En contraste con su exclusión del circuito de alta diplomacia antes de la guerra, la agresión rusa ha fortalecido supuestamente a la Unión Europea en dos sentidos: aumentando la unidad entre sus Estados miembros e impulsando a las capitales a tomarse más en serio las cuestiones de seguridad y defensa. Esta narrativa solo es cierta en parte. No tiene en cuenta una tercera dinámica, quizá tan importante, que es el aumento (al menos temporal) de la influencia de los miembros orientales de la UE.
Sin duda, la guerra de Vladímir Putin ha consolidado la opinión de las élites de la UE en líneas antirrusas. Es poco probable que vuelvan los días en los que un gran número de voces europeas hacía hincapié en la comprensión y la empatía estratégica hacia las preocupaciones de seguridad declaradas por Rusia, al menos en un futuro próximo. El nivel sin precedentes de las sanciones adoptadas es, en efecto, notable, aunque la cohesión ya ha comenzado a deshacerse. En cualquier caso, identificar amenazas compartidas y reaccionar con decisión en una crisis no es lo mismo que fomentar un entendimiento común de los intereses europeos o desarrollar una gran estrategia de la UE.
Las objeciones de algunos Estados miembros a unas sanciones energéticas más estrictas, expuestas en la reciente reunión especial del Consejo Europeo, son más políticas que económicas. Rusia intenta vender su petróleo y gas a los precios del mercado mundial: en contra de la concepción popular, la energía rusa no es mucho más barata que las importaciones de otros lugares. Además, en un mercado integrado de la UE no debería importar de dónde recibe un país su energía, ya que debería poder contar con el suministro de sus socios. Por tanto, el alegato especial de Hungría es difícil de entender por razones objetivas, y revela más las divisiones arraigadas entre los Veintisiete que una divergencia pasajera de intereses.
«Identificar amenazas compartidas y reaccionar con decisión en una crisis no es lo mismo que fomentar un entendimiento común de los intereses europeos o desarrollar una gran estrategia de la UE»
La unidad tampoco es un sustituto para dar una respuesta sustantiva a la cuestión de qué hacer con el lugar de Rusia en Europa, que seguirá siendo pertinente incluso en el caso de una victoria militar decisiva por parte de Ucrania. Después de la guerra fría, la pertenencia a la familia europea se ha basado en ser un Estado-nación democrático liberal y con economía de mercado. En la actualidad, Rusia no se ajusta plenamente a la interpretación occidental de esos conceptos –y quizá nunca lo haga–, pero sigue estando geográficamente en Europa. Y aunque sus pérdidas en el campo de batalla en Ucrania han sido aleccionadoras, poniendo en duda en algunos aspectos su «estatus de gran potencia», es evidente que seguirá teniendo una gran importancia en el sistema de seguridad europeo, algo que no puede ignorarse.
La aplicación de las disposiciones de integración en materia de defensa esbozadas en la Brújula Estratégica, desde luego, son dignas de mención, pero todavía están por verse sus resultados reales. En cualquier caso, es poco probable que Bruselas pueda ser por sí sola un actor a la altura de Washington y Pekín ni en muchos asuntos políticos (excepto, quizá, el cambio climático) ni en todos los escenarios geográficos. Una UE más ágil e incluso más soberana desde el punto de vista estratégico no equivale necesariamente a un cambio en la polaridad mundial.
En resumen, la unidad de la UE no es ni completa ni una panacea, mientras que los pasos adelante en materia de defensa –aunque siguen una dirección positiva– continúan siendo un trabajo en curso.
Sin embargo, lo que ya puede observarse con claridad es la creciente legitimación relativa de las perspectivas de política exterior de los miembros más recientes de la UE. Estos países, que ya no son vistos como parte del problema que impide un acercamiento entre la UE y Rusia, están desempeñando hoy un papel importante en la definición de las prioridades de la UE con respecto a Ucrania. Su salida de la sombra de Francia y Alemania en cuestiones de política exterior y de seguridad puede no ser fácil de deshacer y dará forma a las respuestas a dos grandes cuestiones a las que se enfrentará la UE cuando termine la guerra en Ucrania.
«Los miembros más recientes de la UE ya no son vistos como parte del problema que impide un acercamiento entre la UE y Rusia»
La primera es si la UE se verá a sí misma fundamentalmente como un actor global o regional. La adopción de la Brújula Estratégica de la UE el pasado mayo ofrece algunos indicios. Al analizar el entorno estratégico de la UE, se prestó mucha atención y detalle a la vecindad más amplia de la UE, y relativamente menos al cada vez más importante Indo-Pacífico. Una UE centrada en el desarrollo de los instrumentos necesarios para convertirse en un actor geopolítico más completo en su propia región –una tarea que requerirá un importante componente de poder duro debido a la disposición de Rusia a utilizar la fuerza para perseguir sus intereses, a pesar de los costes económicos– puede fortalecerla en sentido vertical. Pero horizontalmente (es decir, geográficamente) es probable que sea una receta para el encogimiento estratégico.
Si las prioridades de los Estados miembros del este siguen teniendo protagonismo en la UE –lo que no es impensable, dada la probabilidad de un conflicto prolongado en Ucrania o la persistencia de una Rusia revanchista (o ambas cosas)– se fomentará la regionalización de la política exterior de la UE. Las relaciones con China se verían más como una cuestión transaccional con Estados Unidos –ponerse duro con Pekín a cambio de que Washington mantenga sus compromisos con Europa– que como una oportunidad de proyección de poder independiente en el Indo-Pacífico.
Restringir la ambición geopolítica de la UE en gran medida a su propia vecindad podría ser inevitable dados los limitados instrumentos con los que dispone la UE (excepto la política comercial y la regulación). No hay nada intrínsecamente malo en ello, pero es una elección que debería hacerse explícitamente. Se necesita claridad estratégica para dilucidar lo que significa ser un actor geopolítico, así como para adjudicar una división duradera del trabajo en la relación transatlántica.
La segunda cuestión, más complicada, es la división entre los imperativos a corto y largo plazo de la UE en relación con Rusia. El hecho de que los Estados miembros del este impulsen la agenda refuerza claramente los imperativos a corto plazo de la política exterior de la UE, como sancionar a Rusia y ayudar a Ucrania. Sin embargo, puede ser diametralmente opuesto a facilitar respuestas a algunas cuestiones más fundamentales y a largo plazo, como la forma de encontrar un lugar mutuamente aceptable para Rusia en Europa. De hecho, hasta que no se aborden estas cuestiones, el lugar de la propia UE en el orden político y de seguridad de Europa seguirá sin resolverse.
Independientemente de su capacidad (parcial) para actuar con decisión en tiempos de crisis, abordar las cuestiones morales de hoy no puede sustituir la respuesta a las cuestiones estratégicas de mañana. Es demasiado pronto para saber si la guerra de Putin hará más fuerte a la UE.
Artículo publicado originalmente en inglés en la web de CEPS.