Desde que en septiembre 1945 firmó su rendición en una ceremonia a bordo del USS Missouri en la bahía de Tokio, Japón había sido muy reacio a coordinar sus políticas de seguridad y defensa con otro país que no fuese Estados Unidos. Así, permanecía fiel a la llamada doctrina Yoshida, en alusión al primer ministro Shigeru Yoshida (1946-47 y 1948-1954), que creó las Fuerzas de Autodefensa japonesas que sustituyeron al antiguo ejército imperial. La doctrina Yoshida estableció el principio fundacional de la política exterior japonesa de la posguerra: en adelante, Tokio confiaría su seguridad exterior a Washington para que pudiera concentrar su atención en reconstruir la economía.
Hasta hoy, EEUU mantiene más de 57.000 efectivos militares repartidos en 85 instalaciones militares en el archipiélago nipón, más que en ningún otro país del mundo. Esas bases fueron utilizadas por el Pentágono en las guerras de Corea, Vietnam, Irak y Afganistán. En el puerto de Yokosuka está la sede de la VII Flota, una de las cinco que la Armada de EEUU mantiene en activo.
La otra razón de esa actitud reticente obedece al estricto pacifismo consagrado en la Constitución de 1947, que nunca ha sido enmendada pese a que fue redactada por una veintena de juristas estadounidenses durante la ocupación. En su célebre artículo 9, el “pueblo japonés” renuncia a la guerra como derecho soberano de la nación.
Eran otros tiempos. El 5 de enero de 2022, Fumio Kishida y Scott Morrison, primeros ministros de Japón y Australia, respectivamente, firmaron varios acuerdos de defensa para coordinar maniobras militares conjuntas en el Pacífico norte, el mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán, en previsión de crisis y desastres “inminentes”. Hasta ahora, las unidades navales de las Fuerzas de Autodefensa solo podían participar en ejercicios militares con la Armada Real australiana en el Índico y el Pacífico sur.
Japón solo tenía suscrito con Washington un “acuerdo de acceso recíproco” similar. Para un país que valora la continuidad y estabilidad en asuntos de política exterior, se trata un cambio casi revolucionario. Desde 2006, Japón ha tenido siete jefes de gobierno que solo cumplieron un año en el poder –meses más, meses menos–, lo que distrajo su atención sobre cuestiones exteriores.
De hecho, el único que dio un cierto giro a las relaciones internacionales japonesas fue Shinzo Abe, el único de los recientes primeros ministros que pudo evitar la maldición del primer año, cumpliendo nueve ejercicios en el cargo en dos periodos. Antes de renunciar en 2020 por cuestiones de salud, Abe impulsó una revisión integral del pacifismo oficial para facilitar acuerdos de defensa con terceros países, como el que ha firmado con Canberra, un hito de un camino que ha sido largo y accidentado.
«Abe impulsó una revisión integral del pacifismo oficial de Japón para facilitar acuerdos de defensa con terceros países, como el que ha firmado con Australia»
Desde hace décadas, el gasto en defensa japonés ronda el 1% del PIB, lo que ha impedido a la tercera economía mundial proyectar su poder militar. La alianza con Washington, sus propósitos de enmienda tras su pasado imperialista y los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki explican el rechazo de la mayoría de los japoneses a cambiar el artículo 9.
El tratado de seguridad mutua firmado en 1951 por EEUU y Japón, por otra parte, fijó el modo por el que Japón podía permitir a las fuerzas del Pentágono permanecer en su territorio después de que el país recuperara su soberanía. En 1960, el acuerdo original se revisó para formalizar un compromiso de defensa explícito en caso de ataque.
En 1967, sin embargo, el primer ministro Eisaku Endo estableció los llamados “tres principios nucleares”: no posesión, no producción y no despliegue de armas atómicas. Endo respondía así a la preocupación de que las cabezas nucleares que EEUU tenía en sus bases japonesas expusieran al país a represalias de la Unión Soviética, China o Corea del Norte.
Revisionismo en Tokio
Desde entonces, el pacifismo japonés a ultranza ha ido menguando a medida que el mundo se hacía más multipolar y EEUU exigía más esfuerzos en defensa por parte de sus aliados. En 1992, una nueva ley japonesa estipuló las condiciones en las que las Fuerzas de Autodefensa podrían participar en las misiones de cascos azules de la ONU.
En 1993, Japón envió a Camboya su primera unidad militar al exterior. En noviembre de 2011, el gobierno de Junichiro Koizumi envío unidades navales de las Fuerzas de Autodefensa al Índico para dar apoyo logístico al Pentágono en Afganistán, en la primera misión militar exterior durante operaciones de combate desde 1945.
En 2015, también por primera vez, el gobierno de Abe “reinterpretó” la constitución para permitir a las Fuerzas de Autodefensa acudir en defensa de países aliados, aunque solo en circunstancias muy específicas y restringidas.
En 2018, Tokio anunció que gastaría en cinco años 240.000 millones de dólares en defensa, una cifra sin precedentes que incluía compras de armamento de EEUU e inversiones de I+D en tecnologías militares avanzadas. En 2020, EEUU aprobó la venta de 105 cazas F-35 a Japón. En octubre de 2021, el Partido Liberal Democrático (PLD) –que ha estado en el poder desde los años cincuenta, salvo dos breves paréntesis– se comprometió a duplicar el gasto militar, hasta el 2% del PIB, aunque sin especificar los plazos. Ese año, finalmente, la Dieta aprobó un presupuesto de defensa equivalente al 1,09% del PIB, la primera vez en mucho tiempo que un gobierno superaba el límite informal del 1%.
