Recientemente, la Corte de Apelaciones de Estados Unidos ha aceptado una demanda contra Nestlé por colaborar e incitar a la esclavitud infantil, presentadas por un grupo de niños de Malí, víctimas de la trata. Esta demanda podría tener un impacto importante en cómo las las multinacionales de la alimentación desarrollan sus modelos de negocio en el futuro.
Tan solo unas pocas empresas son dueñas de la mayor parte de las marcas que encontramos en cualquier supermercado, por lo que la sensación de variedad que tienen los consumidores es una falsa ilusión. Debido a la complejidad de los entramados de estas empresas, el consumidor está muy desvinculado de a quién compra los productos, pero lo más preocupante es que en ocasiones la propia empresa tampoco conoce su cadena de suministro.
Se trata de una industria valorada en siete billones de dólares, mayor incluso que la industria de la energía, con resultados económicos envidiables, pero con datos vergonzosos a nivel social. Un 80% del hambre crónica del mundo es padecida por agricultores, un 60% de los cuales viven en la pobreza. Por tanto, se puede responsabilizar a estas empresas, aunque sea por simple desidia, de una parte importante de las desigualdades del mundo.
Los cultivos más conflictivos son los de cacao en África y azúcar en América Latina, a los que recientemente se han añadido palma y soja en Asia. Las grandes compañías del sector como Nestlé, Barry-Callebout o Mars firmaron en 2001 el protocolo Hakin-Engel, o protocolo del cacao, para poner fin a la esclavitud infantil en los campos de cacao antes de 2008. Pero un reportaje de la CNN de 2012 revela que la situación no ha cambiado.
Esta industria también provoca la marginación de los pequeños agricultores, expulsándolos ilegalmente de sus tierras o pagando precios menores a lo estipulado por la ley por sus productos. Las consecuencias son fatales, si consideramos que un tercio de la población mundial depende de la agricultura a pequeña escala. En cuanto a las mujeres, estas ocupan los puestos peor remunerados o cobran la mitad que hombres en el mismo trabajo. En Camerún, las mujeres producen hasta el 80% de los alimentos y poseen el 2% de las tierras.
Las injusticias sociales no son las únicas consecuencias de la industria de la alimentación. Además dejan una gran huella medioambiental. El 70% del agua utilizada en el mundo se destina a la agricultura y un 54% de los contaminantes orgánicos de la misma proviene de este sector. Solo la mitad de las diez grandes multinacionales miden y hacen públicas las emisiones de gases de efecto invernadero. La mayoría de estas empresas no investiga ni informa sobre sus materias primas, dónde o quién las cultiva, y en qué cantidad.
Por otro lado, estas empresas son las mismas que generan problemas nutricionales en países ricos: diabetes, obesidad, colesterol… y otra serie de enfermedades calificadas como del primer mundo. Producen alimentos más adictivos, sabrosos y llamativos al menor coste posible, pasando por alto la salud del consumidor y con una enorme falta de transparencia en el etiquetado. Según un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona, en 2003 los españoles consumieron la mitad de azúcar de mesa que en 1987; sin embargo, el consumo total de azúcar por cabeza aumentó un 20%. Esto se explica porque el 75% del azúcar proviene de productos elaborados: congelados, precocinados, salsas, caldo, paté, etcétera.
Tras la marca
Intermón Oxfam, que investiga y sigue la pista de estas empresas, inició en 2013 una campaña llamada Tras la marca. A través de ella denuncia el papel de las diez mayores empresas de alimentación y bebida en la situación humanitaria y climática mundial. Como resultado de su investigación, ha realizado una evaluación de estas multinacionales en varios sectores sociales y medioambientales, puntuándolas del 0 al 10. Para conocer la puntuación de los gigantes de la alimentación se puede visitar http://www.behindthebrands.org/es. Intermón afirma que desde la última actualización de las puntuaciones, en febrero de 2014, todas las empresas han anunciado nuevas políticas y evaluaciones. Además, todas excepto Danone han mejorado su puntuación en al menos alguno de los ámbitos.