En los últimos dos años, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha puesto los principales problemas estratégicos de nuestro tiempo en el centro del debate europeo. Deberíamos agradecérselo, pues Europa no puede seguir avanzando al ritmo de siempre cuando la situación en el mundo cambia de manera tan radical. Necesitamos nuevas respuestas para nuevas preguntas.
Más y más ciudadanos sienten que la era que vino tras la guerra fría llega a su fin; que algo nuevo comienza. Los populistas reaccionan por toda Europa a esta incertidumbre aislándose del mundo exterior. Es en este terreno donde crece el nacionalismo: un fenómeno antipatriótico por su propia naturaleza, porque no puede hacer frente a los problemas que tenemos ante nosotros. Pero, como todo cambio de época, esta nueva era trae tanto oportunidades como peligros. Entender y aprovechar estas oportunidades, y hacerlo con valor, confianza y enorgulleciéndose de los logros del pasado: esta es la mentalidad de Europa para entrar en la competición entre modelos y sistemas ahora en auge internacionalmente.
¿Qué proyectos pueden perseguir juntos Berlín y París? ¿Dónde podemos –y debemos– encontrar soluciones europeas para los desafíos comunes? ¿Y cómo podemos asegurar el éxito?
En un momento de competición entre potencias emergentes, se vuelve cada vez más importante consolidar la Unión Europea y llegar a tener una capacidad real en acción exterior. La UE debe hacer los deberes y fortalecerse desde dentro para reafirmarse globalmente. Esto significa, en primer lugar, reforzar el euro. Cuanto más coordinemos las políticas financieras y económicas de los Estados pertenecientes al euro, más estable será la moneda común. Solo puede haber una moneda estable y fuerte, que además desempeñe un papel global, si todos los miembros de la unión monetaria se comportan responsablemente y se comprometen a ser solidarios.
Pero una Europa fuerte tiene también que coordinar mejor su política exterior. En un mundo de potencias emergentes, los principales poderes europeos tienen que coordinarse y relacionarse más intensamente, poniendo sus recursos al servicio de una política exterior y de seguridad europea común. El E3 es el formato adecuado para esto: Francia, Reino Unido y Alemania como la vanguardia de una política exterior y de seguridad, coordinada con las instituciones europeas, y siempre abierta a todos como el “E3 plus”.
Conseguir una Europa más capaz de actuar también significa mantenerla unida. Desde la reunificación de Europa en paz y libertad, esta cohesión ha sido tanto un interés central como una responsabilidad especial para Alemania. Una iniciativa para prevenir la separación entre el este y el oeste debería involucrar a Polonia, un actor clave en Europa Central, y a Francia.
El auge de China –que no es solo un socio, sino sobre todo un competidor y un rival sistémico– forzará a Europa a cooperar. China amenaza con poner a la UE en guardia con su vertiginoso poder económico, sus ambiciones tecnológicas y sus crecientes aspiraciones geopolíticas. Con el fin de proteger su soberanía y mantener su competitividad internacionalmente, la Unión tiene que encontrar una respuesta común. Una estrategia conjunta hacia China de la UE de los Veintisiete llega con retraso, pese a ser alcanzable; hasta ahora siempre se ha fracasado debido a la falta de voluntad para coordinarse y poner los intereses comunes por delante. Macron mostró una manera de superar este bloqueo al invitar a la canciller alemana y a la presidenta de la Comisión Europea a una reunión con el presidente chino en París. Tratar con China debería convertirse en una tarea franco-alemana. Aquí, de nuevo, sería una buena idea traer a Polonia y así romper el formato de cooperación de 17+1 con China.
Europa tiene que afrontar esta competición con China, pero solo será capaz de hacerlo como una comunidad política en la que todos den la cara por los otros, como una región económica y tecnológica dispuesta y capacitada para reafirmarse en una nueva era digital. La respuesta al 5G –y pronto el 6G– solo puede ser la siguiente: hacemos esto juntos, a escala europea, al menos como un tándem franco-alemán para que otros puedan seguir su ejemplo.
Con respecto al sur geográfico, hay mucho más terreno común entre Francia y Alemania de lo que a veces parece. La crisis migratoria de los últimos años muestra claramente a Berlín la urgencia de una estabilización regional en Oriente Próximo, el norte de África y el Sahel. La estabilización de Irak y la continuación del proceso político en Libia son centrales para ambos Estados. Al mismo tiempo, Alemania reconoce que tiene que involucrarse más en el Sahel para que la región no se convierta en un nuevo santuario para el terrorismo islámico. Este compromiso debe ser integral e ir más allá de una presencia puramente militar, definiendo y persiguiendo objetivos económicos, diplomáticos y humanitarios.
Si los europeos queremos defender nuestros intereses, tenemos que ser capaces de actuar en el campo de la política securitaria. No contra Estados Unidos, indispensable para la seguridad de Europa, sino como un pilar europeo dentro de la OTAN. La Cooperación Permanente Estructurada (PESCO, por sus siglas en inglés) está diseñada a largo plazo y es de amplia base y, por tanto, de naturaleza lenta. ¿Por qué los países no comienzan simplemente, por ejemplo, realizando ejercicios militares conjuntos? Esto fortalecería la cohesión y alinearía las estructuras de mando. Aquí también podrían marcar la diferencia Alemania y Francia.
Europa no es un museo. En el siglo XXI conserva un enorme potencial. Los cimientos del orden liberal son sólidos a pesar de todos los desafíos, y el desempeño económico de Europa y sus activos científicos y tecnológicos son inmensos. Lo que falta es la voluntad política para unir todo esto en una estrategia. Si París y Berlín unen fuerzas más estrechamente, si desarrollan un terreno más común en geopolítica y sobre todo en protección climática, entonces Europa puede seguir siendo un modelo de éxito a la luz de una competencia global cada vez más dura. Puede convertirse en una potencia que da forma al futuro.
Puede leer este artículo en su fuente original en inglés aquí.
Desde hace tiempo hay una hiperinflación en el uso del sustantivo «geopolítica» y del adjetivo «geopolítico/geopolítica» en los análisis políticos. Casi todo es «geopolítico», y se habla de la «geopolítica» de casi cualquier cosa. Parece que usar esos términos sea moderno, más «in», implique un mayor conocimiento, etc. Pues bien, resulta que, la mayoría de las veces, ese uso es incorrecto.
Por ejemplo, el título de este artículo en inglés (que es la lengua original) es incorrecto, ya que «Europa» (en español se debería decir «la Unión Europea») no puede ser ni no ser «geopolítica» porque actualmente la «geopolítica» no es ninguna política (sí lo era en tiempos de Haushofer): la geopolítica es una disciplina (al igual que, por ejemplo, las relaciones internacionales) que estudia las rivalidades de poder en un territorio o unos territorios. En un análisis geopolítico es fundamental poner en relación el poder político con la geografía (de ahí el prefijo «geo» de «geopolítica»).
Se suele confundir la «geopolitics» con la «power politics» (política de potencia), que se enmarca en la disciplina de las relaciones internacionales. Así ocurre, en mi opinión, en el artículo del número actual de Política Exterior «La geopolítica de las vacunas contra el Covid-19» (se debería decir «la Covid-19», ya que «Covid-19» es la enfermedad, no el virus), el cual se refiere a la «power politics», no a la «geopolitics», que, insisto, es una disciplina, no una política. Decir «los intereses geopolíticos» es incorrecto: los intereses no pueden ser ni no ser geopolíticos.