El ascenso del dragón
El lanzamiento en 1998 por parte de Corea del Norte de un misil que sobrevoló el mar de Japón anunció que los tranquilos años de la posguerra japonesa habían llegado a su fin. Tokio empezó a colaborar con EEUU en el desarrollo de sistema de misiles de defensa antiaérea. Sus previsiones no se equivocaron.
El 18 de enero de 2022, Pyongyang lanzó dos misiles balísticos de corto alcance, la cuarta prueba en un mes. En septiembre del año pasado había reanudado sus pruebas misilísticas tras un hiato de seis meses, incluyendo lanzamientos de misiles crucero desde trenes y submarinos. El 5 y el 11 de enero lanzó dos misiles hipersónicos capaces de cambiar su trayectoria en pleno vuelo.
Sin embargo, Corea del Norte no es la principal preocupación japonesa, sino el auge de China. Desde la crisis de 1996 en el estrecho de Taiwán, el ascenso de China ha centrado la atención de Washington y Tokio, que mantiene una disputa con Pekín por la posesión de unos islotes a un centenar de kilómetros de Taiwán que Japón llama Senkaku y China, Diaoyu. Pekín las considera parte de su “provincia de Taiwán”.
China tiene ya una presencia naval constante –con destructores, naves anfibias y corbetas de misiles– entre el sur de Japón y Taiwán, en la cadena de islas que Tokio llama Nansei, un potencial campo de batalla si Pekín se decide a invadir la isla rebelde.
Entre 1937 y 1945, Japón libró en China la mayor guerra de Asia en el siglo XX, que se cobró 20 millones de vidas, el 90% de las víctimas del teatro del Pacífico, por lo que se sabe objetivo privilegiado del revanchismo chino. En términos de poder adquisitivo, las mayores economías del mundo son hoy, en ese orden, China, EEUU, India, Japón y Alemania.
En los cines chinos son frecuentes los estrenos de películas bélicas ultranacionalistas, con títulos como El sacrificio y Sol Rojo. Todas las películas que se estrenan en China deben pasar por el filtro de la censura oficial. En 2021, un 89% de las películas que se distribuyeron entre los 82.000 cines del país –más del doble de los que existen en EEUU– fueron de producción local.
La más taquillera en todo el mundo el año pasado fue La batalla del lago Changjin, que ha recaudado más de 800 millones de dólares solo en China. La elección de ese episodio de la guerra de Corea no tiene nada de casual. En los combates, que se prolongaron entre noviembre y diciembre de 1950 a 17 grados bajo cero, 67.000 soldados chinos lograron la retirada –total y definitiva– de las tropas aliadas de Corea del Norte. Un periodista famoso por sus investigaciones sobre casos de corrupción fue detenido después de que criticara la película.
La factura del rearme
Joe Biden ha limado muchas de las aristas que provocó Donald Trump con los países aliados. El hoy expresidente presionó a Tokio para que cuadruplicara sus pagos por el mantenimiento de las bases. Biden, en cambio, ha hecho todo lo que ha estado en sus manos para rebajar la tensión. Mientras duren las negociaciones de un nuevo acuerdo de cinco años, Washington ha extendido por un año más el pacto vigente y por el que Japón pagará 1.900 millones de dólares.
La alianza bilateral se ha ido equilibrando debido a la mayor integración de las Fuerzas de Autodefensa en el sistema defensivo del Pentágono. En 2011, Japón inauguró en Yibuti su primera base naval en el exterior y en 2017 anunció que la ampliaría después de que China abriera la suya en el país africano. Japón va a reformar dos portahelicópteros para convertirlos en “portaviones de bolsillo”, que llevarán cazas F-35 a operaciones en el estrecho de Taiwán. En 2021, el ministerio de Defensa japonés consideró a Taiwán un país “estratégicamente importante”, cuya “paz y estabilidad” son una cuestión “existencial” para Tokio, dejando implícito que acudiría en su defensa si es atacado.
«Los se preguntan si Japón, una economía madura con tasas de crecimiento medias inferiores al 2% anual, puede permitirse el rearme que planean sus dirigentes»
Muchos analistas, sin embargo, se preguntan si Japón, una economía madura con tasas de crecimiento medias inferiores al 2% anual, puede permitirse el rearme. Las ganancias retenidas –es decir, el equivalente al efectivo depositado en el sistema financiero– sumaba en 2019 unos 6,5 billones de dólares, una prueba más de que las masivas inyecciones de liquidez del Banco del Japón no han podido reducir la tendencia al ahorro ni la mentalidad deflacionista de los japoneses.
En una sociedad muy envejecida, los salarios nominales apenas subieron un 1,2% entre 1990 y 2020. Sin embargo, Japón sigue siendo una gran potencia en muchos campos. Según una encuesta de la Wharton School of Business de la Universidad de Pennsylvania, Japón es el país del mundo en el que es más fácil emprender un negocio.
En 2021 se produjeron en el país 4.280 fusiones y adquisiciones corporativas, un 14,7% más que en 2020. El gobierno piensa gastar 490.000 millones de dólares (10% del PIB) para recuperar los años de gloria de su industria, pero esta vez impulsando los semiconductores, la digitalización y las tecnologías verdes.
No logro entender, el cambio fue un aumento de solo 9% de su presupuesto en Defensa?
Gracias
Hay que rearmar a Japón y dotar a Tokio de armas nucleares. El peligro chino es serio, una invasión a Taiwán es inminente. No se puede permitir que los adversarios pienses que Occidente está distraído en la crisis con Ucrania. Japón es hoy un aliado, y hay que dotarlo de todo el armamento que sea necesario para ayudar a la contensión de China.