A lo largo de la campaña electoral alemana, la política exterior ha brillado por su ausencia. En el primer debate entre Olaf Scholz (SPD), Armin Laschet (CDU) y Annalena Baerbock (los Verdes), el bloque de política exterior se redujo a una breve discusión sobre la salida de Afganistán, centrada más en la actuación del gobierno federal que en un debate estratégico sobre el futuro de la región. En el segundo y el tercero, celebrados a lo largo de septiembre, no se le dedicó un solo minuto. Si las elecciones del 26 de septiembre, según coincide la prensa europea, son “decisivas” para el futuro de Europa, el propio sistema político alemán no se ha dado por aludido.
La marcha de Angela Merkel y una posible victoria de Scholz supondrán un profundo cambio para el sistema político alemán. Es poco probable, sin embargo, que conlleven un giro radical en la política exterior del país. En primer lugar, por la heterogeneidad del próximo gobierno –sea cual sea–, cuyas contradicciones internas y complejo acuerdo de coalición obligarán a los partidos a contentarse con un programa de mínimos. En segundo lugar, porque pese a sus indudables diferencias programáticas, existe un relativo consenso en la agenda exterior de los principales grupos políticos alemanes: CDU, SPD, Verdes y FDP.
La política exterior no gana elecciones
Hay dos formas de entender la escasa presencia que la política exterior está teniendo en la campaña electoral. La más sencilla quizá sea, a su vez, la más importante: en Alemania, la política exterior no gana elecciones. Esta es, escribe Thomas Bagger en Política Exterior, una de las grandes paradojas del 26-S: pese al interés con el cual se ven los comicios desde fuera, el votante alemán medio “reacciona con extraña indiferencia ante las crisis y los conflictos del mundo”. Una reciente encuesta de INSA respalda el análisis de Bagger: al ser preguntados por los asuntos “decisivos” para su voto de cara al 26-S, apenas el 8% del electorado se decanta por la política exterior: un 6% menciona la UE y el 2%, la política de defensa.
Más allá de los cálculos electorales de los partidos, el sistema político alemán sufre las consecuencias de tres lustros de gobierno de Merkel. Los tres aspirantes a suceder a la canciller son, pese a sus diferencias programáticas, netamente merkelianos en su enfoque: firmes partidarios de la integración europea, pero contrarios a la autonomía estratégica que pide Francia; convencidos de la importancia de la agenda exterior, pero centrados en las reformas políticas internas; y conscientes de las dificultades que plantea un nuevo orden mundial multipolar, pero reacios a ser ellos quienes lideren uno de dichos polos.
«Cuatro legislaturas sin alternancia en el gobierno han dejado al país sin un debate plural sobre política exterior»
Es, en palabras Alexander Clarkson, la “paradoja Merkel”: su forma de gobernar y su liderazgo omnipresente han ejercido una enorme influencia no solo sobre su partido, sino sobre la gran mayoría de aquellos que conforman el Bundestag, que se han visto arrastrados hacia las posiciones de una canciller “atrápalo todo”. Pero a su vez, cuatro legislaturas sin alternancia en el gobierno, y por ello sin un debate plural sobre política exterior, han dejado al país sin una clara narrativa sobre su papel en un mundo cambiante. Es poco probable que esta situación, que Clarkson denomina la “debilidad sistémica” alemana, cambie radicalmente tras el 26-S: las elecciones federales, en otras palabras, supondrán el fin de la era Merkel, pero no del merkelismo en sí.
Coaliciones, programas de mínimos y ‘realpolitik’
Si la política exterior ha desempeñado un papel relevante en estas elecciones, ha sido como arma arrojadiza en la guerra de coaliciones que caracteriza el final de toda campaña electoral alemana. El principal responsable de ello ha sido una CDU al borde del abismo electoral.
Los de Laschet, escribe Franco delle Donne, han apelado al anticomunismo “para demonizar un eventual gobierno de izquierdas”, subrayando el peligro que supondría la presencia en el Consejo de Ministros de Die Linke, la coalición surgida del Partido Socialista Unitario que gobernó la RDA durante 40 años. Es indudable que Die Linke tiene la agenda exterior más rupturista de los cinco partidos que optan a entrar en el gobierno: en su programa, los poscomunistas denuncian el “imperialismo” de Occidente frente a China y Rusia; piden la disolución de la OTAN y su sustitución por una organización internacional que incluya a Rusia; y abogan por la retirada de las Fuerzas Armadas alemanas de todas sus misiones internacionales. Son unas exigencias que no solo han dado alas a la CDU: también han puesto en una situación incómoda a Scholz, quien ha indicado que la OTAN y la Unión Europea son “innegociables” para él, y a Baerbock, que en una reciente entrevista se distanció de las políticas de Die Linke.
