Las elecciones de Burundi, celebradas el 21 de julio, tienen desde el 24 un claro ganador: Pierre Nkurunziza, que ha obtenido con un 69,41% de los votos. La perdedora parece ser la propia democracia. La misión observadora de la ONU ha criticado que los comicios se desarrollaran en una situación “no propicia para un proceso electoral inclusivo, libre y creíble”. John Kerry, secretario de Estado de EE UU, se ha mostrado “profundamente decepcionado” con un proceso electoral que no ha sido “creíble ni democrático”.
La tensión que denuncia la ONU comenzó a gestarse en abril, cuando Nkurunziza, presidente desde 2005, anunció que se presentaría a las elecciones para obtener un tercer mandato de cinco años. La mayor parte de los candidatos de la oposición, que consideraron la iniciativa como una clara violación de la Constitución, optaron por boicotear los comicios. Según un informe de Amnistía Internacional, la brutalidad policial se ha empleado de forma rutinaria en las manifestaciones contra el gobierno. Las elecciones se celebraron con un trasfondo violento, con docenas de muertes en las semanas previas (en la foto, el cadáver de un opositor, encontrado en la madrugada del 22 de julio).
En un clima de creciente tensión política, cada vez más burundeses han optado por abandonar el país. Se estima que 1.000 refugiados cruzan la frontera con Tanzania cada día. La cifra total de burundeses que han huido al extranjero desde abril está en torno a los 170.000.
Las urnas no han sido el único quebradero de cabeza para Nkurunziza. En mayo, coincidiendo con una visita del presidente a Tanzania, un general promovió un golpe de Estado que no prosperó. “Soy yo o al-Shabab”, dijo en esa ocasión Nkurunziza, alineando a sus enemigos con el grupo de extremistas islámicos que están desestabilizando el este de África. Para sus seguidores, Nkurunziza, que accedió al cargo tras el fin de la guerra civil burundesa (1993-2005) es garantía de estabilidad.
Un país monoétnico, dividido entre una casta hutu y otra tutsi, Burundi fue, durante mucho tiempo, una especie de imagen invertida de Ruanda. Cuando a esta la gobernaban los hutus, Burundi, en manos de la monarquía tutsi, acogía a refugiados ruandeses y reprimía a su propia población hutu. Ahora las tornas han girado: tanto Nkurunziza como el principal político de la oposición, Agathon Rwasa, formaron parte de grupos armados hutus durante la guerra civil.
Al día de celebrarse los comicios, Rwasa, que quedó en segundo lugar con casi un 19% del voto, ofreció a Nkurunziza la posibilidad de formar una coalición con el fin de volver a convocar elecciones. La principal inquietud es que la reelección de Nkurunziza genere aún más crispación y violencia, reavivando las llamas de una guerra civil que terminó hace tan solo 10 años y se saldó con 300.000 muertos.