Hace ya cuarenta años que Henry Kissinger, entonces asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, viajó a China en secreto para departir con Zhou Enlai, primer ministro chino, y preparar la reapertura de las relaciones formales entre ambos países. Era julio de 1971; en octubre de ese mismo año regresó sin secretismos y ya en febrero de 1972, el presidente estadounidense Richard Nixon realizó una visita formal al reino del centro, dando fin a 23 años de aislamiento diplomático y hostilidades entre ambas potencias.
Con ocasión de la visita del actual presidente chino, Hu Jianto, a EE UU, Kissinger vuelve sobre la cuestión de las relaciones sino-estadounidenses en un artículo en The Washintong Post. En primer lugar, advierte a los agoreros que preconizan un gran enfrentamiento entre ambos gigantes, que el conflicto no es inherente al auge de una gran potencia.
Para sostener esta idea, pone como ejemplo el caso de EE UU en el siglo XX. Al mencionar el ascenso de Alemania y el conflicto germano-británico que le siguió, aclara que éste no era inevitable; políticas irreflexivas y provocativas jugaron su papel, al transformar la diplomacia europea en un juego de suma cero.
“En la mayoría de los asuntos contemporáneos los dos países cooperan adecuadamente”, afirma Kissinger; “lo que falta es un marco conceptual en el que se inscriba esa intercacción”. Esto es, que ambos países subordinen sus aspiraciones nacionales bajo el paraguas de un orden global. En suma, según Kissinger, el gran desafío de las relaciones sino-estadounidenses sería conseguir reconciliar el excepcionalismo a un lado y al otro (ambas se creen naciones elegidas) en pro de la cooperación.
Cuestión delicada. En la actualidad, Estados Unidos ha preparado la visita de Jintao mediante una campaña de reafirmación nacional. “Ha habido una campaña muy bien orquestada en las dos últimas semanas que ha implicado a los secretarios de Estado, Tesoro, Defensa y Comercio, quienes han hecho afirmaciones duras sobre moneda, desequilibrios comerciales, derechos humanos y cuestiones militares”, explica el analista David Rothkopf.
Estamos ante una nueva realidad donde la cooperación continúa mientras la superficie se encrespa. Estados Unidos se muestra más enérgico en su tono, siguiendo la estela de la propia China, cuya diplomacia durante 2010 se volvió más nacionalista, reivindicativa y, lo que sorprendió en parte a los sinólogos, con menos tacto.
“Esta nueva realidad tiene un precio”, afirma Elizabeth C. Economy, investigadora del Council on Foreign Relations. “La vieja esperanza que soñaba con que EE UU y China se sentarían un día juntos a trazar un camino hacia la paz y la estabilidad globales se ha convertido en una aspiración lejana; tal correspondencia mutua de intereses, prioridades y valores aún no existe”.
Para más información:
Henry Kissinger, «Avoiding a US-China cold war». The Washington Post, enero 2011.
Elizabeth C. Economy, «Reality in US-China Relations». Council on Foreign Relations, enero 2011.
Editorial, «El mundo emergente». Política Exterior núm. 137, septiembre-octubre 2010.