La han llamado “la crisis más loca del mundo”. Quizás sea exagerado, como a menudo pasa por debajo de los Alpes, pero no cabe duda de que nadie se esperaba un giro de estas proporciones en la política italiana. A principios de agosto el vicepresidente y ministro del Interior Matteo Salvini era el hombre fuerte del país y su partido, la Liga, rozaba el 40% en las encuestas, tras haber superado el 34% en las elecciones europeas de mayo. Además, acababa de obtener dos sonadas victorias en el Parlamento, doblegando las tímidas resistencias de su aliado de gobierno, un Movimiento Cinco Estrellas (M5E) en claro declive (del 32,7% de las elecciones generales de marzo de 2018 pasó al 17% de las europeas), con la aprobación del decreto Seguridad bis y el vía libre para la realización del Tren de Alta Velocidad con Francia. Demasiado seguro de si mismo, Salvini forzó una crisis de gobierno, convencido de ir a elecciones en octubre y, con el viento en popa de los sondeos, poder ganar por goleada y convertirse en primer ministro.
Sin embargo, el tiro le ha salido por la culata. Ahora Salvini se encuentra empequeñecido, en la oposición y el M5E ha conseguido, aunque con unos extenuantes tiras y aflojas, fraguar una base de acuerdo con el Partido Democrático (PD), que regresa así al gobierno después de la etapa de Enrico Letta, Matteo Renzi y Paolo Gentiloni (2013-2018). Tras unos días de notable incertidumbre, el presidente de la República Sergio Mattarella ha encargado al mismo Giuseppe Conte, presidente del Consejo en los últimos quince meses, formar un gobierno con una nueva mayoría parlamentaria. Si las cosas no se tuercen en el último momento, la semana que viene tomará posesión un ejecutivo más orientado hacia el centro-izquierda, finalizando la primera experiencia nacional-populista en la tercera economía de la UE.
La gran pregunta es si el gobierno Conte bis tiene visos de durar o si las divergencias entre el M5E y el PD, que llevan más de un lustro insultándose, pondrán fin más pronto que tarde a esta experiencia. Muchas son las incógnitas, a partir del reparto de las carteras y el mismo programa de gobierno, sin contar las tensiones internas a las dos fuerzas políticas. El secretario del PD, Nicola Zingaretti, pidió una clara “discontinuidad”, pero el jefe político del M5E, Luigi Di Maio, que hasta el último momento no descartó volver con la Liga, no tiene intención de renegar nada del gobierno con Salvini. El primer escollo será la elaboración de unos presupuestos que se anuncian de recortes, por el aumento de la deuda pública y el estancamiento de la economía, aunque las instituciones europeas podrían echar una mano para que las medidas sean menos duras.
De hecho, en la crisis italiana han jugado un papel crucial no sólo las dinámicas políticas transalpinas, como el temor a los “plenos poderes” de resonancia fascista que pidió Salvini, el giro de 180 grados del ex premier Renzi que fue el primero en abrir inesperadamente la puerta a su principal enemigo, el M5E, o el miedo de los grillini a un más que seguro batacazo electoral, sino también el contexto internacional. Por un lado, ha pesado la voluntad de la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, de crear un cordón sanitario para aislar a las extremas derechas soberanistas: el voto a favor de von der Leyen por parte del M5E en Bruselas en julio ha sido una señal en esta dirección, mientras que la Liga, al contrario de sus supuestos aliados Viktor Orbán y Jaroslaw Kaczynski, votaba en contra, incapaz de ver el cambio de coyuntura.
Por otro lado, el diletantismo diplomático de la Liga, entre el antieuropeismo desbocado, el ingreso de Italia en la Ruta de la Seda china y el filoputinismo que ha desembocado en el escándalo Moscopoli –una supuesta financiación rusa para el partido de Salvini destapada a mediados de julio y ahora bajo investigación de la Fiscalía italiana–, ha puesto en alerta a la administración estadounidense. A este respecto no debe pasar desapercibido ni el tuit de Donald Trump –supuestamente un aliado del líder liguista– de apoyo a Conte, ni la cálida acogida que al primer ministro dimisionario –convertido de un día para otro de un títere en manos de Salvini en un líder admirado y respetado– le han reservado en la reunión del G7 de Biarritz Angela Merkel y Emmanuel Macron, ni, por último, la defensa explícita del europeísmo y el atlantismo que el mismo Conte hizo en la intervención en el Senado el pasado 20 de agosto, con un Salvini, criticado duramente, que pedía elecciones anticipadas. No es casualidad que los mercados hayan recibido positivamente el acuerdo entre M5E y PD: la prima de riesgo italiana ha descendido al nivel más bajo desde que se ha formado el gobierno Di Maio-Salvini en junio de 2018.
Ahora bien, este inesperado giro puede ser efectivamente el comienzo de una nueva fase política en Italia: el ideológicamente ambiguo M5E puede cerrar la etapa de alianzas con la ultraderecha y tomar el camino del progresismo y el europeísmo, fraguando un acuerdo que dure hasta el final de la legislatura, en 2023, con el PD. Las dos fuerzas políticas, que disponen de una mayoría en las dos Cámaras con el apoyo de la izquierda de Libres e Iguales y otras pequeñas formaciones que ya han garantizado su apoyo, podrían así elegir el nuevo presidente de la República en 2022, cerrar acuerdos a nivel regional para evitar nuevas victorias de la Liga –en los próximos meses se vota en Umbría, Calabria, Emilia Romaña, Campania y Toscana– y, quizás, aprobar una nueva ley electoral de tipo proporcional que complicaría notablemente una futura mayoría absoluta de Salvini.
Pero el nuevo gobierno puede convertirse tan solo en una operación de transformismo y gatopardismo de breve duración. En este segundo caso, el riesgo no es solamente el de un debilitamiento o implosión del M5E y el PD, sino de unas elecciones anticipadas dentro de unos meses o un año que llevarían Salvini, crecido aún más en la oposición, a la presidencia del gobierno con una cómoda mayoría absoluta. Todo dependerá, pues, de cómo el M5E y el PD sepan gestionar una situación francamente compleja y de cuál será el relato que se impondrá. Sea lo que sea, seguiremos hablando de Italia en los próximos meses, de esto no cabe duda.
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