Historia de dos Centroaméricas

 |  4 de febrero de 2014

El 1 de febrero se celebraron  elecciones presidenciales en El Salvador y Costa Rica. Los resultados de ambas obligan a una segunda ronda, que se celebrará el 9 de marzo y el 6 de abril, respectivamente. Pero aquí es donde terminan las similitudes entre los dos países centroamericanos. Mientras El Salvador ejemplifica la inestabilidad que aflige a Centroamérica, Costa Rica continúa siendo el oasis de la región y un modelo ejemplar de desarrollo.

Tan solo el 52% del electorado salvadoreño acudió a las urnas. Con el 80% del voto escrutado, el gobernante –y centro-izquierdista– Frente Farabundo Martín para la Liberación Nacional (FMLN), que gobierna el país desde 2009, recibe un 49% del coto y se queda a las puertas de una mayoría absoluta. Le sigue la derechista Alianza Republicana Nacional (Arena) con un 39%. Una facción moderada de esta última, Unidad, quedó en tercer lugar con un 10,5% del voto.

Aunque no hayan tenido lugar incidentes durante los comicios, la campaña electoral se ha desarrollado en un clima de hostilidad entre los partidos mayoritarios. Norman Quijano, candidato de Arena, describió a su contrincante, Salvador Sánchez Cerén, como un comunista recalcitrante. Sánchez Cerén, que  luchó como comandante guerrillero en el FMLN, caracteriza a Arena como la heredera de la dictadura militar-empresarial que gobernó el país con mano de hierro. Lo cierto es que el país aún no ha superado el legado de una guerra civil terminada en 1992.

El segundo objeto de controversia durante la campaña han sido las maras. El Salvador se ve perennemente desestabilizado por la debilidad de su Estado frente a estas bandas criminales. La medida más relevante –y polémica– del gobierno de Mauricio Funes ha sido el apoyo a una tregua entre las principales maras del país, la Salvatrucha y Barrio 18, que ha logrado una disminución en la descomunal tasa de homicidios (de 70 a 39 por cada 100.000 habitantes). Ante la persistencia del problema que presentan las maras, la izquierda ha apostado por la educación, prometiendo proporcionar uniformes escolares a familias sin recursos. Arena ha optado por militarizar la lucha contra el narcotráfico, haciendo gala de una mano dura característica entre la derecha centroamericana.

El fenómeno de las maras no tiene una solución inmediata. La insaciable demanda estadounidense garantiza a los narcotraficantes el mayor mercado mundial de estupefacientes. La falta de oportunidades en El Salvador aumenta el atractivo del crimen organizado: más de un tercio del país vive bajo el umbral de la pobreza, en tanto que hasta medio millón de personas (un 8% de la población) están relacionadas directa o indirectamente con la actividad de las maras.

La principal sorpresa en las elecciones costarricenses ha sido la victoria del Partido de la Acción Ciudadana (PAC) de Luis Guillermo Solís sobre su principal rival de izquierdas, José María Villalta, del Frente Amplio (FA). Con una participación del 70% y el 60% del voto escrutado, el 30,1% obtenido por Solís le sitúa una décima por encima de Johnny Araya Monge, candidato del gobernante Partido de la Liberación Nacional (PLN).

El contraste entre Costa Rica y El Salvador no podría ser mayor. A pesar de contar con una población menor, el PIB costarricence dobla al salvadoreño. Además de una democracia ejemplar –los comicios marcaron la 17ª elección presidencial costarricense–, el país es un modelo de sostenibilidad ecológica. La principal amenaza en Costa Rica no son las maras, sino  un –hasta ahora insignificante– grupo paramilitar que pretende vigilar la frontera con Nicaragua. Aunque el creciente desafecto con la democracia costarricense ha planteado la necesidad de reformar su sistema político, vigente desde 1948, se trata de un problema del primer mundo en comparación con los que debe hacer frente El Salvador.

Las diferencias entre ambos países –y, en general, las de Costa Rica con sus vecinos– están fuertemente ligadas a su relación con Estados Unidos. Una coyuntura internacional favorable permitió a José Figueres, padre de la Segunda República costarricense, desarrollar un programa socialdemócrata como el de los gobiernos europeos durante la posguerra. El resto del vecindario vivió una versión más cruda de la guerra fría: en El Salvador, al igual que en Nicaragua, Washington no mostró reparos a la hora de armar y financiar dictaduras en guerra contra su propio pueblo. Al legado desgarrador de estos conflictos se añade ahora el tirón que ejerce el mercado de estupefacientes americano sobre la población centroamericana, lastrada por la falta de oportunidades.

“Tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos”. El lamento de Porfirio Díaz, aplicado al México del siglo XIX, continúa siendo aplicable en el resto de Centroamérica.

 

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