Cuando Donald Trump resultó elegido presidente de Estados Unidos hace poco más de un año, la mayoría de los palestinos pensaron que en el transcurso de su primer mandato se olvidaría de la recurrente promesa electoral de trasladar la embajada de EEUU a Jerusalén. Pero a diferencia de sus predecesores Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton –que fueron postergando la medida indefinidamente para no provocar el enfado de los países árabes y musulmanes, cuyo apoyo necesitaban para dar cobertura a sus propias iniciativas de política exterior (acuerdo nuclear con Irán, invasión de Afganistán e Irak, guerras balcánicas, respectivamente)–, Trump ha cumplido su promesa, reconociendo oficialmente Jerusalén como capital de Israel.
La Declaración Trump –a la que algunos ya comparan en importancia histórica con la Declaración Balfour, que acaba de cumplir su primer centenario– cogió totalmente desprevenido a todo el liderazgo palestino. Por un lado, el presidente de la ANP, Mahmoud Abbás, se había desplazado a Riad siguiendo la estela de Saad Hariri, y creía estar participando en algún tipo de iniciativa regional liderada por Arabia Saudí y auspiciada por EEUU para contrarrestar la cada vez mayor influencia de Irán en la zona, especialmente en Siria. Por otro, los principales dirigentes de los partidos mayoritarios Fatah y Hamás se hallaban enfrascados en una nueva ronda de negociaciones de reconciliación nacional bajo la tutela de los servicios de inteligencia egipcios en El Cairo.
Además, el secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, había amenazado la semana anterior con clausurar la delegación de la OLP en Washington, añadiendo una maniobra de distracción adicional a lo que realmente se estaba cociendo en la Casa Blanca. De esta forma, ni las instituciones ni los partidos políticos palestinos se dieron cuenta de lo que se les venía encima. Tampoco los países árabes aliados de EEUU y que mantienen buenas relaciones con Israel –sean formales como Jordania y Egipto, o informales como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos– fueron aparentemente informados con antelación, por lo que cuando intentaron reaccionar ya era demasiado tarde.
“Días de la ira”
Los principales partidos palestinos reaccionaron convocando una huelga general, que fue secundada de forma mayoritaria en toda Cisjordania y en la franja de Gaza, aunque no tanto en Jerusalén Oriental. La huelga fue a su vez complementada por una secuencia organizada de manifestaciones populares de protesta contra los controles militares israelíes que se encuentran en los accesos a las ciudades cisjordanas, muchas de las cuales terminaron degenerando en enfrentamientos con el ejército. También se registraron varios incidentes en las puertas de la verja perimetral que rodea la Franja.
Cogidos por sorpresa por la Declaración Trump, la dirección de Fatah llamó a la prorrogar las protestas durante tres “días de la ira”, mientras que la de Hamás convocó una sola jornada de disturbios a llevar a cabo tras el rezo del viernes a mediodía. El responsable de la oficina política de Hamás y ex primer ministro en Gaza, Ismael Haniya, llegó incluso a arengar para la puesta en marcha de una tercera Intifada, aunque su llamamiento pareció más bien el de un profeta clamando en el desierto, pues la mayoría de los palestinos no están interesados en llegar hasta ese límite, dadas las catastróficas consecuencias que les reportó la segunda, además de que en la coyuntura actual tendrían mucho más que perder y apenas nada que ganar.
Tampoco la dirección de Hamás desea desencadenar una cuarta guerra –después sufrir las consecuencias de las operaciones Plomo Fundido (2009), Pilar Defensivo (2012) y Margen Protector (2014)– que probablemente incluiría una invasión terrestre de la Franja y el total desmantelamiento político y militar del movimiento islamista radical. En una intervención desde la ciudad de Gaza, Haniya argumentó que el mundo árabe e islámico se encuentra ante una encrucijada histórica y tiene que hacer frente a las imposiciones coloniales de Occidente. “La decisión de Trump constituye una declaración de guerra, dado que atenta contra la joya de la corona palestina”, señaló utilizando esta metáfora para aludir a Jerusalén, a la que los árabes llaman Al Quds (la Santa).
Si bien Abbás también ha condenado taxativamente la iniciativa de Trump y ha buscado el apoyo de la comunidad internacional, no parece que vaya a embarcarse en una tercera Intifada, pues él mismo sería una de sus víctimas, tal como le ocurrió a su predecesor, Yasser Arafat. Otra cosa es que vuelva a congelar temporalmente la coordinación de seguridad –marco colaborativo entre el ejército israelí y las fuerzas de seguridad palestinas en Cisjordania– como medida de protesta, tal como hizo el pasado mes de julio durante la ola de disturbios acaecidos en Jerusalén con motivo de la instalación de arcos de seguridad, cámaras de vigilancia y detectores de metales en los accesos a la Explanada de las Mezquitas.
