China cierra una década en la que su gasto militar se ha multiplicado por más de ocho. El reciente aumento de su presupuesto de defensa (un 10%, alcanzando un total de 144.000 millones de dólares) no ha pasado desapercibido en su vecindario. El este y sur de Asia amenaza con volcarse en una carrera armamentística. Corea del Sur y Vietnam están invirtiendo en submarinos; India se ha convertido en el principal mercado de defensa para Estados Unidos y la francesa Dassault. Como señala David Pilling, en el mejor de los casos este gasto resultará dinero desperdiciado.
Japón está sintiendo la presión por encajar el auge de China con más intensidad que ningún otro vecino. La fuerza aérea japonesa ha aumentado sus vuelos sobre las islas Senkaku en un intento de contrarrestar la presión china sobre el archipiélago disputado. En el norte se repite la tensión entre fuerzas aéreas, pero en este caso la del bando contrario es rusa. Rusia y Japón se disputan la posesión de las islas Kuriles, y Moscú ha reanudado su presión sobre ellas a lo largo de 2014.
Atrapado por su pasado
Por raro que pueda parecer, el futuro de las disputas en el mar de la China Oriental depende en gran medida de la actitud con que Japón encaja su pasado imperial. Setenta años después del final de la Segunda Guerra mundial, el recuerdo del colonialismo japonés continua levantando ampollas en la región. Desde su toma de poder en 2012, Shinzo Abe ha insistido en rearmar Japón al tiempo que lleva a cabo un proceso de revisionismo histórico para “restablecer el honor” de su país. Abe se ha volcado en una controvertido intento de negar los crímenes sexuales cometidos por soldados japoneses en sus colonias. En octubre, el gobierno creó una comisión para rectificar lo que considera una interpretación sesgada de la historia nacional. Su presidente, el ministro de Exteriores Hirofumi Nakasone, es hijo de un antiguo primer ministro que saltó a la fama dentro del ejército japonés por establecer redes de esclavas sexuales –llamadas “mujeres de confort”– a lo largo del imperio. Abe también se ha pronunciado en contra de las disculpas por la brutalidad del imperio japonés proclamadas por primeros ministros como Tomiichi Murayama y Junichiro Koizumi.
La controversia en torno a las mujeres de confort está socavando la relación entre Corea del Sur y Japón. Park Geun-hye, presidenta desde 2013, no ha realizado un solo encuentro bilateral con Abe. El creciente desafecto entre ambos países, según Jennifer Lind, podría tener su origen en consideraciones puramente estratégicas. Japón es una potencia naval que no quiere involucrarse en la península de Corea, mientras que Seúl prefiere mantener una relación distante con Tokio para aplacar a China, su principal socio comercial.
No por ello es el revisionismo de Abe irrelevante. Las relaciones sino-japonesas han mejorado ligeramente durante los últimos meses, tras un encuentro entre Abe y el presidente chino Xi Jinping en noviembre. Una de las claves para reducir la tensión en torno a las Senkakus es la consolidación de un mecanismo consultivo que permita a Japón y China mantener un canal de comunicación durante una emergencia naval o aérea – es decir, una escaramuza militar. La propuesta llevaba en la mesa desde 2012, pero ha despegado en enero. Pekín, sin embargo, ha dejado claro que el progreso dependerá de la actitud con que Abe conmemore el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra mundial, en mayo. Si el primer ministro persiste en su intento de obviar los crímenes de Japón, la medida difícilmente prosperará.
Navegar con pies de plomo
Pekín y Tokio no son los únicos actores involucrados en la disputa. El principal apoyo regional de Japón es India. Abe mantiene una relación personal muy cercana con Narendra Modi (el primer ministro indio se encuentra entre las únicas cinco personas que el japoné sigue en Twitter). Modi necesita que Japón invierta en India para renovar su infraestructura, potenciando su programa de reformas económicas. Por encima de todo, ambos países mantienen disputas territoriales con China y expresan inquietud ante la fuerza creciente de Pekín.
EE UU está estrechando lazos con ambos países. Aunque el número de submarinos chinos ya supera al de los americanos, EE UU continúa siendo la principal potencia militar en la región. La presencia americana es bien recibida por los países preocupados con China, pero existe el riesgo de que los intentos de contener a Pekín resulten contraproducentes. En uno de los estudios más minuciosos sobre la conducta de China en disputas fronterizas, M. Taylor Fravel llega a la conclusión de que Pekín únicamente zanja disputas territoriales por la fuerza cuando percibe que sus rivales se están fortaleciendo a mayor velocidad, convirtiéndose en una amenaza militar.