Un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) ha advertido de que la amenaza yihadista mundial es más peligrosa que nunca. El informe, de noviembre de 2018, titulado “La evolución de la amenaza yihadista-salafista”, estima que quizá haya alrededor de 230.000 yihadistas en el mundo. Esto es casi cuatro veces la cantidad que había en 2001, cuando los ataques del 11-S marcaron el comienzo de la “guerra global contra el terror” en Estados Unidos.
Pero el informe combina el yihadismo con otras formas de militancia suní islamista, e infla artificialmente el número de “yihadistas” en una forma que sirve para los titulares, pero no para establecer políticas. Es más, aunque supongamos que el recuento de yihadistas es real –correctamente definido–, los números no cuentan la historia al completo. En 2018 hay más yihadistas, pero la mayoría lucha a nivel local. Para la audiencia estadounidense preocupada sobre todo por cuestiones de seguridad, estos grupos son un peligro localmente, pero no necesariamente suponen una amenaza terrorista internacional.
Estas distinciones no son únicamente académicas. Cómo definimos el alcance del problema yihadista-salafista dicta el alcance de la respuesta normativa y la prioridad que esta marca en EEUU y en la política exterior de sus aliados. No hay un ejército de 230.000 yihadistas-salafistas; tampoco uno de 100.000, como indica la estimación más comedida del informe. Luchar como si así fuera significaría una campaña antiterrorista sin un foco claro, torpe e improductiva. Ver yihadistas-salafistas por todos lados es la receta para una guerra global interminable, imposible de ganar.
¿Una amenaza que va en aumento?
El informe del CSIS utiliza un conjunto de datos con números de combatientes yihadistas-salafistas, grupos y atentados a nivel global. Este conjunto de datos se basa en diferentes fuentes, incluyendo la base de datos de terrorismo global de la Universidad de Maryland, el Terrorism and Insurgency Centre de Jane’s, y la Armed Conflict Location and Event Data Project.
El informe del CSIS estima que hay entre 100.000 y 230.000 combatientes yihadistas-salafistas a nivel mundial, desde los 30.000-60.000 que había en 2001. El informe proporciona tanto estimaciones al alza como a la baja en lo referente al personal yihadista, pero son las estimaciones al alza las que han llamado la atención de los medios de comunicación. Los números de combatientes han disminuido ligeramente desde 2016, según los autores, pero el número de yihadistas se sitúan “cerca del cénit” desde que comenzaron a medir los datos.
El informe propugna un esfuerzo mayor por parte de EEUU para lidiar con las “causas subyacentes del terrorismo”, incluyendo los fallos de gobierno y otros agravios. Asimismo, urge a EEUU a no centrarse en adversarios estatales como Rusia y China en detrimento de la lucha contra el terrorismo. “El fallo sería declarar la victoria sobre el terrorismo demasiado rápido –dice– y, como consecuencia, desestimar demasiado los recursos y la atención a los grupos terroristas cuando la amenaza es todavía considerable”.
Terminología equivocada
Pero los números en el informe del CSIS son cuestionables. La cuestión más obvia es que un gran número de estos grupos y combatientes no son “yihadistas-salafistas”.
Según los propios yihadistas, el yihadismo salafista es un movimiento comprometido con imponer la ley del islam mediante la violencia, pero con un énfasis salafista específico en el monoteísmo. Ese enfoque los conduce a una definición amplia de idolatría y una buena disposición para excomulgar y ejecutar a musulmanes que consideran idólatras y apostatas. Críticamente, esto incluye a los gobernantes musulmanes que ellos consideran tawaghit (falsos dioses). Al Qaeda y Dáesh son los ejemplos más prominentes del yihadismo salafista global. Ambos grupos atacan a EEUU y sus aliados occidentales para ganarse a las masas musulmanas y agotar la capacidad de los “cruzados” de intervenir en apoyo de regímenes locales títeres.
El informe del CSIS usa una definición demasiado general e irreconocible de los yihadistas-salafistas, la cual dice que es un grupo o individuo que cree que la yihad armada es un deber del individuo y que también es salafista. La definición no captura la naturaleza del yihadismo salafista, o de aquello que hace el movimiento peligroso. El yihadismo salafista fusiona la revolución sin fronteras con la iconoclasia de inspiración salafista. Busca una guerra de todos los musulmanes contra dirigentes musulmanes ilegítimos, idólatras y, en último término, erigir un Estado islamista utópico. Los grupos yihadistas-salafistas quizá luchen en frentes locales, pero como parte de una guerra global en la cual Occidente es parte. El transnacionalismo de los yihadistas-salafistas, tanto en su visión del mundo como en sus operaciones, es lo que hace de este una amenaza especial para EEUU.
