El coche del presidente de China, Xi Jinping, antes de la XVI cumbre de los BRICS en Kazán, Rusia, el 22 de octubre de 2024. GETTY.

La globalización puede con la geopolítica

La esperada desglobalización no se ha producido. En un contexto de mayores márgenes de maniobra de los Estados terceros, de flexipolaridad, los regímenes castigados por Occidente han encontrado nuevas cadenas de suministros.
Andrés Ortega
 |  5 de noviembre de 2024

Parecía que la geopolítica iba a frenar la globalización. Así lo creíamos, y mucho observador anda empeñado en ello. Sí la puede transformar, pero de momento es la globalización la que lleva las de ganar, por su propia dinámica y porque diversos intereses geopolíticos la usan en su propio provecho. Estados Unidos, que quiere impedir tener un competidor a su altura, pretende frenar el desarrollo tecnológico de China. Esta sin embargo está encontrando otros canales para sus cadenas de suministros, y sabe usar sus activos, como su dominio del mercado de las indispensables tierras raras o de las baterías para coches eléctricos o drones americanos para Ucrania, entre otros. Por otra parte, Washington, con Biden, y sus aliados europeos, se ha propuesto asfixiar a Rusia tras el inicio de la invasión de Ucrania con una plétora de sanciones. Surten un efecto, pero Moscú ha encontrado nuevos caminos para sus importaciones y exportaciones.

Nada ha hecho retroceder la globalización, tal como la entendemos en esta fase histórica, invento con el que Occidente creía beneficiarse y, por ignorancia, transformar a China hacia un mayor liberalismo no ya económico sino político. Ni los atentados del 11-S de 2001, la crisis financiera que empezó en 2008, los confinamientos generales contra la Covid, la invasión rusa de Ucrania, ni la guerra de Oriente Próximo han mermado la globalización. Momentáneamente sí, para luego rebotar. “Las cadenas de suministro han seguido rodeando el mundo, mientras que la tecnología digital ha allanado el camino a nuevas formas de globalización”, se dice en el Financial Times. El último Índice de Conectividad Global de DHL, la empresa de logística, prevé que la proporción de la producción mundial comercializada internacionalmente, tras un récord en 2022, y un cierto estancamiento en 2023, se está volviendo a acelerar en 2024. Mientras, la globalización de los flujos de información sigue creciendo desde hace dos décadas. “Los resultados más recientes del Informe DHL desmienten inequívocamente la idea de que la globalización esté invirtiendo su curso”, afirma John Pearson, CEO de DHL Express. Las tres economías más globalizadas son Singapur, Países Bajos e Irlanda. La desglobalización ha resultado, de momento, no ser más que una conjetura.

La globalización ha cambiado al mundo, y como el “gen egoísta” de Richard Dawkins, tiende a perpetuarse, a multiplicarse a sí misma. Las grandes y no tan grandes empresas que son su base la siguen impulsando, pese a los nacionalismos económicos que han surgido.

Los esquemas de la Guerra Fría entre Occidente y una Unión Soviética que no participaba en la economía mundial no valen ya. Occidente no manda ni pesa como antes. La economía global lo cubre todo, aunque en parte se haya regionalizado, con el comercio por zonas reforzándose sobre el global. El mundo actual no es ni bipolar ni unipolar. Es, no ya multipolar, sino flexipolar. No hay alineamientos permanentes, sino que unos pueden estar con alguna gran potencia para unas cosas, y con otra para otras, según sus intereses. Autonomía estratégica, interdependencia, alianzas variables y diversificación definen la nueva situación, con algunos países actuando como “conectores”. Mas no Europa.

Quizás los mejores ejemplos de flexipolaridad, por citar tres importantes, sean India, Turquía (miembro de la OTAN y observador en las reuniones de los BRICS) y Arabia Saudí. Con Occidente para unas cosas, con los BRICS para otras. ¿Qué le ponen sanciones económicas a Rusia? Pues Moscú importa mucho de lo que necesita para su esfuerzo de guerra, incluidos los cotizados chips, a través de esos países conectores, muy especialmente India. De forma secreta, claro. O no tan secreta pues también importa a través de terceros lo que no necesita como marcas de lujo occidentales, encareciéndolas algo. Exporta gas y petróleo a veces de forma regular (por ejemplo, a España), o a través de una importante “flota en la sombra”, es decir sin los habituales seguros y navieras, que ha aumentado en un 70%. ¿Qué Occidente le pone a China aranceles a sus exportaciones? Pues se dedica a abrir fábricas por el mundo desde las que exportar más libremente. Sabe utilizar los resortes de la globalización, concepto que defiende el actual liderazgo chino, a comenzar por su presidente Xi Jinping. Hoy, pese a las sanciones tecnológicas, es más barato alquilar un chip avanzado de NVIDIA en China que en EEUU. Cosas de la globalización.

En Occidente el tono está subiendo contra los gigantescos excedentes chinos. Hasta la UE ha decidido, mientras negocia, poner aranceles sobre los coches eléctricos chinos subvencionados por su Estado. Teslas fabrica en China y aunque Rusia pase por dificultades, a China también le preocupa esta guerra comercial.

Una situación similar ocurrió antes de la Primera Guerra Mundial, cuando, como recordaba recientemente Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, John Maynard Keynes escribió que “el habitante de Londres podía pedir por teléfono, tomando su té matutino en la cama, los diversos productos de toda la tierra, en la cantidad que le pareciera conveniente, y esperar razonablemente su pronta entrega en la puerta de su casa […]. Consideraba este estado de cosas como normal, seguro y permanente”. Pasó lo que pasó. De nuevo en los años 20 del siglo pasado, y acabó como acabó. “Si retrocedemos un siglo, hasta la década de 1920, la economía mundial atravesaba una serie de transformaciones. Estos cambios se sucedieron en diferentes direcciones, representando tanto retrocesos como avances. Cambiaron fundamentalmente la estructura de la economía”, alerta Lagarde.

Hay signos de fragmentación de la globalización. Su regionalización va en este sentido. Un ejemplo es el que apunta un informe la Hinrich Foundation: la esencial geografía de los cables submarinos se está separando en dos esferas de influencia, la estadounidense y la china. Y esos cables son esenciales para mantener un único internet –una de las bases de esta globalización– aunque con diversos cortafuegos nacionales, como el chino. Otro es la creación de un sistema financiero alternativo al Occidental por parte de los BRICS.

Que la conjetura no se haya probado ni materializado no significa que la desglobalización no pueda ocurrir en un futuro no tan lejano. El nacionalismo económico gana terreno, de China o Indonesia, a Estados Unidos, con Trump o Harris (puede que no sepamos quién en semanas), con una Europa descolgada, como dicen el Informe Draghi y la propia Lagarde. Y con guerras en curso sobre las que se puede perder el control. Back to the Twenties? Cuidado. Pero de momento la globalización no retrocede.

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