La reciente visita de Josep Borrell a Moscú ha sido el enésimo intento fallido, por parte de la Unión Europea, para establecer una relación estable y de diálogo con la Federación Rusa. Y también el enésimo ejemplo de que Rusia no está interesada en ello y que se siente mucho más cómoda en un escenario de confrontación.
Y nos debemos preguntar por qué.
De hecho, durante la década de los noventa y principios del presente siglo, el colapso de la Unión Soviética dio paso a un acercamiento entre Rusia y Occidente, no sin interrupciones bruscas (la más notable, cuando la OTAN decide bombardear Serbia, en la primavera de 1999), pero también con pasos significativos, como celebración del Consejo OTAN-Rusia, en 2002, para poner en común un espacio de diálogo político, algo impensable una década antes.
El marco venía determinado por el nuevo escenario geopolítico derivado del fin de la guerra fría y, con la victoria de Occidente, la existencia de una única superpotencia, Estados Unidos, que iba a contribuir decisivamente a la extensión de los valores liberales (democracia representativa, economía de libre mercado, sociedades abiertas, orden liberal internacional), incluso en aquellos Estados que habían pertenecido al antiguo bloque soviético, empezando por los surgidos tras la desaparición de la Unión soviética. Así fue en algunos casos (los que hoy forman parte de la Unión Europea y de la OTAN), y así parecía que iba a ser el camino a seguir por la propia Rusia, con liberalizaciones, privatizaciones masivas y el establecimiento de un sistema político formalmente democrático y el respeto a las libertades de los ciudadanos.
En paralelo, primero en los estertores de la propia URSS (con las reformas de Mijaíl Gorbachov) y luego en los años de la presidencia de Boris Yeltsin, se produjeron fenómenos inimaginables, tales como la rapidísima reunificación de Alemania o la progresiva ampliación de la OTAN a los antiguos países del bloque comunista (en contra, aparentemente, de un compromiso de Occidente). Este acercamiento a las fronteras de la propia Rusia fue percibido por esta como peligroso para su concepto de seguridad.
Garantizar la seguridad de sus fronteras ha sido la obsesión permanente de Rusia a lo largo de toda su Historia. Y sus razones tiene. Por ello, cualquier diálogo con Rusia debe partir de esa premisa, para interpretarla correctamente. Entender, que no justificar, por tanto, sus posiciones en relación a su antigua área de influencia es condición necesaria.
Evidentemente, no es admisible en ningún caso el uso unilateral de la fuerza, como sucedió en el Cáucaso con la guerra en Georgia o, más recientemente, con Ucrania y la anexión unilateral de Crimea. Pero es una prueba de la importancia vital para los intereses de Rusia la consolidación de un perímetro de seguridad que no se agote en las propias fronteras. Son, literalmente, casus belli.
Al mismo tiempo, con la llegada de Vladímir Putin, Rusia reivindica su papel en el nuevo orden internacional, rechazando la hegemonía estadounidense sobre el mismo si contradice sus intereses, máxime con la irrupción de otras grandes potencias, singularmente China, que lo cuestionan cada vez más desafiante y abiertamente.
La ruptura se escenifica con el famoso discurso de Putin de 2007, en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Rusia no acepta un rol secundario ni subordinado, y actuará estrictamente en función de sus intereses nacionales.
Mientras tanto, la ineficacia y la corrupción han ido abonando la creación de un capitalismo de Estado, en torno al poder del Kremlin, y el progresivo retorno al autoritarismo político con afanes de control de la sociedad, como se está demostrando palmariamente en los últimos tiempos. Putin considera legítima cualquier acción que venga justificada por la defensa de lo que denomina el “alma rusa”. Eso incluye la utilización abusiva de sus recursos energéticos, el recurso a la fuerza militar o la represión de la disidencia. Por ello, no tiene el menor interés en suavizar conflictos con los que considera enemigos, ya sea la OTAN o la UE. Es más, está convencido que esos conflictos fortalecen su posición interna.
La pregunta inmediata es qué hacer ante esa realidad. Desde luego, evitar cualquier planteamiento naïf. Como decía George Kennan en su famoso “telegrama largo”, hablando del poder soviético, el poder ruso no sigue la lógica racional, pero es muy sensible a la de la fuerza.
