Esta semana en el Informe Semanal de Política Exterior: Asia-Pacífico.
La reciente visita a Pekín de Natsuo Yamaguchi, enviado especial del primer ministro japonés, Shinzo Abe, ha atenuado las tensiones entre los dos gigantes asiáticos. En las últimas semanas, la escalada de proclamas ultranacionalistas en ambos países por la disputa de unos islotes que los chinos llaman Dioayou y los japoneses Senkaku, llevó a The Economist a calificar de “prebélica” la atmósfera política en el Pacífico occidental.
Aunque Japón controla las islas desde 1895, China nunca ha reconocido su soberanía sobre ellas. De hecho, el nuevo líder chino, Xi Jinping, ha pedido a Tokio “resolver el problema a través del diálogo y las negociaciones”. Japón ni siquiera reconoce que exista un problema.
En contraste con Europa, en Asia el progreso económico y la apertura comercial no han ido acompañados de una mayor integración política regional sino del resurgimiento de las disputas territoriales y las carreras armamentísticas. La Armada japonesa tiene hoy cuatro veces más barcos de guerra de gran calado que la Royal Navy británica. Diez días después de suceder a Hu Jintao, Xi anunció en una base militar en Guangdong el primer aterrizaje exitoso de un avión de combate en el nuevo portaaviones chino.
La memoria histórica pesa como una losa sobre el presente de la región. Hoy cuatro de los nuevos líderes del noreste asiático son herederos de viejas dinastías políticas. El líder norcoreano, Kim Jong-un, es nieto de Kim Il-sung, el fundador del Estado cuyo culto a la personalidad surgió de su supuesto papel heroico en la lucha contra los colonialistas japoneses.
Xi, a su vez, es hijo de Xi Zhongxun, camarada de Mao y fundador de la República Popular, cuya legitimidad proviene también de su resistencia ante el imperialismo japonés. Por su parte, Abe es nieto de Nobusuke Kishi, miembro del gabinete militar que gobernó la Manchuria ocupada por Japón durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado.
A ese triunvirato de herederos dinásticos se le une la presidenta surcoreana Park Geun-hye, hija del general Park Cheng-hee, que entre el golpe militar de 1961 y su asesinato en 1979 fue el artífice del despegue económico de su país. Washington, que tiene 75.000 tropas acuarteladas en ambos países, busca desde hace tiempo que Seúl y Tokio coordinen sus políticas de defensa para aliviar su propia carga en la seguridad regional.
Pero hasta ahora ambos países han sido incapaces de firmar el más mínimo acuerdo. En su primer viaje al exterior, Abe eligió como destino Vietnam, Indonesia y Tailandia para reforzar las relaciones con unas economías de gran crecimiento, pero a nadie pasó desapercibido un intento de forjar alianzas regionales para contener las ambiciones de China en el sureste asiático.
Aunque hoy Japón es la nación más envejecida del mundo y tiene la mayor deuda pública de un país desarrollado (210% del PIB), Abe ha anunciado que este año aumentará el gasto militar y que intentará reformar la Constitución para atenuar su carácter pacifista.
Para más información:
Mariola Moncada, «El ‘mandarinato’ moderno o el relevo sin cambios chino». Política Exterior 151, enero-febrero 2013.
Jaume Giné, «Asia: diplomacia entre gigantes». Política Exterior 130, julio-agosto 2009.
Beina Xu, «South China Sea Tensions». Council on Foreign Relations, enero 2013.