No son solo los yihadistas-salafistas –o incluso los salafistas– quienes creen que la yihad es fard ain (una obligación individual) en ciertas circunstancias. La definición del CSIS de yihadistas-salafistas podría fácilmente incluir salafistas no yihadistas que luchen una batalla defensiva local. Como ejemplo, el informe hace indica la facción islamista siria de Ahrar al Sham como yihadista-salafista. Esto explica que el informe, inverosímilmente, estime al alza los yihadistas en Siria que, como afirma el autor, tiene el número más alto de combatientes de cualquier país (entre 43.650 y 70.550). Ahrar al Sham no es yihadista-salafista, aunque surgiese originalmente de un entorno yihadista. Su enfoque es sirio y local, y ha rechazado la equiparación de su lucha siria con la guerra global yihadista. Además, mantiene contactos con gobiernos regionales y más allá, EEUU incluido.
El informe también engaña al tomar en cuenta a los talibanes, que reconoce que no son yihadistas-salafistas, pero los incluye por sus lazos con yihadistas. Esto explica que el informe señale que Asia del Sur y Central sea la región con el mayor número de combatientes yihadistas (entre 48.000 y 104.000). Como Ahrar al Sham, los objetivos de la guerra talibán son locales. Interacciona diplomáticamente con potencias extranjeras, como EEUU, Rusia y otros, y reconoce la legitimidad de instituciones internacionales como la ONU, todo un anatema para los yihadistas-salafistas.
Ahrar al Sham y los talibanes son parte de un movimiento militante islamista global más amplio y, a menudo fracturado, del cual el salafismo yihadista es solo una corriente más. Que los yihadistas-salafistas hayan cooperado o forjado alianzas con militantes no yihadistas refleja una elección deliberada y estratégica de los yihadistas, y de Al Qaeda en particular. Pero etiquetar a algunos militantes islamistas aliados como “yihadistas-salafistas” tiene poco sentido. EEUU y sus aliados no tienen necesariamente que derrotar a aquellos grupos para derrotar el yihadismo salafista transnacional.
Yihadismo local vs yihadismo global
Aunque solo analicemos el número de yihadistas-salafistas en la actualidad, el análisis longitudinal del CSIS sobre el personal yihadista es deficiente.
Desde 2001, Al Qaeda ha respondido a la presión debilitadora sobre su núcleo estableciendo afiliados locales, que combinan identidades locales y transnacionales, y participan en gran medida en conflictos locales. Dáesh comenzó como uno de estos afiliados, un híbrido de yihadismo transnacional y un revanchismo suní iraquí, aunque a posteriori se reprodujo a nivel global con “provincias”, inspirando a grupos lejanos a sumarse a su bandera.
En el proceso, los grupos yihadistas pasaron de organizaciones terroristas clandestinas a insurgencias locales o ejércitos sobre el terreno luchando en guerras convencionales; en el caso de Dáesh, incluso, se convirtió brevemente en un proto-Estado con su propia administración. Esta mutabilidad es una característica clave tanto de Al Qaeda como de Dáesh, a medida que pasaban de ser diminutas vanguardias clandestinas a convertirse en organizaciones masivas y, de vuelta, a células más pequeñas.
Mientras los grupos se adaptan, sus números crecen y menguan según el modus operandi del momento y la permisividad del ambiente. A veces pueden levantar todo un ejército yihadista, como hizo Dáesh en el momento álgido de su “califato”; otros, abrazan la austeridad y cultivan redes de ayudantes y simpatizantes, como los líderes de Al Qaeda aconsejaron hacer a sus afiliados del norte de África en torno a 2010 y a sus futuros socios en Siria en 2012. Estas pueden ser decisiones estratégicas, tanto a nivel local como transnacional, o tan solo respuestas oportunistas a condiciones sobre el terreno.
Sí, el movimiento yihadista-salafista ha aumentado drásticamente el número de sus combatientes desde 2001. El gran número de yihadistas y su enorme expansión geográfica son obviamente un problema. Pero es discutible cuán grande es el problema, y para quién. ¿Cómo valoramos la amenaza que suponen los miles de soldados locales que se han alistado de manera circunstancial bajo el mando de un núcleo de yihadistas veteranos, por ejemplo? ¿O la amenaza que suponen los yihadistas marginales, los últimos en unirse a cualquier grupo y, cuando las condiciones cambian, probablemente los primeros en abandonar?
Los líderes yihadistas son muy conscientes de cómo se alinean con causas locales y se aseguran un apoyo popular más amplio. Entretanto, las motivaciones de muchas de sus tropas son probablemente locales, incluso si luchan en grupos yihadistas. El informe del CSIS advierte repetidamente sobre una “reserva de yihadistas-salafistas” global que amenaza a los países occidentales y a sus aliados. ¿Pero hasta qué punto son los soldados locales yihadistas adoctrinados y socializados dentro del movimiento yihadista-salafista? ¿Con qué grado de certeza podemos conocer las motivaciones de los somalíes que luchan en Somalia? Entre los luchadores de Hayat Tahrir al Sham, antiguos afiliados de Al Qaeda, encontramos adolescentes que han crecido en un país en guerra, y que quizá nunca han abandonado las provincias de Idlib o sus áreas adyacentes. Estos hombres no son terroristas transnacionales itinerantes, al menos no todavía. Sus perfiles y motivaciones diferirán necesariamente de los operativos yihadistas tradicionales.
