Fuera de sus fronteras, los representantes iraquíes alardean de un país con una democracia completa y políticamente estable. Sin embargo, Irak ocupa los últimos puestos en la mayoría de índices internacionales, su tradición sectaria sigue bloqueando posibles avances en el terreno político y el terrorismo islámico pone a prueba una reconstrucción a base de parches. En 2003, Irak fue la segunda parada de Estados Unidos en su guerra contra el terror. Su retirada ocho años después dejaba detrás una guerra contraria al Derecho Internacional, 100.000 civiles muertos y un proceso de nation-building fracasado. En 2013, los índices de violencia volvieron a situarse al nivel de 2008 y desde entonces no han descendido.
Como recoge la misión de Naciones Unidas en Irak, en 2013 aumentó el número de civiles muertos, alcanzando el millar mensual en varias ocasiones. Para Freedom House, Irak es un país no libre, aunque el último año visto avances en derechos políticos con los cambios en el poder ejecutivo. Y, de un total de 178 estados analizados, Fund for Peace sitúa a Irak como décimo tercer país con mayor índice de fragilidad, con un considerable avance, eso sí, desde 2005, cuando era el cuarto país más inestable.
Fuente: Financial Times
Avances políticos con pies de plomo
La Constitución de 2005 y la muerte de Sadam Husein en 2006 marcaron un nuevo rumbo en la política iraquí. El liderazgo de la minoría suní dio paso a un nuevo gobierno chií, favorecido por una tradición en la que la población vota al partido y no a los representantes o lo que es prácticamente lo mismo en Irak, votan sus creencias. El nombramiento de Nuri al-Maliki como primer ministro y un cierto grado de independencia para el Kurdistán iraquí propició un giro de 180 grados en el país. Los suníes pasaron de gobernar a estar reprimidos; su oposición al gobierno ha sido cada vez más visible. A ello hay que sumar la persecución de los cristianos, acelerada desde la llegada del Estado Islámico (EI).
Hasta 2014, al-Maliki concentraba todo el poder en el nivel ejecutivo y ha gobernaba con mano dura. Sin embargo, la ocupación de Mosul por parte del EI en julio de 2014 supuso el fin de su carrera política. La presión internacional y la oposición del Parlamento propiciaron su dimisión. Fue sustituido por Haider al-Abadi, que prometía una política más inclusiva y estable. Esto no ha evitado que las protestas sigan extendiéndose por todo el país, incluso entre los chiíes. Pero con el cambio de gobierno ya se han dejado ver algunas reformas y con ellas, claro, algunas polémicas.
Uno de los puntos donde al-Abadi ha intentado actuar con mayor rapidez y eficacia ha sido la corrupción. El Índice de Percepción de la Corrupción no deja a Irak en buen lugar. Desde la entrada de Estados Unidos, Irak ha vivido trece años de saqueo constante de las arcas públicas. Los propios agentes anti-corrupción admiten aceptar sobornos y el prestigio social depende, en ocasiones, de tu capacidad para robar. La corrupción en Irak es estructural. Acabar o no con ella puede marcar una gran diferencia en la economía del país.
Economía y petróleo, de la mano
Hasta 2014, Irak fue una de las economías de Oriente Próximo con mayor porcentaje de crecimiento. Ese año, la caída de los precios del crudo supuso una reducción del 2% de sus ingresos. Los presupuestos para 2016 partían de las peores previsiones, con el barril a un precio de 45 dólares, pero este ha seguido bajando. Para poder mantener el presupuesto, Irak necesita la entrada adicional de entre 6.000 y 10.000 millones de dólares.
En una economía dependiente casi en exclusiva del petróleo, los ingresos mensuales de Irak ni siquiera permiten el pago de los salarios públicos y las pensiones, y los niveles de desempleo aumentan. El país tiene uno de los mayores sistemas burocráticos del mundo y, recordemos, también uno de los más corruptos. La corrupción se lleva a cabo incluso a través de los soldados fantasma, soldados que no existen pero cuyos salarios se siguen pagando. Las pérdidas por corrupción se sitúan torno a los 100.000 millones.
Destrucción sí, reconstrucción no
Tras la salida de EE UU, las capacidades del ejército iraquí estaban prácticamente anuladas, lo que sumado a la debilidad y los resentimientos en las zonas de mayoría suní permitió el establecimiento del EI sin grandes dificultades. La reacción de Irak fue lenta y el grupo terrorista llegó a controlar casi un tercio del territorio. La toma de Mosul fue el punto de inflexión. Apoyado en una coalición internacional liderada por Washington, desde finales de 2015 el gobierno ha anunciado la recuperación de algunos territorios.
Fuente: Financial Times
Sin embargo, Mosul sigue en poder del EI, la población movilizada ya supera los tres millones y el vacío de poder en algunas zonas ha propiciado el aumento de la violencia sectaria. En algunas zonas ni siquiera está claro cuál es la situación preferida por la población. La coalición internacional se ha centrado en expulsar al grupo terrorista, pero la crisis económica y política impide la reconstrucción de muchas de estas zonas recuperadas, donde son los locales los encargados de retomar la vida cotidiana. En Tikrit, tras la salida del EI, un voluntario comenta que “el sistema local que la gente arregló bajo el EI funciona mejor que nuestro gobierno”. Esta idea puede sonar radical, pero son muchas las voces que consideran que la calidad de vida en Irak era mejor antes de 2003.
Desde ese año crítico en la historia contemporánea del país, las dificultades en Irak han ido en aumento. A los problemas mencionados se debe añadir el pulso del Kurdistán: los kurdos han demostrado tener capacidad para hacer frente al EI y ven cada vez más posible su independencia. Y el resentimiento que todavía existe hacia la intervención de 2003. O el peligro de una guerra civil al otro lado de la frontera. Resulta difícil hablar de una democracia en estas condiciones, cuando ni siquiera todos los habitantes están al mismo nivel.
Puede que la situación actual obligue a los dirigentes a renovar sus prioridades, pero por el momento no hay muestras de ello.