A medida que la crisis en Ucrania tensa las relaciones entre Bruselas y Moscú, la economía rusa se está convirtiendo en una de las claves para determinar el futuro del conflicto. Durante la anexión de Crimea, Vladimir Putin confiaba en que la Unión Europea estuviese demasiado empantanada con sus propios problemas económicos como para golpear a Rusia con sanciones que también se harían sentir entre sus miembros. Calculó mal. La cuestión, ahora que la economía rusa renquea, es si la capacidad de aguante de los ciudadanos rusos es suficiente como para apuntalar la posición de Putin en Ucrania.
Las cifras esbozan un panorama económico poco alentador. A lo largo de 2014, el rublo ha perdido el 40% de su valor y la inflación ha alcanzado el 9,1%. La fuga de capitales en 2014 rondará entre los 100.000 y 150.000 millones de dólares (en 2013 fue de 61.000 millones). La inversión, por otra parte, se ha visto frenada por las sanciones occidentales. Si los bancos rusos fuesen expulsados del sistema de pagos SWIFT, el comercio exterior de Rusia quedaría profundamente dañado. Rusia cerrará este año con una contracción económica del 0,8% del PIB, la primera en cinco años.
En su reciente discurso sobre el estado de la nación, Putin prometió “castigar” a los “especuladores” que han jugado con los precios del rublo. También propuso una amnistía fiscal con el fin de incentivar el retorno de capital. Pero no mencionó el problema más inmediato para la economía rusa: la caída de los precios del petróleo tras la irrupción del shale en Estados Unidos y Canadá. Rusia es, al final del día, un petro-Estado. El sector de los hidrocarburos representa dos tercios de sus ingresos por exportaciones. Para financiar el gasto público, Moscú necesita mantener el barril entre los 100 y 90 dólares. El precio en 2015, sin embargo, podría oscilar por debajo de los 85. Rosneft, una de las principales petroleras nacionales –perteneciente en un 70% al Estado ruso–, necesita un rescate de 44.000 millones de dólares.
Aunque el conjunto de estos datos presenta una coyuntura difícil para Rusia, los partidario de una línea dura con el Kremlin de momento carecen de motivos para alegrarse. Para empezar, el historial de las sanciones económicas como correctivo para acciones políticas deja que desear. En casos como el de Cuba o Corea del Norte, el aislamiento ha servido, entre otras cosas, para reforzar al régimen.
En segundo lugar, una Rusia debilitada no es una Rusia más estable ni particularmente dispuesta a colaborar con Occidente. Moscú está realizando su propio “pivote a Asia”, estrechando lazos diplomáticos y militares con China a través de su política energética. A mediados de 2015, ambos países realizarán ejercicios navales conjuntos en el Mediterráneo.
El mantenimiento de las sanciones también es perjudicial para las economías europeas. En su discurso, Putin se encargó de recordar que 300.000 empleos en Alemania dependen del comercio con Rusia. Y Moscú también tiene bazas que jugar en el ámbito de la diplomacia económica. Las red de préstamos y garantías fiscales con que Rusia ha atrapado a Ucrania le sirve como herramienta para condicionar la conducta de su gobierno.
Por encima de todo, el desgaste económico aún no ha pasado factura al régimen, En agosto de 2014, Putin obtuvo un sorprendente 84% de aprobación pública, 20 puntos por encima de lo que cosechó en octubre de 2013. La principal ventaja de Rusia frente a sus oponentes continúa siendo la capacidad de sacrificio de sus ciudadanos.
[…] vías como las sanciones no están dando el resultado esperado, a pesar del wishful thinking de quienes les atribuyen en exclusiva el deterioro actual de la […]