¿Adiós a las palomas en la Reserva Federal y el Banco Central Europeo? GETTY

Halcones y palomas en la Fed y el BCE

Jorge Tamames
 |  10 de octubre de 2017

Eclipsada por la gestión desastrosa de los destrozos causados por el huracán María, la escalada de tensión con Corea del Norte, el atentado en Las Vegas y la recurrencia de escándalos y dimisiones en su administración, la política monetaria de Donald Trump pasa desapercibida. El cierre de 2017, sin embargo, ofrece al presidente estadounidense una oportunidad sin precedentes para orientar la acción de la Reserva Federal (Fed, el banco central de Estados Unidos). A los cambios en su junta de directores –cuatro de los siete puestos podrán ser reemplazados en los meses venideros– se une el potencial relevo de su presidenta, Janet Yellen, en febrero de 2018. Según la revista Newsweek, Trump decidirá si renueva su mandato de cuatro años durante las siguientes dos o tres semanas.

Yellen fue nombrada por Barack Obama en 2014, pero los presidentes de la Fed acostumbran a operar al margen de líneas partidistas. Así sucedió con los tres últimos presidentes del banco central. Paul Volcker, nominado por Jimmy Carter, obtuvo el respaldo de Ronald Reagan. Alan Greenspan, elegido por Reagan, mantuvo su puesto con Bill Clinton, al igual que lo hizo Ben Bernanke (nominado por George W. Bush) con Obama. Para Trump, sin embargo, el pasado rara vez sirve de precedente. Incoherente e iconoclasta, el presidente en 2016 amenazó con despedir a Yellen, calificándola como una banquera “muy política” que debiera “sentirse avergonzada” por sus decisiones al frente de la Fed.

Durante los últimos cuatro años, Yellen ha mantenido las medidas de ampliación de oferta de dinero –quantitative easing o QE– y la política de tipos bajos que Bernanke adoptó para hacer frente a la crisis de 2008. Pero ha moderado esta postura gradualmente, adaptándola a la recuperación de la economía estadounidense. Las inyecciones de liquidez del QE empezaron a menguar de 2014 en adelante. Aunque los tipos de interés se mantienen en mínimos históricos, desde 2015 han aumentado lentamente, con el fin de contener la inflación y la creación de posibles burbujas especulativas.

 

estímulo fiscal global

 

Gary Cohn, el expresidente de Goldman Sachs y asesor económico del presidente, parecía posicionado para hacerse con la nominación. Pero se distanció de Trump tras su respuesta tibia ante los atentados racistas de Charlottsville, y para recuperar el favor del presidente tendrá que lograr la aprobación de una inmensa rebaja fiscal en el Congreso. Los perfiles que actualmente baraja Trump también son cercanos a Wall Street y ortodoxos: halcones, en la jerga del gremio, frente a las palomas como Yellen y Bernanke. Algunos de ellos, como Kevin Warsh y John Taylor, están vinculados a la Hoover Institution, una fundación conservadora de la universidad de Stanford. El más extremo es John Allison, actual director del think tank libertario Cato. En 2014, Allison se posicionó a favor de abolir la Fed y volver al patrón oro.

En realidad, muchos de estos candidatos presentan un problema para Trump. Una política monetaria ortodoxa, con alzas bruscas en los tipos de interés, supondría un obstáculo para las promesas electorales de Trump que exigen grandes sumas de financiación pública, como la construcción de un muro en la frontera con México. Tal vez por eso el presidente haya matizado su postura sobre Yellen, calificándola a ella y a sí mismo, en lo que aparentemente es un elogio, como “personas de tipos bajos”. La reelección de Yellen no es descartable. La artífice de esta reconciliación sería Ivanka Trump, la hija mayor y asesora informal –pero influyente– del presidente.

 

¿Regreso de la ortodoxia al BCE?

Los movimientos en la Reserva Federal repercutirán en la política monetaria del Banco Central Europeo. Desde 2008, el BCE ha tomado pasos similares a los de la Fed, pero con retraso, menos coherencia y más timidez. Jean-Claude Trichet (2003-2011) alzó los tipos de interés en plena crisis de la zona euro, y el BCE evitó desempeñar el papel de prestamista de última instancia durante la crisis de la deuda griega. Con la llegada de Mario Draghi a la presidencia –y sobre todo a partir del verano de 2012, cuando prometió hacer “todo lo necesario para preservar el euro”–, el BCE adoptó una línea más activista que ha sido clave en la recuperación económica de la zona euro.

Aunque el segundo mandato de Draghi no finaliza hasta octubre de 2019, la búsqueda de su sucesor ya ha comenzado. Uno de los perfiles más destacados es Jens Weidmann, actual presidente del Bundesbank, que ha chocado recurrentemente con el banquero italiano por considerar que adoptaba una política monetaria demasiado laxa. Según Politico, ambos coinciden en reducir gradualmente los esfuerzos del BCE, pero el alemán podría estar conteniendo sus críticas con el fin de moderar su perfil de cara a una posible nominación.  Weidmann también se ha mostrado abiertamente crítico con las propuestas del presidente francés Emmanuel Macron para relanzar la economía de la zona euro.

En la Unión Europea es conocida la reticencia alemana a adoptar una política monetaria activista, así como la fijación de Berlín por limitar la inflación al precio que sea. Aunque la formación de una coalición electoral tras las elecciones alemanas continúa en proceso, el tándem CDU-FDP (democristianos y liberales) podría empujar a la zona euro de nuevo hacia una política monetaria ortodoxa. Una deriva que generaría tensiones en el eje franco-alemán y las relaciones entre el sur y norte de Europa.

Según Martin Wolf, principal analista económico de Financial Times, el deseo de volver a una política monetaria menos laxa no está justificado. La inflación, en EEUU y especialmente en la zona euro, lleva años por debajo de los índices deseados pese a las operaciones que realizan los bancos centrales. Aunque EEUU se acerca al pleno empleo, de momento no hay señales de que su economía se esté acelerando en exceso. El destacado economista francés Olivier Blanchard señala que la situación económica del país es más similar a la década de los sesenta que a la espiral inflacionista de los setenta. En la zona euro, donde el pleno empleo aún parece una entelequia, la deflación continúa representando una mayor amenaza que la inflación.

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