Entramos en la última semana de campaña antes de las elecciones legislativas del 15 de marzo en Holanda. El debate no es uno de los fuertes del populista de ultraderecha Geert Wilders. Sabe que perdería contra el primer ministro Mark Rutte y los demás candidatos. Sin embargo, el fantasma del “hombre de pelo amarillo” planea por doquier.
Wilders gestiona su poder político con una retórica similar a la de Donald Trump y siguiendo el actual patrón de Estados Unidos: es decir, a través de Twitter. Repite los lemas conocidos: “Devolver Holanda a los holandeses”, “Holanda primero”, “Ser grandes de nuevo”, etcétera. Hasta el asesinato del cineasta anti-islamista Theo van Gogh a manos de extremistas musulmanes en 2004, Wilders fue parlamentario del Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD). Desde entonces, vive con escolta por las múltiples amenazas contra él. “Mi misión es asegurarme de que Holanda, a diferencia de mi vida, se mantenga libre”.
Tal vez esto explique en parte su odio al islam. Pero no lo justifica. Mucho menos, los medios empleados. Para denunciar la “islamización” de Holanda manipula y provoca. Ante la prensa internacional ha hablado de endurecer las políticas contra la “escoria marroquí”, propone cerrar las mezquitas, frenar la entrada de musulmanes y prohibir el Corán. Esto le llevó ante la justicia. En diciembre, tras un juicio de dos años, fue declarado culpable de discriminación.
Se compromete asimismo a incrementar el gasto en seguridad y defensa, reducir la inversión en energía eólica y en ayudas internacionales. Algunos de sus planteamientos violan la propia Constitución holandesa.
La economía está en fase de recuperación con un crecimiento del 2,3% y el paro en su índice más bajo de los últimos cinco años. El aumento de la inmigración es, ciertamente, la gran preocupación del electorado del Estado miembro con mayor densidad de población en la Unión Europea. Aunque las 31.000 solicitudes de asilo presentadas en 2016 son una cifra mucho menor a las más de 90.000 anticipadas el gobierno.
Wilders ha sabido combinar esta cuestión con su reivindicación de soberanía. Instrumentaliza la transferencia de poder a la UE acusando a Bruselas de los problemas de Holanda. Quiere sacar del bloque a uno de sus seis miembros fundadores.
En el Parlamento de 150 miembros nunca un partido ha logrado obtener la mayoría absoluta. Holanda tiene gobiernos de coalición desde hace más de un siglo. Los parlamentarios son elegidos por representación proporcional de una única circunscripción que abarca todo el país.
Hasta ahora los pronósticos otorgaban a Wilders y su Partido por la Libertad (PVV), fundado por él en 2006, las mayores expectativas de crecimiento en el fragmentado parlamento. Podría obtener 26 escaños (actualmente cuenta con 15). Llegó a encabezar los sondeos, si bien a escasos días de los comicios su buena estrella está en declive. Según las encuestas, lo ha adelantado el Partido Liberal (VVD) de Rutte, quien ha recuperado la confianza para frenar la tendencia al populismo.
En tercer y cuarto lugar se sitúan respectivamente los partidos medianos (entre 10 y 20 escaños) Democracia Cristiana (CDA) y el socioliberal y progresista Demócratas 66 (D66), ambos con representación desde los años sesenta. Se pueden incluir aquí el Partido Socialista (SP), más radical, y el de Izquierda Verde, que aspira a cuadruplicar sus escaños. El caso del desplome del Partido del Trabajo (PvdA) del presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, es un ejemplo más de la crisis de la socialdemocracia en Europa.
Conforman los pequeños aquellos que obtendrán menos de 10 asientos. Entre otros: dos partidos religiosos, el Partido por los Animales, el 50Plus para jubilados, el antieuropeo Foro para la Democracia y el Denk (Piensa), que busca sustituir el racismo institucional con la aceptación e integración de los inmigrantes.
Sin olvidar el Niet Stemmers (No Votantes) que intentará atraer a la cuarta parte de votantes que prefieren abstenerse. Niet Stemmers promete que sus diputados no votarán nada en la Cámara.
Parlamento fragmentado
Al igual que la tendencia en otros miembros de la UE, la política holandesa ha estado marcada por el debilitamiento de los tres principales partidos de centro, derecha e izquierda. Han pasado de ser mayoritarios a contar con apenas un 40% del electorado. La particularidad consiste en el crecimiento paralelo de partidos más pequeños con intereses específicos. En estas elecciones participarán hasta 28, muchos de ellos recién constituidos. Se calcula que unos 14 conseguirán representación, y ocho de ellos podrían obtener más de 10 escaños.
Se prevé una asamblea tan dividida que el próximo gobierno necesitará al menos una coalición de cuatro o cinco partidos. Aun el PVV ganara, es poco probable que fuese capaz de formar un gobierno de coalición, dado que casi todos los demás partidos descartan pactar con él. Por ello es muy improbable que Wilders llegue a convertirse en primer ministro. Por otro lado, ¿lo desea? Ejercer el poder erosionaría sus credenciales antisistema, como sucedió cuando apoyó al ejecutivo entre 2010 y 2012.
Si el PVV se convierte en la fuerza más votada será gracias a la fragmentación existente y no por un mayor apoyo electoral. Para formar una coalición fuerte sin el PVV se necesitarán seis partidos, lo que incluso en un país como Holanda es poco común e inestable. Por ello, Wilders ha augurado un “pronto fracaso” a un gobierno de coalición que no cuente con su formación.
Complica las cosas el que los socialistas del SP se hayan comprometido a no pactar con el VVD del primer ministro. Las negociaciones tras los comicios se desarrollarán entre VVD, PvdA, CDA y D66, añadiendo quizá uno o dos menores. La Izquierda Verde, que está creciendo muy rápido, se convertirá en un jugador clave.
En todo caso, el mayor riesgo es el impulso que unos eventuales buenos resultados en las urnas de la formación xenófoba podrían dar al euroescepticismo. La posibilidad de que el PVV de Wilders todavía acabe siendo el partido más votado es real, puesto que sigue de cerca al VVD de Rutte. No obstante, también lo es el hecho de que el populista ha perdido apoyos en las últimas semanas. Las elecciones en Holanda pueden marcar un punto de inflexión favorable a una ahora atribulada Europa.