Putin está interesado en el debilitamiento de la UE (a la que considera un instrumento artificial y prefiere la relación bilateral con sus diferentes Estados miembros) y, cómo no, en el debilitamiento de la OTAN (de ahí, su complacencia con una administración Trump que la consideraba obsoleta).
La respuesta, en consecuencia, debe ser doble:
Por una parte, la OTAN, máxime con la nueva administración de Joe Biden, debe reforzar su solidaridad y su compromiso absoluto con la seguridad y la defensa de sus miembros, incluyendo los instrumentos de guerra híbrida no convencionales. El secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg ha sido muy claro: cualquier diálogo con Rusia tiene que basarse en la fuerza y en la firmeza. Si quieren cooperar, estaremos encantados, pero si quieren chocar, estamos listos para una respuesta inmediata y contundente. En este ámbito, no puede ser de otra manera.
Por otra, la UE. No hay que mostrarse ansiosos por el hecho de tener malas relaciones con Rusia. Los intereses de ambas partes son muy a menudo divergentes. Por ello, coordinar respuestas (por ejemplo, las sanciones) entre la Unión y los EEUU es un paso en la buena dirección. Seguir con las políticas de acercamiento a los países fronterizos (aunque también lo sean con la propia Rusia), a través de la cooperación económica e institucional, también. Y denunciando violaciones de los derechos humanos cada vez que se produzcan. Sin dejarse acobardar.
Rusia pretende dividir la UE, buscando relaciones bilaterales distintas con los diferentes países. En consecuencia, hay que esforzarse en posiciones comunes en todo lo posible, transmitiendo a Rusia que intereses distintos pueden compatibilizarse con un planteamiento común, como ha sido el caso de las sanciones. Una cosa es que la UE tenga dificultades en articular una auténtica política exterior común y otra muy distinta que ello implique renunciar a la misma. El mensaje es que la UE es una realidad irreversible y habrá que convivir con ella.
Igual que debemos “conllevarnos” con Rusia. Con paciencia y determinación. Sin prisas innecesarias. Interpretando correctamente la lógica de su política para no cometer nuevos errores.
En primer lugar, me gustaría agradecer sinceramente al autor por tratar de evaluar de manera bien equilibrada los problemas en las relaciones entre Rusia y la UE, lo que, en las condiciones de un dominio casi total de un enfoque abiertamente rusofóbico, parece extremadamente razonable y conveniente. Lo principal contra lo que es imposible objetar es la conclusión final del artículo de que es necesario evaluar correctamente a su oponente, interpretar correctamente todas sus acciones y declaraciones para evitar nuevos errores.
Al desarrollar la tesis principal del artículo sobre la necesidad de comprender a fondo los motivos y las principales metas y objetivos de los lideres rusos, me gustaría sugerir que el autor adopte un enfoque un poco más detallado de cómo se ve este tema desde Rusia, que se esconde detrás de los pasos específicos y declaraciones concretas de la parte rusa en la construcción de sus relaciones con los principales actores mundiales, incluida la UE.
Como se señala correctamente en el artículo, una nueva evaluación del lugar y el papel de Rusia en el mundo y su enfoque de las relaciones con los principales centros de poder del mundo se formuló en el discurso del presidente Putin en el Foro de Seguridad de Munich en 2007. La verdad es que entonces pocas personas en el mundo le dieron importancia a esto y reaccionaron seriamente a las ideas expresadas por el líder ruso. Pero esa retórica sobre los nuevos enfoques de Rusia fue seguida por una serie de pasos concretos y medidas prácticas que, después de una década y media, llevaron a Rusia a regresar al lugar que le corresponde entre las principales potencias mundiales, y en el campo militar, convertirse en una de las dos superpotencias con un arsenal militar recien modernizado y en algunos campos inaccesible para otros países, incluidos los Estados Unidos. Con un ejército moderno, compacto, pero bien adiestrado y equipado, un escudo de misiles nucleares confiable y altamente efectivo, Rusia en las condiciones modernas es capaz no solo de proteger con garantía a sí misma y sus aliados de cualquier amenaza, sino también para responder rápidamente a desafíos a su seguridad en otras regiones del mundo, lo que se demostró, como se señala correctamente en el artículo, durante la operación militar en Siria.
