Abundan las explicaciones de la situación caótica de Irak, sumido en una guerra a partes civil y a partes sectaria. Entre los sospechosos habituales –y locales– están el auge del islamismo radical y el enfrentamiento histórico entre suníes y chiíes en Oriente Próximo. Las fronteras artificiales y protectorados que crearon Francia y Gran Bretaña tras el Acuerdo Sykes-Picot, junto a la invasión americana de 2003, forman una parte destacada del telón de fondo. Ahora que el avance del Estado Islámico de Irak y Siria (EEIL) desdibuja las fronteras regionales, el Kurdistán iraquí se ha convertido en un bastión de estabilidad.
Los kurdos son lingüística y culturalmente diferentes a los turcos, árabes y persas de los países a los que pertenecen. Ocupan un área comprendida entre el norte de Irak y Siria, el sureste de Turquía, y el oeste de Irán. La discriminación estatal, que a menudo desemboca en conflictos armados, es común en todos estos Estados, con la excepción de Irak.
No siempre fue así. Durante la dictadura de Saddam Hussein, los kurdos fueron reprimidos y masacrados con armamento químico. Tras la Guerra del Golfo, el Kurdistán iraquí (con capital en Erbil, tercera mayor ciudad del país) se convirtió en una región independiente de Bagdad. Con el resto del país rasgado por una guerra civil, Masud Barzani, presidente de la región, ha solicidato a las autoridades de Bagdad la celebración de un referéndum por la independencia.
La autonomía del Kurdistán iraquí es sostenible tanto en términos económicos como de seguridad. Los peshmergas, milicia local, se cuentan entre las pocas fuerzas competentes de la región. Tras la caída de Mosul en junio, las fuerzas kurdas han contenido el avance del EIIL en el norte del país, arrebatándoles la ciudad de Kirkuk, donde se encuentran los cuartos mayores yacimientos petrolíferos de Irak. Aunque la posesión de la ciudad supone una baza a la hora de negociar una posible separación de Bagdad, lo cierto es que, incluso sin Kirkuk, un Kurdistán independiente se convertiría en el sexto mayor productor de petróleo del mundo. La región también ha logrado convertirse en uno de los escasos focos de inversión privada en el país.
La situación de los kurdos fuera de Irak es menos afortunada. Amnistía Internacional denuncia la discriminación que sufren los 12 millones de kurdos de Irán. Los que viven en el norte de Siria actualmente se enfrentan al régimen de Bachar el Asad y a EEIL. En Turquía, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) libra, desde hace décadas, una insurgencia contra el gobierno. El conflicto alcanzó un punto álgido durante los nocenta, cuando Turquía, entonces el primer importador de armamento del mundo, libró una campaña brutal para erradicar a las milicias kurdas.
El conflicto se ha estabilizado en los últimos años. Recep Tayip Erdogan, el polémico primer ministro turco, ha relajado la represión sobre la minoría kurda y ha reconocido el derecho de autodeterminación del Kurdistán iraquí en el supuesto de que Irak se desintegrase. Erbil y Ankara mantienen un diálogo fluido mientras el PKK negocia el final del conflicto con el gobierno. La manzana de la discordia sería la demanda de un referéndum de independencia en las regiones kurdas del país. De exigirse formalmente, el gesto pondría a Erbil contra la espada y la pared, porque los kurdos en Irak dependen de Turquía para exportar crudo al resto del mundo.
A pesar de los avances –o tal vez gracias a ellos–, la cuestión kurda no hará más que ganar peso en el futuro. Con el PKK en paz con el gobierno turco, muchos insurgentes exportarían su actividad a otros frentes, como el de Siria. Un Kurdistán independiente, incluso cultivando buenas relaciones con sus vecinos, no dejaría de ser motivo de inquietud regional. Mientras tanto la soberanía del Kurdistán iraquí, al menos de facto, es un hecho incontestable.