A 48 horas de que se abran las urnas, el resultado de la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas continúa siendo una incógnita. Cuatro candidatos, orbitando en torno al 20% del voto, se disputan los dos primeros puestos. El 40% del electorado no ha decidido a quién votará. Un tiroteo en París durante la noche del jueves, en el que murió un policía y otros dos fueron heridos, amplifica la volatilidad de los resultados del domingo. El Estado Islámico se atribuye la autoría del atentado.
Tras la victoria electoral de Donald Trump, la cobertura mediática se volcó en el Frente Nacional, el partido ultraderechista y euroescéptico de Marine Le Pen. El FN oscila en torno a un 25% de intención de voto, y se espera que gane la primera vuelta. En la siguiente, sin embargo, Le Pen podría caer ante un muro de electores volcados en frenarla. Esta noción está basada en el precedente de 2002, cuando Le Pen padre cayó ante el conservador Jacques Chirac.
2017 no es 2002. El conservador François Fillon, en un principio presentado como la alternativa más sólida frente a Le Pen, renqueó en febrero tras verse involucrado en escándalos de corrupción. Con Fillon tocado (pero no hundido), llegó la hora de Emmanuel Macron. Sin un partido político a sus espaldas y promoviendo un proyecto “ni de izquierdas, ni de derechas,” el joven ex banquero y antiguo ministro de Finanzas se convirtió en la gran esperanza blanca para frenar al FN.
En la recta final de la campaña, el foco se ha desplazado de nuevo. Esta vez es Jean-Luc Mélénchon, el candidato del movimiento izquierdista La Francia Insumisa, el que irrumpe en el tablero, con un discurso crítico con la Unión Europa y la propuesta de abolir la “monarquía presidencial” que instauró la Quinta República. Mélenchon, que abandonó el Partido Socialista en 2008, inició la campaña con un 10% de intención de voto. El desplome del candidato socialista Benoît Hamon le ha aupado hasta casi el doble, dentro del margen de error para disputar el segundo puesto. Pánico en el establishment francés, que se ve asediado desde ambos lados del espectro político.
La figura clave para entender el éxito de Mélenchon es Chantal Mouffe. La filósofa belga teorizó, junto a Ernesto Laclau, la hipótesis populista que ha propulsado a partidos como Podemos. Sus ideas han dejado huella en la estrategia electoral de Mélnchon: como señala Pablo Castaño, el candidato, que en 2012 aún recurría al lenguaje clásico de la izquierda, ha adoptado esta vez temas patrióticos, denunciando la división entre élites y pueblo. También ha empleado una estrategia de comunicación innovadora, con un videojuego en el que se enfrenta a oligarcas franceses y mítines retransmitidos mediante hologramas. Además de Podemos, Mélenchon cita a los gobiernos izquierdistas de América Latina y el senador estadounidense Bernie Sanders como fuentes de inspiración.
Independientemente de lo que pase el domingo, la campaña muestra dos tendencias relevantes. La primera es el desplome del Partido Socialista. François Hollande, el presidente más impopular en la historia contemporánea de Francia, rechazó presentarse a la reelección. Hamon, que ganó las primarias socialistas rompiendo con su legado, oscila en torno al 9% del voto. Aunque la gestión de Hollande ha sido chapucera en múltiples frentes, destaca su gestión de la economía. Al poco de ser elegido, el presidente abandonó sus promesas electorales y adoptó de una política económica austeritaria. La implosión del PS se inscribe en la crisis de la socialdemocracia europea, incapaz de romper con los postulados de Berlín.
En segundo lugar, Mélenchon ha logrado articular un proyecto político capaz de competir con el FN. Tras dispararse entre votantes de entre 18 y 24 años (un 44% le votaría), La Francia Insumisa desplaza al FN como primer partido entre los franceses jóvenes, ofreciendo una alternativa inclusiva a un status quo impopular.
Este desarrollo es importante porque, como señala Rafael Poch en una crítica inmisericorde, Macron se limita a ofrecer humo. El candidato centrista tiene un aspecto más agraciado que el de Hollande, pero sus propuestas económicas son las mismas que propuso siendo su ministro de Finanzas. Cuesta imaginar a Macron frenando el auge de un partido como el FN, que se nutre en gran parte de la frustración con unas élites endogámicas en un país amenazado por la precariedad y la desigualdad.
Las apuestas, que en 2016 desplazaron a las encuestas como augures, continúan pronunciándose por Macron. Una victoria del candidato centrista en la segunda vuelta desplazaría la amenaza del FN hasta 2022, pero podría amplificarla en el proceso.