En cuanto a la preocupación histórica por la seguridad de sus propias fronteras, hubo razones más que suficientes para ello a lo largo de sus mil años de historia. Después de todo, fue ella quien sirvió como el objetivo de la invasión de los principales «agitadores del universo» como Napoleón o Hitler, por no hablar de todos los demás. (Es cierto que estas aventuras terminaron con la caída de sus propias capitales, París y Berlín). Y Occidente, a pesar de la promesa a Gorbachov de no expandirse hacia el este, acabó por fin cerca de sus propias fronteras. Cabe señalar que el autor reconoce de manera bastante objetiva esta injusticia histórica hacia Rusia, mostrada por el Occidente colectivo durante el período de debilidad posterior al colapso de la URSS.
Al mismo tiempo, Rusia no se está preparando para una guerra a gran escala, no posee de una extensa red de bases militares en todo el mundo, no tiene y ni construye agrupaciones de portaaviones para la «proyección» de la fuerza militar, lo que demuestra la ausencia total y completa de planes agresivos contra otros países. Lo que se interpreta en el artículo como «uso unilateral de la fuerza militar», que se manifestó en particular durante la guerra con Georgia en 2008 o recientemente en Ucrania, así como la «anexión unilateral» de Crimea, aquí también me gustaría referirme a la disposición declarada por el autor de comprender en detalle los motivos y las razones reales detrás de ciertas acciones del los lideres rusos, así como hechos reales, no ficticios, en la cobertura de estos eventos en ell estilo de las infamas «fake news» firmrmente incluidas en el arsenal de la diplomacia y la política exterior modernas. ¿Cómo se puede hablar con toda seriedad sobre la agresión de Rusia contra Georgia y el «uso unilateral de la fuerza militar» si existe un informe oficial de la comisión de la ONU, que registró el hecho del ataque de Georgia a Osetia del Sur, como resultado de lo cual murieron los cascos azules rusos y civiles locales en la ciudad de Tskhinval el 8 de agosto de 2008. Aunque los eventos en Ucrania requieren un estudio detallado por separado, bastaría mencionar solo el hecho del golpe de estado en Kiev el 22 de febrero, que siguió inmediatamente después de la firma de un acuerdo entre el presidente Yanukovich legítimamente electo y los líderes de la oposición en presencia de representantes de Alemania. Francia y Polonia como sus garantes, lo que no se comenta de manera ninguna por los investigadores occidentales. O el uso de la fuerza militar por parte del nuevo liderazgo ucraniano rapidamente reconocido por Occidente contra la población civil de Donbass, que no estaba de acuerdo con las acciones de la autoproclamada «junta» en Kiev y, en particular, descontento con la prohibición total del idioma ruso.
Se han escrito numerosos estudios sobre la absoluta falta de fundamento de la utilización del término «anexión» desde un punto de vista de derecho internacional en relación con los acontecimientos de Crimea. Aquí se puede discutir y debatir más sobre este tema, así como sobre la legitimidad del referéndum de Crimea, pero basta con sopesar los hechos reales y no ficticios, y evaluarlos de manera imparcial para comprender que la presencia de la llamada «gente educada» en Crimea era necesario solo para evitar excesos sangrientos, que ya tuvieron lugar en Kiev y otras ciudades de Ucrania, y más del 96% de los crimeanos que votaron en el referéndum para regresar a Rusia es un argumento más que convincente en la disputa sobre la pertenecia territorial de Crimea, sin hablar de precedentes históricas. Y el caracter absolutamente pacífica de esta operación supuestamente militar y el hecho de que 3/4 de la fuerza del ejército y la marina ucranianos estacionados en Crimea se pasaron al lado de Rusia y continuaron sirviendo como parte de sus fuerzas armadas habla por sí mismo. Me detengo en estos hechos con tanto detalle, ya que son clave para comprender la situación en Rusia y los motivos para las acciones de los líderes rusos. Y luego queda clara la perdurable popularidad del presidente Putin, inalcanzable para la mayoría de los líderes occidentales.