Sin embargo, en el (improbable) caso de que se diese un tripartito de izquierdas, existen dos razones para dudar de un giro radical en la política exterior del país. Para empezar, resulta difícil pensar que Die Linke –al borde del abismo electoral y deseoso de acceder al gobierno– hiciese de la OTAN, de las fuerzas armadas o de la UE una línea roja; como lo es que su rusofilia o su sinofilia tuviesen gran relevancia en un gobierno formado, en su amplia mayoría, por SPD y Verdes: si el propio Scholz se ha mostrado duro con ambos países, los Verdes llevan años pidiendo, entre otras cosas, la supresión del polémico gasoducto Nordstream 2. Un tripartito de izquierdas, en otras palabras, podría significar un cambio de rumbo en la agenda social y económica, pero sería, muy probablemente, ortodoxo en su agenda exterior.
«Un tripartito de izquierdas podría significar un cambio de rumbo en la agenda social y económica, pero sería, muy probablemente, ortodoxo en su agenda exterior»
Tampoco conllevaría grandes cambios un gobierno “semáforo” con SPD, Verdes y el FDP: a día de hoy, y junto al gobierno Jamaica, una de las dos coaliciones más probables. Es cierto que, frente a la buena sintonía entre socialistas y verdes, la agenda europea del FDP se asemeja más a la de la CDU: los liberales, que han hecho de la rectitud fiscal su bandera a lo largo de la campaña, se oponen a la profundización de una unión fiscal europea, a la consolidación del fondo Next Generation EU, o a la relajación de las reglas fiscales que piden países como España. También, que existen diferencias en sus posturas hacia la OTAN: el FDP es un firme defensor de la alianza militar y de alcanzar el objetivo de gasto del 2% del PIB, una política que los Verdes han criticado abiertamente y respecto a la cual el SPD ha evitado mojarse.
De nuevo, sin embargo, la realpolitik alemana hace pensar que cualquier posible desacuerdo será más bien retórico. En primer lugar, la campaña del FDP no ha girado, en ningún momento, en torno a la política exterior: pese a que, en un borrador filtrado a la prensa, el partido se interesaba por el ministerio de Defensa, su líder, Christian Lindner, nunca ha ocultado que su objetivo es hacerse con las carteras económicas de un futuro gobierno. Los liberales, además, podrían afrontar las negociaciones con poco margen de maniobra: como tercer partido en la coalición, con una posible suma de izquierdas que otorgaría más poder a SPD y Verdes, y con la presión añadida de no repetir el error de 2017, cuando sus exigencias programáticas tumbaron un acuerdo de gobierno con CDU y Verdes. Ante un escenario político tan delicado, mucho tendría que cambiar las cosas para que las posiciones de los partidos hacia Europa, Rusia o China impidiesen la formación de un ejecutivo semáforo.
Que todo cambie para que todo siga igual
Todo ello no quiere decir, ni mucho menos, que las elecciones alemanas carezcan de importancia: en Bruselas, por ejemplo, un gobierno liderado por Scholz podría relajar las reglas fiscales y alterar los equilibrios políticos en el Consejo Europeo, mientras que una administración Laschet, con Friedrich Merz o Lindner al frente de Hacienda, devolvería a Alemania a la ortodoxia que exhibió durante la crisis de la zona euro. Pero pese a ello, es poco probable que el nuevo gobierno, sea semáforo, Jamaica o de izquierdas, imprima un giro radical en la agenda exterior del país: por una parte, por la complejidad y la inestabilidad de cualquier tripartito que surja tras 26-S; por otra, por el consenso político que existe, entre los principales partidos alemanes, sobre el papel de Alemania en el mundo. La marcha de Merkel tendrá, por lo tanto, un efecto gatopardista sobre la agenda exterior del país: cambiará todo, pero, a la hora de la verdad, (casi) todo se mantendrá igual.