Benjamin Netanyahu ha dañado irreparablemente la relación entre Estados Unidos e Israel. Haciendo de su discurso en el Congreso un acto de campaña –tanto de su partido, Likud, como de la oposición republicana a Barack Obama–, el primer ministro israelí ha politizado lo que hasta ahora parecía un vínculo inquebrantable entre ambos países. Según Giora Eiland, ex asesora de seguridad israelí, la relación entre Washington y Tel Aviv nunca ha sido “tan terrible” como ahora. Pero tras las maniobras electoralistas de Netanyahu subyace una preocupación considerable por el acercamiento entre EE UU e Irán, que desde verano cooperan en la lucha contra el Estado Islámico (EI) en Irak.
Netanyahu sabe que Irán no representa una amenaza existencial para Israel. Repite advertencias apocalípticas sobre el programa nuclear iraní desde hace veinte años, pero la bomba inminente nunca aparece. Los servicios de inteligencia israelíes, escépticos con Netanyahu (un alto cargo de la Mossad opinó que su intento de endurecer las sanciones existentes supone “lanzar una granada” en plena mesa de negociaciones), consideran que Irán no emprendería un ataque unilateral, porque Israel cuenta con un arsenal nuclear submarino y por tanto capacidad de respuesta incluso si el país entero quedase pulverizado. Al mismo tiempo, Israel no tiene la capacidad de proyección necesaria para destruir el programa nuclear iraní: en el mejor de los casos puede dañarlo, pero eso únicamente reforzará el ala dura de Teherán, sellando su decisión de obtener una bomba. Lo que está en juego para Israel es la pérdida de su monopolio nuclear que ostenta en la región. Si Irán adquiriese la bomba, es posible que Egipto, Arabia Saudí y Turquía siguiesen sus pasos.
En el pasado EE UU ha adoptado una línea dura con Irán, estableciendo sanciones internacionales e insistiendo en que “todas las opciones,” incluida la intervención militar, estaban sobre la mesa a al hora de detener el programa nuclear. A lo largo de 2014, sin embargo, se ha producido un acercamiento entre ambos países. La dinámica es en gran parte resultado de un cambio de actitudes en Teherán. El reformista Hasan Rohaní, elegido presidente en 2013, ha abandonado la actitud beligerante de su predecesor, Mahmud Ahmadineyad. Pero el Líder Supremo, Alí Jamenei, retiene las principales competencias en materia de política exterior. Aunque su conservadurismo le llevado a enfrentarse con Rohaní en más de una ocasión, Jamenei apoya las negociaciones emprendidas por su presidente.
La irrupción del EI en Siria e Irak ha forzado la colaboración entre Washington y Teherán. Hace año y medio, Obama aún especulaba con la idea de bombardear a Bachar el Asad. Actualmente el EI se ha convertido en el principal enemigo en la región, y el apoyo de Irán es indispensable para combatirlo. Desde julio, las fuerzas Quds de los Guardias Revolucionarios luchan junto al ejército iraquí y las milicias chiíes para frenar al EI. La última ofensiva conjunta, emprendida en Tikrit a principios de marzo, es la mayor ofensiva terrestre desde que el EI tomó Mosul el año pasado. Teherán ha puesto al frente de la ofensiva a Qasem Soleimani, su principal estratega militar y eminencia gris en la región.
La colaboración circunstancial ilustra las sinergias entre EE UU e Irán a la hora de combatir el islamismo radical en la región. Como señala Steven Kinzer, la reconciliación beneficia a ambas partes por igual: “Irán encuentra una salida a su aislamiento y escapa de las sanciones aplastantes. EE UU garantiza un Irán sin armas nucleares y gana un socio potencial en la lucha contra insurgentes radicales sunitas en Siria, Líbano, Irak y Afganistán”. Netanyahu y su entorno consideran esta posibilidad intolerable.
Irán, por su peso económico y demográfico, está llamado a ser una potencia regional. Aunque las negociaciones están generando inercia, aún es pronto para dar por hecho una reconciliación que apuntale su posición en Oriente Próximo. Rohaní tiene que lidiar con dificultades económicas y la oposición de los Guardias Revolucionarios. Como señala José Ignacio Torreblanca, si Likud gana las elecciones generales el 17 de marzo y los republicanos conquistan la Casa Blanca en 2016, Irán podría volver a encontrarse frente a la amenaza de una intervención militar. Mientras tanto, y muy a pesar de Netanyahu, el acercamiento avanza lentamente.
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