Pero todo arriba mencionado es un aspecto más geopolítico. Volviendo al artículo, es imposible no admitir que el caracter más que correcto del análisis del lugar y el papel de Rusia después del colapso de la Unión Soviética y la oportunidad real que existía en ese momento para establecer relaciones de igualdad y de beneficio mutuo con ella, para garantizar la plena integración en el mundo de las democracias occidentales debe reconocerse como correcta y correcta. Baste decir que en Rusia en ese momento, el curso hacia plena incorporación a este mundo occidental en los términos políticos, económicos, culturales y de otro tipo era reconocido y adoptado como el único posible. Pero en Occidente, la actitud hacia esto fue algo diferente. De los dos enfoques posibles: apoyar las aspiraciones de integración de Rusia o aprovechar al máximo la supuesta «victoria» en la Guerra Fría, humillándola y asegurando una mayor desintegración y la posterior crisis y la descomposición final, la última, lamentablemente, prevaleció. Y poco importaba que ya no hubiera un componente ideológico, que a menudo fue el motivo del fuerte enfrentamiento en la arena internacional. Rusia abandonó la ideología, adoptó los valores democráticos occidentales, no sin dificultad, pero se transformó su economía a uno de mercado libre. El país atravesaba tiempos extremadamente difíciles, con una pesada carga sobre los hombros del pueblo. En la sociedad reinaba una atmósfera de desesperación, decepción y frustración. Era necesario encontrar nuevas consignas y metas que unieran al país. Esto explica el asombroso fenómeno cuando, en una atmósfera de total indiferencia, creció el apoyo masivo al presidente Putin, quien proclamó un rumbo hacia la restauración de la soberanía y la antigua grandeza de Rusia. Para ello, es necesario comprender la psicología de masas del pueblo ruso para quien el sentimiento de pertenencia a un gran país significa mucho más que los beneficios inmediatos de un orden puramente material, y que en aras de la grandeza del país puede irse a algunos sacrificios y privaciones. Pero solo con una clara comprensión del objetivo final y la máxima honestidad de las autoridades en las relaciones con él. Al mismo tiempo, es muy importante quién está al frente del país y si tiene la confianza de la gente. Y no importa cómo se llame su puesto, el emperador, el secretario general o el presidente. Para la mayoría absoluta de la población, los valores democráticos tan queridos en Occidente no son en absoluto obligatorios.
Mientras tanto, Occidente, que ha dejado de tener en cuenta a Rusia y no comprendía la profundidad de los cambios que se estába produciendo, de repente descubrió con sorpresa que en lugar de una «potencia regional» con una «economía destrozada», según el presidente Obama , surgió una superpotencia de primera clase con una economía bastante dinámica, con el complejo militar-industrial totalmente recuperado y modernizado, capaz de producir nuevos tipos de armas ultramodernos, inalcanzables de momento por ningun país del mundo, incluido los Estados Unidos, y lo más importante, con un líder que comprende los objetivos del desarrollo del país, los métodos para alcanzarlos y cuenta para ello con el apoyo de la mayoría de la población.
Además, a principios de los años 20 del siglo XXI, Occidente se encontró en la situación de su propio fracaso y el falló en su estrategia de globalización mundial. Basta mirar lo que sucedió y está sucediendo en Estados Unidos, cómo vive Europa y cómo se enfrenta a la pandemia, y cómo los nuevos valores y principios declarados por Occidente resultaron ser en parte falsos, en parte ineficaces.
Por lo tanto, cuando el autor dice que “Rusia no está interesada en mantener relaciones estables con la UE”, hay que distinguir claramente entre lo que Bruselas entiende por esto y lo que Rusia se guía en sus acciones. Si el señor Borrell vino a reprimir sobre míticas violaciones de los derechos humanos, ignorando lo que está sucediendo en sus propios países, para dar lecciones y enseñar a los líderes rusos, sin notar la injerencia incubierta en los asuntos internos del país, entonces estos tiempos se acabaron, y Europa, a la hora de entablar relaciones con Moscú, debe partir del reconocimiento de su soberanía y planificar su agenda en base a los principios de igualdad, respeto y beneficio mutuo. Es la única forma de mantener relaciones estables con Rusia de hoy. De lo contrario, no habrá relaciones con la UE, cuya «infraestructura», según el ministro Lavrov, «fue destruida por la propia Europa».
No es Rusia la que está interesada en «debilitar» a la UE, es Bruselas la que no quiere ver a Rusia como un socio igualitario, prefiriendo solidarizarse con Estados Unidos e seguir con la política de sanciones. Según la dirección rusa, si la burocracia de Bruselas no quiere diálogo y relaciones estables, entonces es más fácil concentrarse en las relaciones bilaterales con aquellos países que están preparados para el diálogo.
Y en general, me gustó el artículo al menos porque el autor insta a comprender las razones por las que Rusia se comporta de esta manera, y no la estigmatiza desde la puerta por violar todo y a todos, como hacen ahora la mayoría de las publicaciones occidentales.