Todos los ojos estuvieron puestos en el Indo-Pacífico en noviembre, cuando los líderes mundiales se reunieron en Bali y Bangkok para las cumbres del G20 y la APEC. La temporada de cumbres de este año no podía llegar en mejor momento para los dirigentes chinos. Recién llegado del XX Congreso del Partido Comunista, y tras haberse asegurado un tercer mandato sin precedentes como Secretario General del Partido Comunista Chino (PCCh), estos viajes a Indonesia y Tailandia sirvieron a Xi Jinping para regresar victorioso a la escena mundial.
Sin miedo a parecer débil ahora que se ha asegurado el control de la cúpula del partido, Xi proyectó una imagen de confianza mientras se esforzaba por recuperar el tiempo perdido tras años de escasa interacción en persona con otros líderes mundiales. A menudo sin mascarilla, mantuvo reuniones bilaterales con muchos de los líderes asistentes, incluidos muchos europeos. La mayoría de estas reuniones tuvieron lugar en el hotel de la delegación china, en una sutil muestra diplomática de autoridad.
En un intento de enmendar las relaciones con las potencias occidentales —o al menos de evitar que se descontrolen—, el tono general de todas estas reuniones fue más constructivo que en el pasado. Xi pronunció una serie de discursos mucho más amistosos de lo que nos tenía acostumbrados en los dos últimos años. Por ejemplo, señaló que las relaciones entre China y Australia deben “cuidarse” durante su reunión con el primer ministro australiano, Anthony Albanese. Era el primer encuentro de este tipo entre ambos países desde que las relaciones se deterioraron bruscamente en 2016. (Cuando Canberra propuso una investigación internacional sobre el brote de COVID-19 en 2020, Pekín respondió con una oleada de restricciones comerciales). A falta de puntos de coincidencia entre ambos, Pekín también está dando señales de cierta voluntad de volver a entablar relaciones con su principal competidor. La reunión de Xi con el presidente estadounidense Joe Biden supuso una reapertura de la comunicación entre ambas potencias.
No hay indicios de cambio de política
A pesar de este cambio de tono, que ya se inició durante la visita del canciller alemán Olaf Scholz a Pekín a principios de noviembre, es importante no dejar que la estrategia de encanto de Pekín distraiga la atención de los principales mensajes transmitidos durante el XX Congreso del Partido, celebrado a finales de octubre. Es en el Congreso donde se esbozan las orientaciones y prioridades políticas, y donde se emiten las señales clave de lo que podemos esperar en los próximos años en cuanto a la política exterior de China.
Y el congreso del partido dejó claras algunas cosas. En primer lugar, Pekín tiene una visión mucho más sombría del entorno internacional que hace cinco años. El lenguaje triunfalista sobre una China “erguida y firme en Oriente” y disfrutando de un periodo de oportunidades estratégicas ha dado paso a un énfasis en los riesgos y desafíos a los que se enfrenta. Esto incluye las intenciones de los actores internacionales hacia China, con el “informe de trabajo” de Xi advirtiendo de que los intentos externos de chantajear y contener a China están aumentando y pueden intensificarse en cualquier momento, una referencia velada a EEUU y sus aliados.
En segundo lugar, Pekín ha prescrito más “espíritu de lucha” para responder a estos desafíos. Aunque los objetivos y principios oficiales de la política exterior china permanecen inalterados, Xi hizo un llamamiento para reforzar la voz de China en los asuntos internacionales y su instrumental jurídico extraterritorial. También subrayó la necesidad de invertir más en las relaciones de China con los países en desarrollo, ya fundamentales para el planteamiento de Pekín en la competición geopolítica con Occidente.
Y en tercer lugar, la posición de Xi Jinping en el centro del poder político en China se ha consolidado aún más. Ha llenado el Politburó y su Comité Permanente de leales, ha esbozado un programa político que gira en torno a sus prioridades y ha enmendado la constitución del partido para formalizar su posición como núcleo del partido. La ideología, la seguridad y la estabilidad serán temas que definirán el tercer mandato de Xi. Y cabe esperar que los dirigentes del partido mantengan una línea dura contra cualquier oposición, real o percibida, al ascenso de China.
