Aunque a menudo respondan a la necesidad de partir en busca de mejores oportunidades económicas, en un mundo globalizado (y pese a la supuesta desglobalización) las diásporas contribuyen a la fuerza geopolítica de los países de origen, además de suponer importantes ingresos a través de las remesas (cerca de 800.000 millones de dólares en 2022, con India, México y China a la cabeza). Se han convertido en una pieza importante y, por eso, los regímenes de varios de estos Estados intentan controlarlas cada vez más. También tratan, a la vez, de formar y limitar la fuga de cerebros que se está produciendo hacia los países con más desarrollo tecnológico, en los que falta talento en número y calidad suficiente, que también necesitan los de origen.
El caso paradigmático es China. Se calcula que hay unos 50 o 60 millones de personas de nacionalidad (10,7 millones) o de origen chino (incluido taiwanés) fuera del país, cuyos orígenes se remontan a la antigua Ruta de la Seda. Hoy, Estados Unidos, Canadá, Malasia, Tailandia, Indonesia, Singapur y Australia son destinos con una gran presencia de comunidades chinas. A veces, no sin problemas. Por ejemplo, en Malasia, donde (como en otros países de la zona) los chinos étnicos controlan una buena parte del sector económico y tienen usos y costumbres diferentes de los de las mayorías musulmanas. En 1969 hubo en Malasia unas revueltas antichinas aún no olvidadas, con importantes rebrotes posteriores. En España, había en 2020 unas 215.000 personas de nacionalidad china inscritas en el padrón.
El régimen chino ha comprendido la importancia de esta diáspora e intenta controla cada vez más. Hace unas semanas dos hombres fueron detenidos acusados de haber ayudado a establecer un puesto policial secreto en Nueva York en nombre del gobierno chino. Tres docenas de agentes de la policía nacional china fueron acusados de utilizar las redes sociales para acosar a disidentes dentro de Estados Unidos. También Pekín intenta controlar a los numerosos estudiantes chinos que viajan al extranjero, especialmente a EEUU –ahora con cada vez mayores dificultades– para ampliar sus estudios. El embajador Chino en Washington, Xie Feng, ha escrito una carta a los estudiantes chinos en el país pidiéndoles que apoyen al Partido Comunista China, y “cuenten bien la historia de China”; es decir, la oficial.
Según algunas informaciones, decenas de miles de estudiantes chinos prometen lealtad al régimen antes de viajar al extranjero. Casi todos regresan –hay lealtad hacia un régimen que les ha ayudado a estudiar fuera–, aunque últimamente con más temor a que las autoridades les examinen a su vuelta los contenidos de sus teléfonos móviles y ordenadores. Es significativo que en 2021-22 había unos 290.000 estudiantes internacionales chinos en EEUU –los más numerosos de los extranjeros– y menos de 2.500 estudiantes estadounidenses en China (en 2020, frente a casi 15.000 diez años antes). Tal desproporción genera un desequilibrio en el conocimiento mutuo. Las diásporas contribuyen también para el conocimiento íntimo de los países y sus culturas.
Casi todos los chinos en el extranjero se comunican con sus familiares y amigos en China, y entre ellos, por la app WeChat (parecida aunque más potente que Whatsapp). Tras las restricciones impuestas a TikTok en EEUU, ahora estudia prohibir también WeChat, algo a lo que no se ha decidido justamente por no privarles de este avanzado sistema de comunicación (y mucho más).
Es verdad que los occidentales también tienen sus diásporas, que constituyen lobbies, pero no están tan organizadas pasado el tiempo de los imperios, especialmente el español en América Latina, y el británico, en particular en India, la antigua “joya de la corona”. El Programa Federal de Asistencia Electoral estimaba en 2018 que 4,8 millones de civiles estadounidenses vivían en el extranjero, más 1,2 millones de militares (con un millar de bases e instalaciones en el mundo, con sus funcionarios).
