Por Jaime Ojeda. Los regímenes ideológicos mantienen su legitimidad con la fuerza de los mitos de su doctrina. El mejor ejemplo es el régimen soviético: el marxismo logró imponer la dictadura del proletariado sobre Rusia y Europa Oriental no sólo con la fuerza de sus servicios de seguridad sino con el aplauso y entusiasmo de esos mismos proletarios. Algunos como Orwell y Koestler percibieron la realidad tras el mito del comunismo; muchos más lo vieron tras las purgas estalinistas de 1936 y el pacto con Hitler. Pero la URSS logró mantener vivo al mito entre tantos ilusionados utopistas del mundo entero, a pesar incluso de la represión de la revolución húngara en1956. Fue sólo la represión en Checoslovaquia en 1968 la que quebró la mitología comunista en Rusia y sus satélites europeos iniciando la decadencia final de su régimen, para todos ya claramente una dictadura militar y policial en servicio de un partido convertido en una nomenclatura facinerosa.
Lo mismo pasó en la República Popular China. Uno de los más poderosos mitos del régimen maoísta fue el del “ejército popular”, la íntima unión entre el pueblo y su ejército. Numerosas leyendas, como la del ejemplar soldado Lei Fung, sirvieron para convencer al inmenso país de la realidad de ese mito, que Mao conjuró con éxito durante su larga marcha hasta la victoria en 1949 y durante tantos años después. El mito sobrevivió aún tras la represión militar de los excesos de la Revolución Cultural, aunque con los parches ideológicos necesarios para restablecer la unidad de la dirección comunista. Pero cuando el ejército puso un violento fin a la rebelión estudiantil en Tiananmen en junio de 1989, también terminó con el mito de su unión indisoluble con el pueblo. Apareció como el brazo armado de la dictadura del partido, que ha tenido que asegurar su legitimidad sobre otras nociones: el desarrollo económico, socialmente distribuido y especialmente el nacionalismo chino.
Los turbulentos acontecimientos en Irán son difíciles de enjuiciar por su complejidad e incertidumbre. Pero una cosa está clara: la represión ha puesto fin al mito de la revolución jomeinista del clericalismo chií. La Verdad ya no está del lado del Imán Oculto: se cierne ahora sobre toda la nación como una sombra cuya efectividad se ira imponiendo con el paso del tiempo, como sucedió en el mundo comunista entre 1968 y 1989, y en China desde ese mismo año hasta nuestros días.
Jaime Ojeda, colaborador permanente de Política Exterior con su Carta de América, ha sido embajador de España en Estados Unidos. En la actualidad es profesor de la Universidad del Shenandoah (Virginia).