En resumen, es posible que continúe la estrategia de seducción con la que Pekín pretende cortejar a las potencias occidentales y evitar que se unan contra China. Pero es probable que se trate de pequeños gestos. En el fondo, el comportamiento de China en la escena internacional parece destinado a mantener el rumbo. La competencia geopolítica con EEUU seguirá siendo el centro de la política exterior china; los países en desarrollo seguirán siendo los principales objetivos de la diplomacia china y se mantendrá la presión militar sobre Taiwán.
Xi corteja a los líderes europeos
Los líderes europeos también recibieron la ofensiva de Xi en los márgenes del G20. Pero fueron los Estados miembros de la Unión Europea los que se entrevistaron con Xi, mientras que los representantes de las instituciones de la UE fueron dejados de lado. El Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, visitó Pekín el 1 de diciembre para intentar remediar esta situación. Pero Bruselas es vista cada vez más en Pekín como un interlocutor problemático, dada su visión de China como un rival cada vez más sistémico y su creciente coordinación con EEUU en la política hacia China.
Por ello, Pekín se dirige cada vez más a los Estados miembros de la UE para defender un retorno a unas relaciones menos tensas. Durante sus reuniones con el primer ministro holandés, Mark Rutte, el presidente francés, Emmanuel Macron, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, Xi les pidió que animaran a la UE a mantener una política positiva hacia China y aprovechó algunos de los puntos de fricción que han surgido en la relación transatlántica (como la Ley de Reducción de la Inflación o los nuevos controles estadounidenses a las exportaciones de semiconductores), en un intento ya conocido de abrir una brecha entre Europa y EEUU. Complementó esta petición con llamamientos y compromisos en favor de una mayor cooperación China-Europa en una amplia gama de ámbitos políticos, desde la energía y la agricultura hasta el turismo y la ciencia.
El deseo latente de algunos líderes europeos de encontrar formas de reconectar con China y volver a la cooperación significa que existe el riesgo de que las sonrisas y el lenguaje amistoso de Xi se malinterpreten como un cambio de política. Pero las declaraciones rechazando el uso — o la amenaza de uso— de armas nucleares, aunque positivas, simplemente recapitulan la doctrina nuclear de larga data de China. Y la afirmación de Xi de que China no pretende cambiar el orden internacional existente no encuentra eco en el lenguaje del PCCh predominante en el XX Congreso del Partido. Las posibilidades de que China y Europa puedan encontrarse en algún punto intermedio en cuestiones polémicas como los derechos humanos, el apoyo de China a Rusia, el orden internacional basado en normas o Taiwán siguen siendo escasas.
Los dirigentes chinos también tendrán que hacer frente a múltiples crisis en el futuro, como la desaceleración de la economía y una oleada de descontento con sus políticas de covid cero que se verán agravadas por un entorno internacional cada vez más difícil. Las protestas que han estallado en todo el país han mostrado los límites de los amplios sistemas de vigilancia y censura de China, y aunque en su mayoría se dirigen contra las medidas de control de la pandemia, han surgido algunos llamamientos a la democracia y la libertad de expresión e incluso a la dimisión de Xi.
Es probable que el aparato de propaganda culpe a fuerzas extranjeras de instigar las protestas, pero estas muestran el grado de descontento que hierve a fuego lento bajo la superficie en China. Pekín podrá reafirmar el control interno, pero le costará abordar las cuestiones subyacentes que causan estos problemas. Es probable que esto lleve a Pekín a centrar su atención en la dinámica interna, reduciendo el espacio para el compromiso en la arena internacional. Pero a medida que aumenta la inestabilidad en China, debemos estar preparados para lo que está por venir, en el Indo-Pacífico y más allá: un periodo turbulento de incertidumbre e imprevisibilidad.
Artículo originalmente publicado en inglés en la web de Internationale Politik Quarterly.