Los libaneses son pocos, pero tienen una diáspora muy influyente, en particular en América Latina, como relató con maestría literaria Amin Maalouf en Orígenes (2004). Los judíos mantienen redes tupidas de ayuda e influencia, aunque no todos estén de acuerdo con el Estado de Israel, sobre todo el actual. Los judíos podrían considerarse un caso muy diferente. Son diásporas originarias de otros países, no del Estado de Israel. También hay redes religiosas internacionales, pero no son propiamente diásporas.
En España hay 872.000 marroquíes o españoles de origen marroquí, el colectivo extranjero más numeroso (seguido de los rumanos, la quinta diáspora del mundo). Las autoridades marroquíes ejercen un importante control sobre ellos, directamente o a través de los imanes que envían, y de sus excelentes servicios secretos. Según una nota del CNI cuyo contenido se ha filtrado, la Dirección General de Estudios y Documentación (DGED), el servicio secreto exterior de Marruecos, intentó movilizarlos en mayo de 2021 contra la decisión del gobierno español de “acoger” a Brahim Ghali, el líder del Polisario, enfermo.
De siempre ha habido indios fuera de India, en gran parte de Asia y en África, que constituyen redes comerciales y económicas importantes. Cabe recordar que Mahatma Gandhi, hinduista, hacedor de la India independiente, trabajó varios años, a caballo entre el siglo XIX y el XX, como abogado en Suráfrica, defendiendo los derechos de las decenas de miles de indios o personas de origen indio que habitaban allí. La diáspora india contribuyó al movimiento nacional, a la independencia de India y ahora lo hace a la transformación del país-civilización en una potencia global.
El Estado indio diferencia entre los indios de ultramar, oficialmente indios no residentes (NRI, en sus siglas en inglés), y las personas de origen indio (PIO), que residen o son originarios de fuera de India. Según un informe del ministerio de Asuntos Exteriores, hay 32 millones de NRI y PIO fuera de India. Los indios de ultramar constituyen la mayor diáspora del mundo, instalada en EEUU, en primer lugar, y en Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí después. Cada año emigran al extranjero 2,5 millones de indios, el mayor número del mundo. La diáspora aporta unos 80.000 millones de dólares directamente y bastantes más indirectamente a la economía india, un 43% del déficit comercial del país en 2018. India está detrás de la Organización para Iniciativas de las Diásporas (ODI), que tiene su sede en Nueva Delhi, y antenas y oficinas en diversos países. El ODI intenta comprender las diversas diásporas comparando y contrastando sus experiencias, y fomenta ideas como el papel de la diáspora en el auge de la “India global”. No se trata solo del país más poblado de la tierra desde este año, según la ONU, sino que importantes directivos de Silicon Valley son de origen indio, como Sundar Pichai, de Alphabet, Satya Nadella, de Microsoft, Arvind Krishnade IBM o Sanjay Mehrotra de Micron Technology. Sin olvidar al actual primer ministro conservador británico, Rishi Sunak.
Se podrían citar otros ejemplos de diásporas como los turcos, de los que hay entre tres y siete millones en Alemania, muchos con derecho a voto, o en su Estado de origen, como se ha visto en las recientes elecciones en Turquía.
Hace unos años, la profesora de la Universidad de Yale Amy Chua, en su libro El mundo en llamas (2002), consideró que junto a la importancia de las diásporas que habían crecido con la globalización, también había aumentado el odio y rechazo que generaban entre las poblaciones de acogida, como el ya citado caso de los chinos en el Sureste Asiático, o los diversos casos en Occidente, y muy especialmente en Europa, incluido el Reino Unido del Brexit, donde está aumentando el rechazo ya no solo a la inmigración europea, sino también a la proveniente de los antiguos territorios del imperio británico, que hasta ahora eran una excepción. En todo caso, las diásporas se están convirtiendo en un nuevo factor de poder de alcance global, también para la competencia que crece, y que puede marcar el orden mundial en la segunda mitad de este siglo entre China e India.