No se puede predecir cómo acabará la guerra en Ucrania. En su undécimo mes, la guerra de Rusia contra un vecino de la Unión Europea ha dejado partes de Ucrania en ruinas. Muchos civiles han muerto. Muchas ciudades, pueblos y aldeas han sido destruidos. Con la llegada del invierno, gran parte de las infraestructuras han sido atacadas de manera deliberada. Buena parte de la población carece de agua, calefacción, servicios básicos, alimentos, refugio y seguridad. Las noticias que llegan de Mariúpol, que Rusia bombardeó y luego ocupó en junio, son estremecedoras.
La guerra de Rusia contra Ucrania no consiste en impedir que Kiev se una a la OTAN, excusa utilizada por el presidente ruso, Vladímir Putin, para justificar la invasión. Tampoco se trata de luchar contra el nazismo, otra excusa. Se trata, como escribió recientemente Gwendolyn Sasse, de “la destrucción del Estado ucraniano y de la nación ucraniana”.
No es del todo seguro que todos los países europeos hayan interiorizado el objetivo de Putin. En todo caso, su guerra incesante ha abierto varias brechas importantes dentro de la UE. La forma en que se superen podría determinar la futura arquitectura de seguridad de Europa.
La primera se refiere a la viabilidad del poder blando de la UE. La UE se creó a partir de los escombros de la Segunda Guerra Mundial. Su ideología, a falta de una palabra mejor, sigue siendo un proyecto de paz. Dejando a un lado su fortaleza económica, la UE es una organización de poder blando cuya seguridad está garantizada por Estados Unidos. Y es una potencia en la que dos antiguos rivales –Francia y Alemania, que se hicieron la guerra durante siglos y consiguieron forjar un acercamiento tras 1945– determinaron en gran medida las relaciones de la UE con Rusia.
A partir de los años sesenta, los sucesivos gobiernos alemanes aplicaron una política especial con la Unión Soviética y siguieron aplicándola con Rusia tras el final de la guerra fría. Wandel durch Handel (cambio a través del comercio) no era solo un eslogan. Se trataba de tejer lazos entre Rusia y Alemania a través de gasoductos.
Ahora está claro, a pesar de tantas advertencias desoídas por los centroeuropeos, que esta dependencia se convirtió en un instrumento utilizado por el Kremlin para debilitar y dividir a Europa. Los europeos pagan hoy un precio muy alto por la dependencia acrítica de Alemania del gas ruso. Han tenido que esforzarse para diversificar sus recursos energéticos, lo que incluye la compra de gas natural licuado a Estados Unidos, Qatar y otros países.
Algunos partidos políticos europeos han acusado a EEUU de aprovecharse de los problemas energéticos de Europa –que son obra suya– en lugar de reconocer que esas importaciones mantienen calientes los hogares y en funcionamiento la industria.
A pesar de la destrucción que Rusia está causando en Ucrania, tanto el canciller alemán, Olaf Scholz, como sectores de su Partido Socialdemócrata y grupos de presión empresariales anhelan el statu quo ante.
Aquí radica la segunda brecha. Está relacionada con las distintas experiencias históricas de los Estados miembros de la UE y la consiguiente percepción de las amenazas. La UE, como proyecto de paz, se fue perfeccionando a lo largo de los años sin contar con la voz de los europeos orientales o centrales. Ellos tuvieron que soportar vivir bajo la dictadura de la Unión Soviética.
En la actualidad, Europa Occidental –sobre todo Francia y Alemania– se plantea una futura arquitectura de seguridad europea que implique de algún modo a Rusia. Para los europeos del Este, la seguridad consiste en defenderse de Rusia. Por eso estos últimos quieren que Ucrania gane y que Rusia sea derrotada. Para ellos, la invasión rusa de Ucrania amenaza la estabilidad y la seguridad de Europa, una amenaza que se agravaría si Rusia ganara.
Eso explica también por qué los europeos del Este quieren que la UE y la OTAN defiendan a Ucrania en la medida de lo posible. Sus propias experiencias históricas y culturales de vida bajo el sistema comunista soviético desempeñan un papel fundamental en cómo ven la lucha de Ucrania por la independencia y la soberanía.
Tras 1945, Europa tenía un continente dividido en el que Europa Occidental disfrutaba de un proyecto pacífico de libertad, democracia y estabilidad. Europa Oriental vivía bajo la ocupación y una estabilidad mantenida por la fuerza. Para los europeos orientales y centrales, cuando se derribó el muro de Berlín en 1989, la reunificación de Europa significaba la adhesión a la UE y a la OTAN. Estas dos organizaciones euroatlánticas eran las garantes de su seguridad y libertad. En vista de cómo Rusia intenta destruir Ucrania, los centroeuropeos quieren las mismas perspectivas para Ucrania y otros países de la región. A diferencia de varios países de Europa Occidental –especialmente Alemania–, no ven la región a través del prisma de Rusia.
Estas fracturas no separarán a la UE. Pero se profundizarán y crearán resentimiento entre Europa Occidental y Oriental a menos que ambas partes tomen conciencia de sus diferentes experiencias históricas y sus percepciones de las amenazas, la seguridad y Rusia.
La guerra contra Ucrania debería ser el catalizador para que los europeos comprendan por qué sus diferentes experiencias históricas son importantes y cómo podrían configurar los futuros acuerdos de seguridad del continente.
Artículo publicado originalmente en inglés en la web de Carnegie Europe.