Solidaridad internacional
A diferencia de otras reivindicaciones, en las que los palestinos suelen quedarse solos en los foros internacionales, en esta ocasión cuentan con el apoyo incondicional de los países árabes y musulmanes. Tanto a nivel institucional –la Liga Árabe y la Organización de la Conferencia Islámica han hecho declaraciones en contra de la iniciativa de Trump– como, sobre todo, en la calle. Manifestaciones simultáneas contra los símbolos de EEUU e Israel se han celebrado ya en capitales tan dispares como Beirut, Rabat o Yakarta, y se espera que continúen durante las próximas semanas, lo que podría redundar también en contra de la estabilidad de algunos regímenes como el hachemita en Jordania o el alauita en Marruecos si los ciudadanos perciben pasividad por parte de sus dirigentes.
El rey Abdalá II de Jordania –que se autoconsidera garante de los lugares sagrados del Islam en Tierra Santa– ha reaccionado alertando de las potenciales consecuencias negativas que tendrá esta medida en todo Oriente Próximo. El propio Abdalá pudo comprobar el poder desestabilizador que tiene la cuestión de Jerusalén el pasado verano, cuando un guardia de seguridad de la embajada de Israel en Ammán mató a dos ciudadanos jordanos cuando supuestamente intentaron atacarle durante la fase de disturbios que tuvo lugar en defensa de la Explanada de las Mezquitas. En esta misma línea se ha expresado el presidente de Egipto, Abdel Fatah Al Sisi, a pesar de ser el principal aliado de Israel en la región.
También el rey Salmán de Arabia Saudí –país desde el que Trump se desplazó a Israel durante su gira regional del pasado mes de mayo para promocionar los puentes diplomáticos y comerciales entre ambos Estados– ha mostrado su rechazo y condicionando la vigencia de la Iniciativa de Paz Árabe a que el presidente estadounidense revoque su declaración. Igualmente, el rey Mohammed VI de Marruecos parece querer involucrarse en este contencioso, dado que ostenta la dirección de la Comisión de Jerusalén dentro de la Organización de la Conferencia Islámica. En este mismo foro el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, intentará aprovechar su condición de anfitrión –dado que Turquía ostenta la presidencia rotatoria de la OIC– para liderar la oposición a esta iniciativa y ejercer su papel como nuevo sultán.
Balance provisional
Según las estadísticas de la Media Luna Roja Palestina (PRCS), dos civiles palestinos han fallecido y un millar han resultado heridos de diversa consideración –medio centenar de ellos por impacto de munición real– como consecuencia de esta nueva ola de múltiples enfrentamientos y disturbios que se reproducen por toda Cisjordania, las puertas de la valla perimetral que rodea la franja de Gaza y algunos barrios palestinos de Jerusalén Oriental. Y todo apunta a que las estadísticas seguirán aumentando durante los próximos días.
Otros dos palestinos –en este caso miembros de las Brigadas Izzadin Al Qassam– han muerto al ser alcanzados por un misil aire-tierra lanzado por los aviones de combate israelíes durante una operación de castigo contra un puesto militar de Hamás en el campo de refugiados de Nuseirat (zona central de la Franja de Gaza) en represalia por el lanzamiento de cohetes por parte de las autodenominadas Brigadas Salahadin, que probablemente encubren la propia acción de Hamás, pero que la milicia no quiere asumir abiertamente para evitar una escalada de la violencia. El hecho de que hasta ahora el número de cohetes lanzados contra territorio israelí sea menor a la decena, y que estos hayan sido de poco radio y potencia confirma que los islamistas no quieren librar esa potencial cuarta y probablemente última guerra de Gaza.
Así las cosas, los palestinos vuelven a quedar impotentes al comprobar cómo en el transcurso de su conflicto territorial con Israel, la ley de la fuerza se impone una vez más sobre la fuerza de la ley. Pues la Declaración Trump atenta claramente contra de las resoluciones de la ONU. Además de revocar el Plan de Partición de la Asamblea General de 1947 –que otorgó a la ciudad santa un Corpus separatum que propone su internacionalización– e ignorar la resolución 242 del Consejo de Seguridad de 1967 –que conmina a Israel a retirarse de los territorios ocupados durante la Guerra de los Seis Días–, la declaración permitirá que Israel regularice la anexión de facto de Jerusalén Oriental que ya sancionó de iure a través de la Ley de Capitalidad de 1980, adecuándose sin duda al derecho interno pero subvirtiendo descaradamente el ordenamiento jurídico internacional.