La administración Trump: defensa y política exterior

Jorge Tamames
 |  13 de diciembre de 2016

La campaña de Donald Trump planteó dos problemas fundamentales en el terreno de la política internacional. El primero era el carácter del candidato. Trump se mostraba desinteresado por las relaciones externas de Estados Unidos, inconsistente en sus opiniones sobre los problemas del mundo e impulsivo proponiendo ocurrencias para resolverlo. Un mes después de su victoria electoral, el presidente electo continúa cometiendo traspiés diplomáticos, proponiendo a Nigel Farage como embajador británico y provocando a China con declaraciones inflamables respecto a la soberanía de Taiwán.

El segundo problema son sus amistades peligrosas. A lo largo de 2016, Trump trató a Vladímir Putin con afecto y complicidad. El presidente ruso, poco amigo de Hillary Clinton, no tuvo problema en corresponderle. Muchos demócratas, la Casa Blanca, algunos republicanos y la CIA (pero no el FBI) insisten en que los servicios de inteligencia rusos hackearon las comunicaciones de los dos grandes partidos políticos estadounidenses en un intento de beneficiar a Trump.

Con semejante bagaje, la composición del futuro equipo de política exterior y de defensa de Trump ha sido motivo de ansiedad en Washington. A juzgar por las nominaciones realizadas hasta la fecha, esta ansiedad estaba justificada.

 

Generales, perros furiosos y conspiracionistas

Una de las particularidades de la nueva administración será el papel destacado que desempeñarán antiguos militares. Composición consecuente con el nacional-populismo de Trump, porque las Fuerzas Armadas estadounidenses son la institución mejor valorada del país. John F. Kelly es el nominado a secretario de Seguridad Nacional. De cara a la proyección exterior, destacará el papel de James Mattis (nominado como Secretario de Defensa) y Michael Flynn (futuro Asesor de Seguridad Nacional).

A Mattis, magnético exgeneral de los Marines, sus admiradores le describen mezclando hagiografía y fetichismo. Sus motes (“Perro Furioso”, “Caos”, “Monje-guerrero”) hacen referencia a una combinación sui generis de disciplina férrea, declaraciones brutales y propensiones eruditas. “La primera vez que vuelas a alguien en pedazos no es un evento insignificante”, musitó en un discurso pronunciado en 2005. “Habiendo dicho esto, a veces hay capullos a los que simplemente hay que pegar un tiro”. En su faceta civilizada es un lector voraz que cita a Sun-Tzu, Shakespeare y Marco Aurelio.

Mattis entró en el cuerpo de Marines con 19 años, fue destinado a Afganistán e Irak y llegó a dirigir el Mando Central de EEUU entre 2010 y 2013. Con simpatía por los aliados suníes de EEUU en Oriente Próximo, chocaba con la administración Obama, a la que consideraba demasiado laxa frente a Irán. De ser confirmado en Defensa (decisión polémica, porque el Pentágono suele ser gestionado por un civil), Mattis tendrá que lidiar con una burocracia y un aparato militar hipertrofiados.

Flynn, que dirigió la agencia de inteligencia del Pentágono entre 2012 y 2014, comenzó a criticar a Obama en cuanto se quitó el uniforme. Entre sus principales puntos de fricción con el presidente están el acuerdo nuclear iraní y la hostilidad frente a Rusia, con quien apuesta por mantener buenas relaciones. Ha destacado por su tono estridente durante la campaña presidencial, llegando a declarar que Clinton pertenece “al campo enemigo” por ser “una persona que desconoce la diferencia entre una mentira y la verdad”.

Paradójicamente, Flynn tiene una tendencia preocupante a consultar fuentes de información manipuladas y propagar bulos, muchos de ellos islamófobos. Tendencia que ha heredado su hijo, recientemente involucrado en pizzagate, un pseudo-escándalo conspirativo delirante.

 

 

Palomas, halcones y republicanos

Con todo, la nominación más esperada ha sido la de secretario de Estado. Tras semanas flirteando con diferentes candidatos para dirigir la diplomacia estadounidense, Trump se ha decantado por Rex Tillerson, presidente de la petrolera ExxonMobil desde 2006. El principal activo de Tillerson es precisamente su sintonía con Moscú: en 2013, Putin le condecoró con la Orden de la Amistad en agradecimiento al proyecto de ExxonMobil y la rusa Rosneft para extraer petróleo en el mar de Kara, posteriormente bloqueado por las sanciones occidentales. Para Steve Coll, autor de un libro reciente sobre ExxonMobil, la nominación de Tillerson, que ha desarrollado toda su carrera en la multinacional petrolera, es problemática: “Trump está entregando el departamento de Estado a un hombre que ha pasado su vida entera dirigiendo un cuasi-Estado paralelo, en beneficio de sus accionistas, cultivando relaciones con líderes extranjeros que tal vez no se amolden a los intereses del gobierno de EEUU”.

Tillerson, que no tiene un perfil agresivo, podría chocar con su probable número dos en el departamento, John Bolton, miembro del ala más extremista de los «halcones» republicanos. Embajador ante la ONU de George W. Bush, Bolton ha criticado a la administración Obama duramente por considerarla insuficientemente dura con Rusia. También demuestra afición por las teorías conspirativas, sugiriendo recientemente que las interferencias electorales atribuidas a Rusia las podría haber realizado el propio Obama, intentando beneficiar a Clinton. Su perfil causa recelo incluso entre miembros de su propio partido, como el senador libertario Rand Paul, que ha declarado que se opondrá a su nominación.

Otro republicano duro es Mike Pompeo, designado como director de la CIA. Fundamentalista cristiano, Pompeo accedió al Congreso por Kansas en 2010, aupado por el movimiento Tea Party. Se dio a conocer por su hostigamiento a Clinton tras el ataque al consulado estadounidense en Bengazi. Considera a Edward Snowden un traidor que debiera ser ejecutado y, como Trump, está a favor de la tortura de la era Bush. Pompeo tendrá que mediar entre la CIA, la Casa Blanca y el Pentágono: su jefe ya ha declarado que no cree a su principal agencia de inteligencia cuando denuncia  la supuesta interferencia rusa durante las elecciones.

 

 

Si Tillerson representa el intento de Trump de mejorar las relaciones con Rusia y Bolton y Pompeo son concesiones al ala dura del Partido Republicano, la nominación de Nikki Haley como embajadora ante la ONU supone un intento de contentar al ala centrista del partido. Gobernadora de Carolina del Sur desde 2011, Haley apoyó a Marco Rubio durante el proceso de primarias. Es vista como uno de los valores en alza de los republicanos, si bien carece de experiencia en materia de política exterior.

Como candidato, Trump prometió llenar su administración con las mentes más brillantes del país. Hoy por hoy, su equipo combina los dogmas intervencionistas del Partido Republicano con las temáticas islamófobas y conspiracionistas que Trump azuzó en campaña. Más allá de un intento de enmendar las relaciones con Moscú, no parece existir una visión de conjunto en los nombramientos realizados hasta la fecha. El aglutinador de unos perfiles discordantes e histriónicos será el personaje inestable y narcisista al que todos servirán.

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