Mientras los ojos del mundo observan cómo Hong Kong se convierte en un segundo Tiananmén, las autoridades de China, lejos de los focos, trabajan para solucionar otra de las heridas abiertas del régimen: Tíbet. Una nueva ronda de negociaciones entre Pekín y el dalái lama, líder religioso de Tíbet, está en marcha. Tras más de medio siglo en el exilio, su regreso a casa podría estar cerca.
La civilización más antigua del mundo no es ajena a los movimientos secesionistas que sacuden los cimientos de algunos de los Estados-nación más arraigados de Europa, como Reino Unido o España, enfrentados a las reivindicaciones de escoceses y catalanes. La historia del Estado chino es la de una lucha por integrar y controlar, militar y demográficamente, una vasta extensión de tierra. En el pasado, las regiones fronterizas –Manchuria, la meseta mongol, Xinjiang, Tíbet, la meseta de Yunnan-Guizhou– formaban un escudo que protegía a un unificado núcleo Han de una posible invasión extranjera. En la actualidad, son la piedra de toque del éxito del imperio del centro.
La meseta tibetana supone alrededor de un cuarto del territorio chino y es una de las principales fuentes de agua fresca de la región, India y el sureste asiático incluidos. La cordillera de Himalaya supone una barrera natural para el corazón de China, además de definir las complejas relaciones entre Pekín y Nueva Deli.
Bajo el régimen instaurado por Mao Zedong, China ha ejercido un control sobre sus regiones fronterizas nunca antes visto. Grandiosos proyectos de infraestructuras, como vías férreas y carreteras, han permitido superar las barreras físicas erigidas por vastas distancias. Sin embargo, la mera existencia del dalái lama pone en entredicho su control sobre Tíbet, ocupado en 1950, además de la legitimidad de este control.
En la última década, las autoridades chinas y el dalái lama han celebrado nueve rondas de negociaciones. Han pasado cuatro años desde la última y, en esta ocasión, las partes se muestran optimistas. El principal asunto a tratar es el regreso del dalái lama a Tíbet desde su exilio en India. Otras cuestiones más espinosas son el reasentamiento de los 200.000 tibetanos en el exilio, el estatus del gobierno en el exilio, la autoridad del dalái lama y su proceso de sucesión, y, sobre todo, el grado de autonomía de la región.
Los gestos de buena voluntad proliferan. El dalái lama ha tenido buenas palabras para el presidente chino, Xi Jinping, calificándolo de “más realista” y de “mente más abierta” que su predecesor, Hu Jintao. Además, no hay que olvidar que el dalái lama mantuvo en su día una relación estrecha con el padre del actual presidente, Xi Zhongxun, defensor de los derechos de tibetanos, uigures y otras minorías. En las últimas semanas, Pekín ha liberado a prisioneros políticos tibetanos, además de permitir que en algunas regiones de Tíbet puedan volver a usarse imágenes y palabras del dalái lama.
Reencarnación versus emanación
El tiempo corre en contra de ambas partes, de ahí las perspectivas moderadamente optimistas. Tenzin Gyatso tiene 79 años y no quiere morir lejos de su patria, pues cree que su retorno podría ayudar a Tíbet a recuperar parte de la autonomía perdida. Durante décadas, su prestigio en el mundo entero, además de movilizar a la opinión pública internacional en contra de China, ha mantenido unido al fracturado movimiento tibetano, dentro y fuera de las fronteras chinas. Pekín teme que, tras su muerte, el movimiento se radicalice. Al permitir su regreso, China podría mitigar parte de las tensiones dentro del movimiento, al tiempo que lo divide y debilita. La coincidencia de intereses, sin embargo, enfrenta obstáculos notables.
Uno de los asuntos más espinosos es el de la sucesión del dalái lama como líder espiritual de Tíbet. Pekín defiende su derecho a designar un sucesor, pues la tradición dicta, desde tiempos de la dinastía Qing, que el proceso de reencarnación debe producirse dentro de territorio tibetano y contar con el respaldo del gobierno central. Un proceso que subrayaría la posición de Tíbet como parte de China y no como una entidad independiente.
El dalái lama, para evitar la injerencia china, ha advertido que la tradición podría romperse. En lugar de por reencarnación, la sucesión se produciría por emanación. La autoridad del dalái lama pasaría no a uno, sino a varios individuos, cada uno con una parte de su legado espiritual, ninguno heredero único. La emanación podría ocurrir con el portador del loto aún vivo, lo que le permitiría controlar la transición.
En este punto, las posiciones están enfrentadas y será difícil encontrar espacio para el acuerdo. Los riesgos e incertidumbres de la etapa post-dalái lama, sin embargo, tal vez fuercen la mano de uno de los contendientes. En una posición más expuesta se encuentra, claro está, Tenzin Gyatso, que gobierna sobre un movimiento poco homogéneo. El budismo tibetano tiene varias escuelas, unidas por el respeto que profesan al dalái lama. El movimiento político tibetano está también fragmentado, con las últimas generaciones nacidas en la Región Autónoma de Tíbet presionando con más fuerza por la independencia, mientras las viejas generaciones en el exilio defienden un enfoque más moderado, reclamando mayor autonomía. La vía pacífica defendida por el dalái lama es hoy respetada, pero nada garantiza que lo vaya a ser siempre, por los elementos más jóvenes y radicales del movimiento tibetano.
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