Los datos de los XXII Juegos Olímpicos de Invierno, que se celebrarán en Sochi entre el 6 y el 23 de febrero, son hiperbólicos. Ostentan el mayor gasto en un proyecto semejante hasta la fecha (50.000 millones de dólares: siete veces el precio de las olimpiadas de Londres y un 20% más que las de Pekín), un despliegue de seguridad muy superior al que pusieron en práctica las autoridades chinas y británicas, y el mayor relevo de la antorcha olímpica de la historia: 64.000 kilómetros, desde las estepas siberianas a la Estación Espacial Internacional, y pasando por el fondo del lago Baikal. El evento, en resumen, se presenta como una oportunidad para destacar el poderío de Rusia, en alza tras un año particularmente exitoso para su presidente, Vladimir Putin. El Mundial de Fútbol de 2018 también se celebrará en este país, y estará igualmente destinado a soslayar la importancia del anfitrión.
A pesar de todo, no está claro que los juegos vayan a lograr el efecto deseado, al menos en lo que a realzar la imagen de Rusia se refiere. Sochi no encaja con las dimensiones monumentales de los juegos: es una ciudad de 400.000 habitantes, con inviernos suaves y relativamente aislada. La mayoría de la infraestructura de los juegos ha sido construida tras la nominación en 2007, frecuentemente empleando –y explotando– mano de obra inmigrante. El enorme coste del proyecto es en parte un reflejo de la corrupción que lastra su desarrollo. Incluso el relevo de la antorcha olímpica ha causado más sonrojo que admiración: se calcula que la se apagó unas 48 veces, uno de sus portadores murió, y –cómo no– la empresa que fabricó las antorchas se ha visto envuelta en un escándalo de corrupción.
Un problema de mayor envergadura es el que plantean las políticas represivas que se han convirtido en el sello de Putin. A la ya habitual marginación de la oposición se añade una reciente ley homófoba que ha causado indignación tanto dentro como fuera de Rusia. A pesar de gestos simbólicos de buena voluntad, como la liberación de miembros de las Pussy Riot y el antiguo magnate Mikhail Khodorkovsky, persiste la imagen de Rusia como una autocracia involucionando a marchas forzadas. Es por eso que varios personajes destacados han optado por boicotear los Juegos Olímpicos –desde estrellas como Lady Gaga al presidente de Alemania, Joachim Gauck.
Con todo, son las medidas de seguridad las que están causado una mayor impresión de puertas para fuera. Sochi se halla en la región del Cáucaso, en la que los enfrentamientos entre las fuerzas rusas y militantes islámicos son frecuentes. La región de Daguestán es un foco de insurgencia islámica, mientras que la segunda guerra de Chechenia mostró hasta qué punto Putin está dispuesto a emplear mano dura contra los rebeldes. El conflicto entre rusos y caucasianos continúa vivo: a lo largo de 2013, 139 personas han muerto como consecuencia de ataques terroristas. En este contexto, los recientes atentados en Volgogrado –antigua Stalingrado– y la llamada de Dokú Umárov a que sus seguidores islamistas ataquen a civiles durante los juegos han causado alarma. No se sabe con certeza si Umárov, autoproclamado emir del Cáucaso, es el responsable de los atentados –que se han saldado con 34 muertos–, pero Putin ha prometido “aniquilar” a sus hombres, destinando a Sochi 50.000 policías y varias unidades de las Spetsnaz, fuerzas de élite del ejército ruso. El 12 de enero, cinco presuntos islamistas fueron detenidos en Nalchik, a 300 kilómetros de Sochi.
El despliegue de seguridad también parece orientado a espiar a las delegaciones extranjeras. Desde 2010, el servicio secreto ruso (FSB) se ha encargado de que el sistema Sorm –equivalente ruso del Prisma, empleado por la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense– pueda emplearse para interceptar comunicaciones a escala masiva en Sochi. La seguridad de la ciudad está ahora a cargo de Oleg Syromolotov, que no ha hecho carrera como experto en terrorismo, sino en la división de contrainteligencia de la FSB. Y ante un clima tan tenso, Moscú ha prohibido la entrada a Rusia de un periodista americano, gesto sin precedentes desde el final de la Guerra Fría. A un mes del comienzo de los Juegos Olímpicos, el clima es de una crispación considerable. De caldearse más la situación, en febrero no quedará hielo en las pistas de esquí de Sochi.