Por supuesto, hay razones para estar preocupados incluso por los yihadistas más localmente implicados. Los efectivos yihadistas quizá sean una especie de medida indirecta sobre el atractivo más amplio del yihadismo, e incluso los combatientes puramente locales quizá sean la base para las futuras redes dispersas y la movilización transnacional. Para aquellos preocupados por el terrorismo internacional –lo que los propios yihadistas llaman “operaciones externas”– una fuerza masiva que está localmente manejada y motivada podría, potencialmente, albergar o incubar una capacidad terrorista internacional. Aparentemente, los mandos argelinos de Al Qaeda consideraron hacer algo así en Malí, alrededor de 2012. O, por poner otro ejemplo, una provincia de Idlib controlada por una miscelánea de miles de militantes locales podría proporcionar espacio y recursos para que media docena de miembros del Estado Islámico en Jorasán, de mentalidad transfronteriza, conspiren.
Son estas minúsculas facciones tipo Jorasán las parecen más comparables con los yihadistas de Al Qaeda de 2001. Un operativo itinerante de Al Qaeda de 2001 es sencillamente otra cosa, no comparable con un recluta de Dáesh en Mosul. Comparar el número de combatientes yihadistas-salafistas entre 2001 y 2018 no tienen sentido.
Los combatientes más centrados hoy día en operar a nivel local quizá sean menos alarmantes para Occidente, al tiempo que sí suponen una amenaza más letal para sus enemigos locales. Para estos ciudadanos locales, que lidian con una insurgencia con lazos yihadistas en un contexto de guerra civil, el número de combatientes que integran estos grupos es importantes. Pero para EEUU y otros actores foráneos preocupados sobre todo con las operaciones externas, el grado de amenaza está en función de la intención del grupo, su capacidad y su coordinación. Al tener en cuenta estos factores, las estimaciones sobre efectivos proporcionan análisis limitados.
La carta informativa del antiterrorismo
Algunos medios han presentado las estimaciones del informe del CSIS como una prueba de las fracasadas políticas antiterroristas implementadas por EEUU desde 2001. Sin embargo, debemos ser cautos sobre las conclusiones que sacamos de la multiplicación de yihadistas a nivel mundial, y lo que dice sobre la lucha antiterrorista en concreto.
El crecimiento en términos numéricos de los yihadistas a nivel global deriva, en gran medida, de la invasión de EEUU en Irak y de la primavera árabe y sus consecuencias. (Los propios yihadistas admiten haber estado apurados antes de la “intervención divina redentora” de la guerra de Irak). Ambos eventos debilitaron o destruyeron los Estados de Oriente Próximo, creando vacíos de poder que los yihadistas cubrieron oportunamente, al tiempo que armas e inestabilidad proliferaban.
Como Crisis Group ha comentado, los yihadistas rara vez comienzan guerras, o tienen voz en los conflictos en los que participan. Más a menudo, lo que hacen es aprovechar oportunamente la violencia y la guerra causadas por factores sin conexión con el yihadismo, incluso si los yihadistas, a posteriori, exacerban el conflicto y hacen más difícil su resolución.
Las opresivas tensiones políticas, sociales y demográficas explican en parte las convulsiones nacionales en Oriente Próximo y el norte de África. Pero las decisiones de EEUU y sus aliados de invadir Irak, derrocar al líder libio Muamar Gadafi, e introducir armas en la rebelión siria claramente desempeñaron un papel importante. Estas decisiones no estuvieron en un principio destinadas a la lucha contra el terrorismo, incluso si se vendían como tal. La expansión del yihadismo se debe menos a los fracasos de la lucha contra el terrorismo per se y más a las tendencias geopolíticas y a las políticas estadounidenses, particularmente aquellas que han contribuido a la fragmentación de los Estados y a la disrupción de las sociedades locales.
Si bien es cierto que hay más yihadistas desde 2001, estos son también cualitativamente diferentes. Poner en el mismo saco numérico a todos los yihadistas puede ser alarmante. Pero las políticas antiterroristas inteligentes no puede tratar a los yihadistas como una cantidad inabarcable, una reserva indiferenciado, o fracasar en justificar cómo el yihadismo ha cambiado con el tiempo. Contar la carne de cañón local de los yihadistas de la misma manera que se cuenta a los yihadistas veteranos que han servido tradicionalmente como nodos en redes transnacionales es inútil. Tampoco deberíamos exagerar la fuerza yihadista declarando a los militantes locales no yihadistas parte de la amenaza yihadista-salafista global.
Desde 2001, hemos visto cómo políticas mal planteadas han ampliado las capacidades y el alcance de los yihadistas globalmente. La amenaza yihadista-salafista exige una respuesta política que discrimine, basado en las complejidades de los grupos yihadistas y su contexto local. Las estimaciones imprecisas, a ojo de mal cubero de la fuerza yihadista van en contra de las soluciones complejas e informadas que, al final, preservan la seguridad de los ciudadanos.
Este artículo fue publicado originalmente, en inglés, en la web de Crisis Group.