiento gráfico) más sofisticadas.
China necesitaba de la tecnología de EEUU para el desarrollo de su inteligencia artificial, supercomputadoras y grandes centros de datos. Todos de interés civil, pero también militar. Con la recuperación de Taiwán en el fondo, donde se fabrica un 37% de la oferta mundial de chips. Aunque en esto la política estadounidense puede entrar en contradicciones. La visita este pasado verano de la speaker de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taipéi no solo lanzó un mensaje a China de protección de la isla. Pelosi también se reunió con los directivos de TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), la mayor fabricante de chips del mundo, para hacerles llegar el mensaje que Washington quería reforzar la fabricación de semiconductores avanzados en su propio territorio.
Ahora bien, China no se va a quedar quieta ante estas medidas contra su desarrollo tecnológico. La autosuficiencia tecnológica es un objetivo que se viene planteando desde hace años y que se ha reiterado en el reciente Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), que ha visto la entronización de Xi Jinping por, al menos, cinco años más. “Por primera vez, el congreso del Partido Comunista ha añadido una categoría a sus principales prioridades: ke jiao xing guo, que significa una gran potencia sustentada en la tecnología, la ciencia y la educación. La ciencia y la tecnología están ahora en el centro del desarrollo de China, y la autosuficiencia se ha convertido en un imperativo nacional”, explica en The New York Times el economista chino Keyu Jin. Para hacer frente a este desafío, añade, China está recurriendo a su forma más fuerte de tecno-nacionalismo, el juguo tizhi, o enfoque de “todo el país”, por el que se movilizan todos los recursos nacionales para lograr un objetivo estratégico. Pero la industria china de semiconductores, y otras, van a sufrir. En valor, China importa más chips que petróleo, un 40% del mercado global, y solo fabrica un 12%. Aunque, según algunos estudios, debido a su demanda interna, China está llamada a convertirse en la principal superpotencia mundial de semiconductores. Esto es justamente lo que Washington quiere impedir.
«China no se va a quedar quieta ante estas medidas. La autosuficiencia tecnológica es un objetivo que se viene planteando desde hace años y que se ha reiterado en el reciente Congreso PCCh»
Estamos en una nueva carrera por el dominio de la tecnología en estos terrenos (en otros como la computación cuántica, China parece ir más avanzada). Hay que esperar que el régimen chino aporte los medios para una aceleración de su tecnología (para lo que requiere también más capacidad de innovación). Hace poco, expertos occidentales pensaban que en materia de chips, China llevaba un retraso de unos 10 años respecto a EEUU. La administración Biden intenta ampliar esta distancia, difícil de colmar pues estas tecnologías no son fáciles de copiar por adquisiciones fraudulentas o mediante ingeniería inversa. Entre otras necesidades, dependen de programas de diseño automatizado, capacidad dominada por tres empresas estadounidenses: Mentor, Cadence y Synopsys. Es una cadena global muy compleja en la que China se maneja mal y en la que, hoy por hoy, ningún país es autosuficiente.
Todo eso no significa que China vaya a tomar represalias directas contra Washington –podría restringir la exportación de chips de gama baja esenciales para automóviles tradicionales y eléctricos, y tomar medidas contra empresas estadounidense que operan en China (como Apple o Microsoft)–, en base a la ley aprobada en 2021 de contramedidas contra sanciones. Pero no se espera que lo haga de forma directa. Lo que es seguro es que invertirá en autosuficiencia, si bien el éxito no está garantizado.
EEUU no se basta a sí mismo en esta guerra. Necesita aliados y socios. No es seguro que Washington se entienda plenamente con ellos, pues para muchos países un decoupling radical con China plantea serios problemas. Por ejemplo, más del 20% de los ingresos de la citada ASML proceden de China. La Unión Europea, aunque mira ahora a China con ojos más críticos que antaño, teme que EEUU la meta en una guerra económica con Pekín que no desea. Los europeos ven a un Biden más duro que Trump en esto porque ir contra China es lo único que une a su país política y socialmente polarizado. Una espiral en los controles de exportación de chips puede llevar a una nueva escasez en el mundo, y en Europa, que afecte a la producción de automóviles, a la electrónica de consumo o incluso a los centros de datos, a la nube, terrenos que Europa pretende recuperar. Los europeos no quieren que EEUU sea el que impongan los límites. Entre los planes de la UE está fabricar y vender en unos años un 20% de los chips del mundo, lo que implica tener acceso al mercado chino. Japón y Corea del Sur también pueden ver sus intereses seriamente afectados con una limitación de sus exportaciones de chips y de herramientas para fabricarlos.
Como apunta Chris Miller en su magnífico estudio histórico Chip War, la lucha por controlar esta industria determinará nuestro futuro.