Hace ahora dos años, el Titanic volvió a hundirse. O eso parece a tenor de las metáforas que se utilizaron entonces para describir lo que sucedió a finales del verano de 2008, el año en el que la crisis financiera se hizo con las portadas de los periódicos, sin abandonarnos desde entonces. El 15 de septiembre de ese año el cuarto banco de inversión de Wall Street, Lehman Brothers, se declaró en suspensión de pagos, en la que sigue siendo la mayor bancarrota de la historia. Su pasivo en el momento de la quiebra era de unos 613.000 millones de dólares. Seis veces superior al de Worldcom en 2002. Diez veces mayor que el de Enron en 2001.
La apuesta por los títulos hipotecarios, dañados por la crisis de las subprime o hipotecas basura, acabó con este gigante de Wall Street, creado en 1850, testigo de una guerra civil, dos guerras mundiales y el crash de 1929, entre otras catástrofes provocadas por la mano del hombre. “La falta de liquidez provocó una reacción en cadena”, expuso Ian Lowitt, uno de los directores financieros del banco de inversión. Tras acogerse Lehman Brothers a la protección del Capítulo 11 de la Ley de Quiebras de Estados Unidos, el índice bursátil Dow Jones se desplomó 500 puntos, su caída más pronunciada desde el 11 de septiembre de 2001.
La sacudida que sufrió el sistema financiero internacional agitó las conciencias de los líderes mundiales a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, han pasado dos años y, como señala Wolfgang Münchau en el Financial Times, el sector financiero en la zona euro sigue siendo frágil. En un primer momento, la estrategia de los gobiernos europeos fue inundar de dinero el sistema. En la actualidad lo que se busca es reformar las reglas de juego para, entre otras cosas, dotar de una mayor capacidad de reacción a los bancos, así como mejorar el sistema de radares necesario para detectar riesgos sistémicos y evitar futuros colapsos del sector financiero a escala continental.
Para enfrentarse al problema de la solvencia de los bancos, surge Basilea III, acuerdo que tiene como objetivo incrementar la capacidad de los sistemas bancarios para absorber pérdidas mediante el aumento de las exigencias de capital, entre otros requisitos. En el área de la prevención, la solución adoptada se basa en el diseño de una nueva arquitectura europea de supervisión de riesgos sistémicos. Se han creado tres autoridades europeas de vigilancia que supervisarán las actividades de los bancos, las aseguradoras y los mercados bursátiles, a las que acompañará una junta europea para la prevención de los grandes riesgos sistémicos. Se busca así, además de detectar a tiempo los grandes riesgos para el sistema, evitar las prácticas abusivas del sector financiero que puedan llevar a una nueva crisis.
El Titanic cambia de radar al tiempo que modera su velocidad. La ruta sigue siendo la misma, plagada de témpanos de hielo.
Para más información:
Luis Alcaide, «Lehman Brothers: episodios de una quiebra». Economía Exterior núm. 51, invierno 2010.
José Antonio Ocampo, «Una propuesta de reforma financiera internacional». Economía Exterior núm. 48, primavera 2009.
Francisco Javier Urra, «Por una nueva arquitectura financiera multilateral». Política Exterior núm. 129, mayo-junio 2009.